Algunos trollocs disparaban flechas a los defensores apostados arriba, pero sus bajas aumentaron a medida que los Engendros de la Sombra que iban delante intentaban abrirse paso a tajos a través de la barrera de espinos. Era un trabajo lento y pesado.
Ituralde observó, con absoluta frialdad, que los Myrddraal azotaban a las bestias hasta provocar una estampida. Eso tuvo por resultado que los que se afanaban en cortar los espinos acabaron empalados y arrollados por los que corrían.
La sangre empezó a fluir a raudales hacia atrás, en dirección al extremo oriental del paso, e hizo que los trollocs resbalaran. Las bestias empujaron a las primeras cinco o seis líneas y rompieron las púas de los espinos en los cuerpos de los que estaban allí.
Les llevó casi una hora conseguir atravesar la barrera. Atrás dejaron miles de muertos mientras avanzaban en oleadas, y entonces se encontraron con una segunda barrera de púas, más gruesa y más alta que la primera. Ituralde había colocado siete en el paso, a intervalos. La segunda era la más grande, y obtuvo el efecto deseado. Verla hizo que los trollocs que iban a la cabeza se frenaran en seco, y a continuación dieron media vuelta y echaron a correr en dirección contraria.
La consecuencia fue un caos en masa. Los trollocs de detrás gritaban y chillaban, empujando hacia el frente. Los que se encontraban delante, gruñían y aullaban mientras trataban de abrirse paso entre los espinos. Algunos se quedaban quietos, aturdidos. Entretanto, seguían cayendo flechas, rocas y troncos llameantes.
—Precioso —susurró Alsalam.
Ituralde se dio cuenta de que el brazo ya no le temblaba. Bajó el visor de lentes.
—Vayámonos —dijo.
—¡La batalla no ha terminado! —protestó el rey.
—Sí lo ha hecho. —Ituralde dio media vuelta—. De momento.
A su espalda, confirmando sus palabras, todo el ejército trolloc salió por pies —Ituralde oyó cómo ocurría— y los Engendros de la Sombra huyeron hacia el este por el paso, alejándose del valle.
«Hemos resistido un día», pensó Ituralde. Los trollocs volverían al día siguiente e irían mejor preparados. Más escudos y mejores armas delante para cortar espinos.
Seguirían derramando sangre. Lo pagarían caro.
Él se aseguraría de que fuera así.
25
Retazos rápidos
Siuan soltó un suspiro largo y aliviado cuando la Amyrlin —echando fuego por los ojos— atravesó el acceso y entró en el campamento con Doesine, Saerin y otras cuantas Asentadas.
Bryne cruzó el acceso detrás de ellas y se apresuró a reunirse con Siuan.
—¿Qué se ha decidido? —preguntó ella.
—Defenderemos la posición, de momento —dijo Bryne—. Son órdenes de Elayne, y la Amyrlin es de la misma opinión.
—Nos superan en número —apuntó Siuan.
—Lo mismo que les ocurre a los demás. —Bryne miró hacia el oeste.
Los sharaníes habían pasado los últimos días reuniendo a sus fuerzas y habían acampado a una o dos millas del ejército de Egwene, que estaba estacionado de espaldas al anchuroso río que era la frontera entre Kandor y Arafel.
Las tropas de la Sombra todavía no se habían embarcado en una ofensiva a gran escala, sino que habían enviado algún grupo de asalto de vez en cuando a través de accesos mientras esperaban que el ejército trolloc más pequeño los alcanzara. Por desgracia, los trollocs ya habían llegado. El contingente de Egwene habría podido retirarse de nuevo a través de accesos, pero Siuan admitió para sus adentros que poco iban a conseguir haciendo eso. Al final tendrían que hacer frente a las fuerzas enemigas.
