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El cambio no había llevado a Perrin y a Gaul lejos; era una especie de pueblo, lo bastante cerca para que el pico de Shayol Ghul fuera visible en la distancia.

Los velos rojos atacaron. A Perrin no lo sorprendió mucho encontrar Aiel en el lado de la Sombra. Amigos Siniestros los había en todos los pueblos. Sin embargo, ¿por qué identificar su adhesión a la Sombra con el color de los velos?

Perrin giró el martillo en un amplio círculo y mantuvo a raya a un grupo de esos Aiel, entonces, con un cambio, apareció detrás de ellos y le aplastó la cabeza a uno. Gaul se convirtió en un remolino de lanzas y ropas pardas, esquivando y haciendo quiebros alrededor de los velos rojos, lanceando y después desapareciendo... Y después reapareciendo y lanceando otra vez. Sí, había aprendido muy deprisa, más de lo que —al parecer— habían hecho esos velos rojos, porque no conseguían seguirle el ritmo. Perrin golpeó a otro en la rótula y después buscó a Verdugo.

Allí. Se encontraba en un montículo, observando. Perrin miró a Gaul, que, entre saltos, le hizo un rápido asentimiento con la cabeza. Quedaban ocho velos rojos, pero...

La tierra bajo los pies de Gaul empezó a moverse hacia arriba y explotó al tiempo que Gaul saltaba. Perrin se las arregló para proteger a su amigo creando una plancha de acero por debajo de él a fin de desviar el impacto, pero le faltó poco... Gaul cayó de pie al suelo, tembloroso, y Perrin se vio obligado a llegar hasta él con un cambio y atacar al velo rojo que se lanzaba sobre él por detrás.

—¡Ten cuidado! —le gritó a Gaul—. ¡Al menos uno de estos tipos encauza!

Luz. Por si fuera poco que hubiera Aiel luchando por la Sombra... además, encauzadores. Hombres Aiel encauzadores. ¡Luz!

Perrin arremetía contra otro cuando Verdugo apareció allí, con una espada en una mano y un largo cuchillo de caza en la otra, de los que un cazador utilizaría para desollar a su presa.

Gruñendo, Perrin se lanzó a la lucha y los dos empezaron una extraña danza. Uno atacaba al otro, que desaparecía para reaparecer cerca antes de atacar también. Giraron en derredor; uno hacía cambio, a continuación lo hacía el otro, cada cual intentando llevar la delantera. Perrin falló por poco un golpe demoledor contra Verdugo, y entonces casi acabó con una hoja de acero en las tripas.

Gaul estaba demostrando ser muy útil, porque Perrin lo habría pasado muy mal si hubiera tenido que enfrentarse a Verdugo y los velos rojos solo. Por desgracia, Gaul poco podía hacer aparte de distraer a sus adversarios y lo estaba pasando mal para lograr eso simplemente.

Cuando una columna de fuego de uno de los velos rojos casi lo alcanzó, Perrin tomó una decisión. Cambio. Apareció junto a Gaul y... casi recibió un lanzazo en el hombro. Perrin transformó la lanza en tela, que se dobló contra su piel.

Gaul se llevó un susto al ver a Perrin y luego abrió la boca. Perrin no le dio tiempo para decir nada. Asió a su amigo del brazo y, con un cambio, ambos salieron del allí. Desaparecieron justo cuando una gran llamarada brotaba a su alrededor.

Reaparecieron frente a la entrada de la Fosa de la Perdición. La chaqueta de Perrin humeaba. Gaul sangraba por un muslo. ¿Cuándo había ocurrido?

¿Estáis ahí?, transmitió Perrin con urgencia.

Aquí estamos, Joven Toro, fue la respuesta de docenas de lobos.

¿Vas a dirigirnos, Joven Toro? ¡La Última Batalla!

Estate atento con Cazadora lunar, Joven Toro. Te sigue al acecho, como un león en la hierba alta.

Os necesito, envió a los lobos. Verdugo está aquí. ¿Querréis luchar por mí contra él y los hombres que están con él?

Es la Última Batalla, transmitió uno al tiempo que muchos otros aceptaban ayudarlo. Aparecieron en las laderas de Shayol Ghul. Perrin olía su cautela; no les gustaba ese sitio. Era un lugar al que los lobos no iban, ni en el mundo de vigilia ni en el sueño.

