Fortuona se puso de pie. De inmediato, quienes se encontraban cerca se inclinaron. Galgan desmontó y se puso de rodillas. Todos los demás se postraron en el suelo. Que la emperatriz se pusiera de pie significaba una intervención del Trono de Cristal.
—Rayos y centellas —dijo Matrim—. ¿Más reverencias? ¿Es que no tenéis nada mejor que hacer? Pues si a vosotros no se os ocurre ninguna, a mí se me vienen a la cabeza unas cuantas docenas.
A un lado, Fortuona vio sonreír a Galgan. Creía que sabía lo que se proponía hacer. Pues se equivocaba de medio a medio.
—Te doy por nombre Knotai, porque eres el que trae la destrucción a los enemigos del imperio. Que tu nuevo nombre sea el único por el que se te conozca a partir de hoy y hasta la eternidad, Knotai. Proclamo que a Knotai, Príncipe de los Cuervos, se le otorga el rango de Portador de la Vara de nuestros ejércitos. Que se haga saber mi voluntad.
Portador de la Vara. Significaba que, si Galgan caía, Matrim tomaría el mando. Galgan había dejado de sonreír. Ahora tendría que estar alerta y tener los ojos bien abiertos, no fuera a ser que Matrim lo eliminara y se hiciera con el control.
Fortuona se sentó.
—¿Knotai? —dijo Knotai.
Ella le asestó una mirada abrasadora.
«Contén la lengua, por una vez —pensó, deseando que le llegara a él—. Por favor.»
—No está mal —dijo Knotai, que hizo volver grupas a su caballo y se alejó al trote.
Galgan montó de nuevo.
—Tendrá que aprender a arrodillarse —masculló el general, tras lo cual taconeó al caballo.
Era una ofensa mínima, deliberada y calculada. Galgan no le había hablado directamente a ella, sino fingiendo que no era más que un comentario para sí mismo. Había eludido llamarla Altísima Señora.
Eso bastó para que Selucia emitiera un quedo gruñido y moviera los dedos haciéndole una pregunta.
No, respondió Fortuona, lo necesitamos.
Una vez más Knotai no parecía darse cuenta de lo que ella había hecho y el riesgo inherente en ello. Galgan tendría que consultar con él los planes de batalla; al Portador de la Vara no se lo podía dejar fuera de las reuniones, ya que tenía que estar preparado para tomar el control en cualquier momento. Galgan tendría que escuchar su consejo e incorporarlo.
Había apostado por su príncipe en aquello con la esperanza de que volviera a manifestar la imprevista genialidad en batalla que tanto había impresionado a Furyk Karede.
Es una decisión audaz, dijo Selucia. Pero ¿y si fracasa?
No fracasaremos, porque esto es el Tarmon Gai’don, respondió Fortuona.
El Entramado había puesto a Knotai ante ella, la había empujado en sus brazos. El Dragón Renacido había visto y había dicho la verdad sobre ella, pues, a pesar de la ilusión de orden, su reinado era como una pesada roca en equilibrio sobre el punto más pequeño. Estaba realizando un gran esfuerzo al reinar en naciones muy poco acostumbradas a la disciplina. Tenía que correr grandes riesgos para traer el orden al caos.
Confiaba en que Selucia lo viera así y no la denunciara públicamente. Desde luego necesitaba encontrar una nueva Voz o nombrar a otra persona su Palabra de la Verdad. Tener a una misma persona para ambos papeles empezaba a suscitar críticas en la corte. Lo...
De pronto, Knotai regresó a galope, sujetándose el sombrero.
—¡Tuon!
¿Por qué le cuesta tanto entender lo de los nombres?, preguntó Selucia con los dedos. Fortuona casi pudo leer el suspiro en aquellos movimientos.
—Knotai, puedes acercarte —dijo.
—Me alegro, puesto que ya estoy aquí. Tuon, hemos de ponernos en marcha ya. Los exploradores acaban de regresar. El ejército de Egwene está en apuros.
Yulan llegó a caballo detrás de Knotai, desmontó y se postró en el suelo.
—Levántate. ¿Es eso cierto? —le preguntó Fortuona.