Bryne había elegido ese lugar en la punta sudoriental de Kandor porque el terreno les daba cierta ventaja, aunque fuera pequeña. El río que corría de norte a sur por la frontera oriental de Kandor era caudaloso, pero había un vado a menos de un cuarto de milla desde las colinas que se extendían de este a oeste, a lo largo de la frontera meridional de Kandor. El ejército de la Sombra se dirigiría hacia el vado para entrar en Arafel. Al estacionar sus fuerzas en el vado y en las colinas desde las que se divisaba éste, Bryne podía trabar batalla con el ejército invasor desde dos direcciones. Si la presión contra su ejército se hacía insostenible, podrían replegarse a través del vado a la orilla arafelina del río, con la barrera del agua dejando en desventaja a los trollocs frente a ellos. Era una pequeña ventaja, pero a veces en batalla eran las cosas pequeñas las que definían su curso.
En las llanuras al oeste del río, la Sombra situaba a sus ejércitos de sharaníes y trollocs en formación. Ambos se movieron a través del campo hacia las acosadas Aes Sedai y las tropas al mando de Bryne.
A corta distancia, Egwene supervisaba el campamento. Luz, era un alivio saber que la Amyrlin había sobrevivido. Siuan lo había predicho, pero aun así... Luz. Era estupendo ver la cara de Egwene.
Si en verdad era la suya. Aquélla era la primera vez que la Amyrlin había regresado al campamento tras la dura experiencia que había vivido, pero había celebrado varias reuniones con las Asentadas en ubicaciones secretas. Siuan todavía no había tenido ocasión de hablar con ella de tú a tú.
—Egwene al’Vere —llamó Siuan a la Amyrlin—, ¡dime dónde nos vimos por primera vez!
Los otros la miraron y fruncieron el entrecejo por su temeridad. Egwene, sin embargo, pareció comprenderlo.
—En Fal Dara —dijo—. Me ataste con Aire en el viaje que hicimos río abajo desde allí, como parte de una lección sobre el Poder que jamás he olvidado.
Siuan soltó un segundo suspiro de alivio, en esta ocasión más profundo. Nadie había estado en esa lección que les había impartido a Egwene y a Nynaeve en el barco. Pero, por desgracia, Siuan le había hablado de ello a Sheriam, Maestra de las Novicias y hermana del Ajah Negro. En fin, a pesar de todo, creía que esa joven era realmente Egwene. Imitar los rasgos de una persona era fácil, pero sonsacarle sus recuerdos era otro cantar.
Aun así, por si acaso, Siuan se había asegurado de mirarla a los ojos. Se había comentado lo ocurrido en la Torre Negra. Myrelle había mencionado los hechos compartidos con sus nuevos Guardianes. Algo muy oscuro.
Decían que uno lo notaba con mirarles los ojos. Así que habría visto el cambio en Egwene si eso le hubiese ocurrido a ella, ¿verdad?
«Si no lo notamos, entonces ya estamos perdidos», pensó. Tendría que confiar en la Amyrlin, como había hecho tantas otras veces antes.
—Que se reúnan las Aes Sedai —ordenó Egwene—. Comandante Bryne, tenéis vuestras órdenes. Resistiremos junto a este río hasta que las pérdidas sean tan absolutamente intolerables que... —No terminó la frase—. ¿Cuánto tiempo llevan ésos ahí?
Siuan alzó la vista hacia los exploradores raken que pasaban por encima de ellos.
—Toda la mañana. Tenéis su carta.
—Puñetero hombre —rezongó Egwene. El mensaje del Dragón Renacido, despachado a través de Min Farshaw, era breve:
Los seanchan se unen a la lucha contra la Sombra.
Había mandado a Min para que se quedara con ellos por razones que la mujer no había explicado con claridad. Bryne le había dado tareas de inmediato. Trabajaría con los jefes de intendencia como escribiente.
—¿Confiáis en la palabra del Dragón Renacido respecto a los seanchan, madre? —preguntó Saerin.
—No lo sé. De todos modos formad nuestras líneas de batalla, pero no perdáis de vista a esas cosas de ahí arriba, por si acaso atacan.
Cuando Rand entró en la caverna algo cambió en el aire. Fue entonces cuando el Oscuro percibió la presencia de su rival, y se sorprendió. La daga había hecho bien su trabajo.
Rand encabezó la marcha, con Nynaeve a la izquierda y Moraine a la derecha. La caverna conducía hacia abajo y en ese descenso perdieron la altitud que habían ganado antes. El pasadizo le resultaba familiar a Rand por el recuerdo de otro, en otra era.