Demandred alzó la mano como sin darle importancia, con dos dedos hacia arriba.
M’Hael se sacudió cuando dos docenas de encauzadores sharaníes que había cerca dejaron caer de golpe escudos entre él y el Poder Único. Lo envolvieron en Aire y tiraron de él hacia atrás. M’Hael se debatió, y el halo del Poder Verdadero que alabeaba el aire lo rodeó, pero Demandred fue más rápido. Tejió un escudo de Poder Verdadero, creándolo de hilos ardientes de Energía.
Los filamentos temblaron en el aire, cada cual cubierto de púas hechas de briznas retorcidas de energía tan pequeñas que los extremos no se distinguían. El Poder Verdadero era tan inestable, tan peligroso... Un escudo creado con él tenía el extraño efecto de absorber el poder que el otro intentaba encauzar.
El escudo de Demandred se apoderó del Poder de M’Hael y usó al hombre como un conducto. Demandred reunió el Poder Verdadero y lo tejió en una chisporroteante bola de energía por encima de su mano. Sólo M’Hael estaba capacitado para verla, y los ojos del hombre, antes llenos de orgullo, se desorbitaron a medida que Demandred lo dejaba vacío.
No era como un círculo. La extracción de energía hizo temblar a M’Hael, lo hizo sudar, suspendido en el aire por los tejidos de los Ayyad. Ese flujo podría provocar la consunción de M’Hael si se descontrolaba... Podía hacer trizas su alma con el caudal rebosante del Poder Verdadero, al igual que un río desbordado sobrepasaría las márgenes. La masa retorcida de filamentos en la mano de Demandred palpitaba y chisporroteaba, curvando el aire, a medida que empezaba a destejer la urdimbre del Entramado.
Minúsculas grietas finas como telarañas se extendieron por el suelo a partir de él. Grietas abiertas a la nada.
Se acercó a M’Hael. El hombre empezaba a tener un ataque y le salía espuma por la boca.
—Ahora vas a escucharme, M’Hael —dijo con suavidad Demandred—. Yo no soy como los otros Elegidos. Me traen sin cuidado vuestros juegos políticos. No me importa a cuál de vosotros favorece el Gran Señor ni a cuál de vosotros Moridin da palmaditas en la cabeza. Sólo me importa Lews Therin.
»Ésta es mi lucha. Tú eres mío. Yo te traje a la Sombra y puedo destruirte. Si interfieres en lo que hago aquí, te extinguiré como la llama de una vela. Sé que te consideras fuerte, con tus Señores del Espanto robados y tus encauzadores mal entrenados. Eres un niño, aún estás en pañales. Coge a tus hombres y desata el caos que gustes, pero no te interpongas en mi camino. Y no te acerques a mi presa. El general enemigo es mío.
Aunque los temblores del cuerpo traicionaban a M’Hael, sus ojos rebosaban odio, no miedo. Sí, ése siempre había prometido mucho.
Demandred giró la mano y lanzó un chorro de fuego compacto con el Poder Verdadero reunido. El destructivo haz de fuego candente atravesó los ejércitos situados en el río, allá abajo, y vaporizó a todos los hombres y mujeres que tocó. Las formas se convirtieron en puntitos de luz, luego en polvo, y centenares de ellos desaparecieron. Quedó una larga franja de suelo calcinado, como un gran surco abierto por una enorme reja de arado.
—Soltadlo —ordenó Demandred al tiempo que dejaba que el escudo de Poder Verdadero se deshiciera.
M’Hael trastabilló hacia atrás para mantener el equilibrio al tocar el suelo; el sudor le resbalaba por el rostro. Jadeando, se llevó una mano al pecho.
—Mantente vivo en esta batalla —le dijo Demandred, que se dio la vuelta y empezó un tejido para llamar de vuelta a su azor—. Si lo consigues, quizá te enseñe cómo realizar lo que acabo de hacer yo. Quizás ahora pienses que deseas matarme, pero ten presente que el Gran Señor nos observa. Aparte de eso, ten en cuenta otra cosa. Tú tendrás un centenar de serviles Asha’man. Yo cuento con más de cuatrocientos de mis Ayyad. Soy el salvador de este mundo.