—El ejército de las marath’damane ha sufrido una grave derrota — dijo Yulan—. Los Puños del Cielo que han regresado lo han descrito con detalle. Los ejércitos de esa Amyrlin están desperdigados, sumidos en el caos y replegándose a toda prisa.
Galgan se había parado cerca para recibir a un mensajero que, sin duda, le daba una información parecida. El general la miró.
—Deberíamos ponernos en marcha para apoyar la retirada de Egwene —dijo Knotai—. No sé lo que es un Portador de la Vara, pero por la forma en que reacciona todo el mundo, creo que significa que tengo el mando de los ejércitos.
—No. Eres el tercero. Detrás de mí. Detrás de Galgan.
—Entonces puedes ordenar que nos pongamos en marcha ahora mismo —dijo Knotai—. ¡Tenemos que ir! Egwene está recibiendo una paliza.
—¿Cuántas marath’damane hay allí? — preguntó Fortuona.
—Hemos estado observando ese ejército —contestó Yulan—. Hay centenares. Todas las que quedan de la Torre Blanca. Están exhaustas, hostigadas por una fuerza nueva, una que no he sabido identificar.
—Tuon... —advirtió Matrim.
Un gran cambio. Así que esto era lo que significaba el augurio del Dragón. Su ejército podría atacar por sorpresa y todas esas damane serían suyas. Cientos y cientos. Con esa fuerza, podría aplastar la resistencia a su reinado en Seanchan.
Era la Última Batalla. El mundo dependía de sus decisiones. ¿De verdad era mejor apoyar a esas marath’damane en su lucha desesperada ahí o debería replegarse a Seanchan, asegurar su imperio allí y después derrotar a los trollocs y a la Sombra con el poderío del imperio?
—Diste tu palabra —dijo en voz queda Knotai.
—Firmé un tratado. Cualquier tratado puede romperse, sobre todo por la emperatriz.
—Algunas emperatrices podrían hacer algo así —contestó Knotai—. Pero tú no. ¿Verdad? Luz, Tuon. Le diste tu palabra.
El orden en una mano —algo conocido, algo que sabía calibrar— y el caos en la otra. El caos en forma de un hombre tuerto que conocía el rostro de Artur Hawkwing.
¿No acababa de decirle a Selucia que apostaría por él?
—Unas palabras escritas en un papel no pueden imponer limitaciones a la emperatriz —dijo—. No obstante... En este caso, el motivo por el que firmé el tratado sigue siendo válido y real. Protegeremos este mundo en los días oscuros, y destruiremos a la Sombra de raíz. General Galgan, desplazaréis a nuestras fuerzas para proteger a esas marath’damane, ya que requeriremos su ayuda en la lucha contra la Sombra.
—Bien. —Knotai se relajó—. ¡Yulan, Galgan, hagamos planes! Y mandad venir a esa mujer, Tylee. Parece la única general con la cabeza en su sitio entre todos los puñeteros altos mandos reunidos aquí. Y...
Siguió hablando mientras cabalgaba dando órdenes que en realidad tendría que haber dejado que impartiera Galgan. Éste se quedó mirando a Fortuona desde su caballo; la expresión en el semblante del general era indescifrable. Seguro que consideraba un grave error lo que acababa de hacer, pero ella... tenía los augurios de su parte.
Esas funestas nubes negras habían sido compañeras de Lan desde hacía mucho tiempo. Para ser sincero, estaba hastiado de verlas a diario expandiéndose hasta el infinito en todas direcciones al tiempo que retumbaban como los gruñidos del estómago de una bestia hambrienta.
—Parece que las nubes están más bajas hoy —dijo Andere desde su caballo, que marchaba al lado de Mandarb—. Algunos rayos se descarganb en tierra y eso no ocurre todos los días.
Lan asintió en silencio. Andere tenía razón; aquello pintaba mal. Lo cual no cambiaba nada. Agelmar había elegido el lugar para la batalla a lo largo del fragoroso río que corría por su flanco occidental, de manera que los protegía por ese lado. Unas colinas cercanas proporcionaban posiciones adecuadas para los arqueros; Andere y él esperaban en lo alto de una de esas colinas.