Apareció Verdugo. O iba por Perrin porque había deducido que estaría protegiendo esa posición o se proponía retomar su ataque a Rand. Fuera lo uno o lo otro, Perrin lo vio de pie en el saliente de arriba, mirando desde allí el valle... Una figura oscura con un arco y una capa negra agitada por los vientos tempestuosos. Abajo, entre polvo y sombras, la batalla proseguía con furia. Miles y miles de personas que morían, mataban, luchaban en el mundo real, y aquí no eran más que fantasmas.

—Ven y ponme a prueba —susurró Perrin, que asía el martillo con fuerza—. Descubrirás que esta vez soy un adversario distinto.

Verdugo alzó el arco y disparó. La flecha se dividió y se convirtió en cuatro, luego en dieciséis, y después en una lluvia de flechas lanzadas hacia Perrin.

Él gruñó y acometió contra la columna de aire que Verdugo había creado para parar el viento. La columna se disolvió y el feroz vendaval atrapó las flechas en el remolino.

Verdugo apareció delante de Perrin, de nuevo empuñando espada y cuchillo. Perrin saltó hacia él al tiempo que los velos rojos aparecían cerca. Los lobos y Gaul se ocuparon de ellos. Esta vez, Perrin se centraría en su enemigo. Atacó con un rugido y le quitó la espada de un golpe para acto seguido acometer contra la cabeza del hombre.

Verdugo retrocedió y creó brazos de piedra que brotaron del suelo —lanzando al aire esquirlas y fragmentos de roca— para asirlo. Perrin se concentró y los brazos de piedra se hicieron pedazos, de vuelta al suelo. Captó el penetrante efluvio de sorpresa en Verdugo.

—Estás aquí en persona —masculló.

Perrin saltó hacia él e hizo un cambio en mitad del salto para llegar al hombre más rápido. Verdugo paró el golpe con un escudo que apareció en su brazo. Aunque lo desvió, Mah’alleinir dejó una gran abolladura en él.

Verdugo desapareció para aparecer de nuevo cinco pasos detrás, al borde del camino que subía hacia la caverna.

—Cuánto me alegro de que hayas venido a cazar, lobezno. Se me prohibió que te buscara, pero ahora estás aquí. Desollé al maestro; ahora, al cachorro.

Perrin se abalanzó contra Verdugo en un salto, como los que utilizaba para ir de colina en colina, tan veloz que su figura se desdibujó en un borrón. Chocó con el hombre, y los dos salieron lanzados fuera de la repisa que había delante de la entrada a la Fosa de la Perdición; cayeron dando tumbos y vueltas docenas de pies hacia el suelo.

El martillo de Perrin estaba en el cinturón —aunque él no recordaba haberlo puesto allí—, pero no quería golpear a ese hombre con el martillo. Quería sentir a Verdugo al estrellarle el puño en la cara. El puñetazo llegó a su destino, pero de repente el rostro de Verdugo se había vuelto duro como piedra.

En ese momento, la lucha dejó de ser de cuerpo contra cuerpo y pasó a ser de voluntad contra voluntad. Mientras caían juntos, Perrin imaginó que la piel del otro hombre se volvía blanda y cedía al puñetazo y los huesos se tornaban quebradizos y se rompían. En respuesta, Verdugo imaginó su piel como granito.

El resultado fue que la mejilla de Verdugo se tornó dura como roca, pero, de todos modos, Perrin la resquebrajó. Cayeron al suelo y se separaron al rodar sobre sí mismos. Cuando Verdugo se puso de pie, la mejilla derecha parecía la de una estatua que hubiera golpeado un martillo, con finas grietas abriéndose en la piel.

Hilillos de sangre empezaron a manar de esas fisuras y a Verdugo se le desorbitaron los ojos por la sorpresa. Se llevó una mano a la cara y tocó la sangre. La piel volvió a ser normal otra vez y aparecieron unos puntos como si los hubiera dado un cirujano experto. Uno no podía curarse a sí mismo en el Sueño del Lobo.

Verdugo miró a Perrin con una mueca de desprecio y después atacó. Los dos se desplazaron atrás y adelante, envueltos en agitados remolinos de polvo que formaban las caras y los cuerpos de gente luchando para sobrevivir en otro lugar, en otro mundo. Perrin chocó contra dos de esas figuras fugaces y Mah’alleinir dejó una estela de polvo cuando arremetió con él. Verdugo se echó hacia atrás al tiempo que creaba viento para apartarlo y acto seguido respondió al ataque con extraordinaria rapidez.