Cuando miró hacia atrás, M’Hael se había marchado Viajando mediante el Poder Verdadero. Era asombroso que fuera capaz de reunir la fuerza necesaria para realizar algo así después de lo que él acababa de hacerle. Esperaba no tener que matar a ese hombre. Acabaría siendo una herramienta muy útil.
AL FINAL ME ALZARÉ CON LA VICTORIA.
Rand hacía frente a vientos huracanados, aguantando firme, aunque los ojos le lloraban mientras contemplaba con fijeza la oscuridad. ¿Cuánto hacía que estaba en aquel lugar? ¿Un millar de años? ¿Diez mil?
De momento, su interés principal era el desafío. No se doblegaría ante ese viento. No cedería ni una fracción de segundo.
POR FIN HA LLEGADO MI MOMENTO.
—Para ti el tiempo no significa nada —dijo Rand.
Era cierto y, al mismo tiempo, no lo era. Rand veía arremolinados a su alrededor los hilos que configuraban el Entramado. A medida que éste se formaba, vio los campos de batalla bajo él. Aquellos a quienes amaba combatían una guerra a muerte. Esta visión no era una posibilidad; era la realidad, lo que ocurría en ese momento.
El Oscuro estaba enroscado alrededor del Entramado, sin poder apoderarse de él y destruirlo, pero con capacidad para tocarlo. Zarcillos de oscuridad y espinas tocaban el mundo en puntos a lo largo de su extensión. El Oscuro era como una sombra yacente sobre el Entramado.
Cuando el Oscuro lo tocaba, el tiempo existía para él. Y así, aunque el tiempo no significaba nada para el Oscuro, él —o ella, ya que no tenía género— sólo tenía capacidad para actuar dentro de sus límites, como... como un escultor que tiene visiones y sueños maravillosos, pero sigue atado a la realidad de los materiales con los que trabaja.
Rand contempló con fijeza el Entramado mientras resistía el ataque del Oscuro. No se movía ni respiraba. Allí no era necesario respirar.
Abajo la gente moría. Rand oía los gritos. Caían tantos...
AL FINAL VENCERÉ, ADVERSARIO. MIRA CÓMO GRITAN. MIRA CÓMO MUEREN.
LOS MUERTOS ME PERTENECEN.
—Mentira —dijo Rand.
NO. TE LO MOSTRARÉ.
Reuniendo todo lo que podía ser, el Oscuro hiló posibilidad de nuevo y metió a Rand en otra visión.
Juilin Sandar no era un comandante. Él era un rastreador, no un noble. Desde luego que no lo era. Trabajaba por su cuenta.
Sólo que, por lo visto, cuando acabó en un campo de batalla, lo habían puesto al mando de un escuadrón de combatientes porque había capturado con éxito malhechores peligrosos como rastreador. Los sharaníes presionaban a los suyos para llegar hasta las Aes Sedai. Luchaban en el lado occidental de los Altos, y el trabajo de su escuadrón era proteger a las Aes Sedai de la infantería sharaní.
Aes Sedai. ¿Cómo diantres se encontraba enredado con Aes Sedai? Él, un teariano.
—¡Aguantad! —les gritó a sus hombres—. ¡Hay que aguantar! —lo gritó también para sí mismo. Su escuadrón sostenía con firmeza lanzas y picas, y obligaba a la infantería sharaní a retroceder cuesta arriba. No sabía muy bien por qué se encontraba allí o por qué luchaba en ese sector. ¡Sólo quería seguir vivo!
Los sharaníes gritaban y maldecían en un lenguaje desconocido. Tenían un montón de encauzadores, pero la unidad a la que se enfrentaban ellos la componían tropas de a pie que utilizaban diversas armas de mano, en su mayoría espadas y escudos. Los cadáveres alfombraban el suelo, y eso ocasionaba dificultades a ambos bandos a medida que Juilin y sus hombres cumplían las órdenes de presionar a las tropas sharaníes, en tanto que las Aes Sedai y los encauzadores enemigos intercambiaban tejidos.
Juilin manejaba una lanza, arma con la que no estaba muy familiarizado. Una tropa sharaní protegida con armadura se abrió paso entre las picas de Myk y Charn. Los oficiales llevaban petos que, curiosamente, iban envueltos en telas de diversos colores, en tanto que los de los soldados rasos eran de cuero con tiras de metal embutidas. Todos llevaban la espalda pintada con extraños dibujos.