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—Te apoderaste de sus conciencias, ¿verdad? —preguntó en voz baja.

Gill había abierto los ojos como platos ante el uso del Poder Único. Intentó correr. Rand lo inmovilizó también con Aire.

LOS HOMBRES QUE PIENSAN QUE ESTÁN OPRIMIDOS LUCHARÁN ALGÚN DÍA. NO SÓLO LES QUITARÉ LA VOLUNTAD DE RESISTIRSE, SINO LA PROPIA SOSPECHA DE QUE PASA ALGO RARO.

—¿Así que los privas de tener compasión? —demandó Rand, que miraba a Gill a los ojos. El hombre parecía aterrado por miedo a que Rand lo matara, e igual les pasaba a los tres matones. Pero nada de remordimiento. Ni pizca.

LA COMPASIÓN NO ES NECESARIA.

—Este mundo es diferente del que me mostraste antes. —Rand sentía un frío mortal.

LO QUE TE MOSTRÉ ANTES ES LO QUE LOS HOMBRES ESPERAN. ES EL MAL QUE CREEN QUE COMBATEN. PERO YO CREARÉ UN MUNDO DONDE NO EXISTA EL BIEN NI EL MAL.

SÓLO YO.

—¿Lo saben tus siervos? —susurró Rand—. ¿Esos a los que llamas Elegidos? Creen que luchan para convertirse en señores y dirigentes de un mundo de su propia creación. En cambio, les das esto. El mismo mundo, sólo que sin Luz.

SÓLO YO.

Ni Luz. Ni amor humano. El horror de la idea le llegó a lo más hondo y lo sacudió. Ésa era una de las posibilidades que el Oscuro podría elegir si vencía. No significaba que venciera ni que tuviera que ocurrir, pero... Oh, Luz, era terrible. Mucho más que un mundo de cautivos, mucho peor que un mundo oscuro con un paisaje devastado.

Esto era el terror en estado puro. Era la corrupción total del mundo, era arrebatarle todo lo hermoso que tenía y dejar sólo una cáscara vacía. Una cáscara bonita, pero una cáscara.

Rand preferiría vivir mil años de tortura, conservando la parte de su ser que le otorgaba la capacidad para el bien, antes que vivir un momento en ese mundo sin Luz.

Se volvió, furioso, hacia la oscuridad. Ya consumía la pared del fondo y seguía extendiéndose.

—¡Cometes un error, Shai’tan! —gritó Rand a la nada—. ¿Crees que me harás perder la esperanza? ¿Crees que demolerás mi voluntad? Con esto no lo conseguirás, te lo juro. ¡Esto me afirma en que he de luchar!

Algo emitió un ruido sordo dentro del Oscuro. Rand gritó mientras empujaba hacia afuera con su voluntad e hizo pedazos el lóbrego mundo de mentiras y hombres que mataban con una falta absoluta de empatía. Explotó en hilos y Rand se encontró de nuevo en el lugar fuera del tiempo, con el Entramado ondeando a su alrededor.

—¿Me muestras tu verdadero corazón? —demandó a la nada mientras recogía aquellos hilos—. Yo te enseñaré el mío, Shai’tan. Hay un mundo opuesto a ese mundo sin Luz que tú crearías.

»Un mundo sin Sombra.

Mat se alejó con paso airado e intentó tranquilizarse. ¡Tuon parecía estar realmente enfadada con él! Volvería cuando la necesitara, ¿verdad?

—Mat... —llamó Min, que se acercó presurosa a él.

—Ve con Tuon. Cuida de ella por mí, Min.

—Pero...

—No es que necesite mucha protección —dijo Mat—. Es fuerte. Maldita sea, lo es. Pero hace falta que alguien esté pendiente de ella. Me preocupa, Min. Sea como sea, tengo que ganar esta guerra. No puedo hacerlo si me voy con ella. Así que ¿irás tú y la cuidarás, por favor?

Min aflojó el paso y, de forma inesperada, le dio un abrazo.

—Suerte, Matrim Cauthon.

—Suerte, Min Farshaw —contestó él.

La soltó para que se marchara y después se echó al hombro la ashandarei. Los seanchan habían empezado a abandonar Alcor Dashar y se dirigían de vuelta al Erinin antes de abandonar definitivamente Campo de Merrilor. Demandred los dejaría ir; sería un necio si no lo hiciera. Rayos y truenos, ¿en qué se estaba metiendo? Acababa de despedir a una buena cuarta parte de sus tropas.

«Regresarán», pensó. Si su arriesgada jugada funcionaba. Si los dados caían como necesitaba que lo hicieran.

Sólo que esta batalla no era un juego de dados. Había demasiada sutileza para eso. Era una partida de cartas, en todo caso. Por lo general, él ganaba a las cartas. Por lo general.

A su derecha, un grupo de hombres con armadura oscura seanchan marchaba hacia el campo de batalla.

—¡Eh, Karede! —gritó Mat.

El hombretón le dirigió una mirada sombría. De repente, Mat supo lo que un lingote de metal sentía cuando Perrin lo miraba mientras levantaba el martillo. Karede se acercó con paso iracundo y, a pesar de que saltaba a la vista que hacía un esfuerzo para mantener el rostro impasible, Mat percibía la ira que sentía.

—Gracias —dijo Karede, con voz tirante— por ayudar a proteger a la emperatriz, así viva para siempre.

—Crees que tendría que haberla mantenido en algún lugar seguro, no en el puesto de mando.

—No soy quién para cuestionar a un miembro de la Sangre, Poderoso Señor.

—No estás cuestionándome, estás pensando en clavarme algo afilado. Es algo totalmente diferente.

Karede exhaló larga y profundamente.

—Disculpad, Poderoso Señor —dijo, volviéndose para partir—. He de ponerme al frente de mis hombres y morir.

—Creo que no. Vais a venir conmigo.

Karede se volvió de nuevo hacia él.

—La emperatriz, así viva para siempre, ordenó que... —empezó a decir.

—Que fueseis al frente —lo interrumpió Mat; hizo visera con la mano para protegerse la vista mientras examinaba el cauce del río, desbordado por el enjambre de trollocs—. Estupendo. ¿Y adónde puñetas crees que voy yo?

—¿Combatiréis a caballo? —preguntó Karede.

—Yo pensaba en algo más tranquilo, como dar un paseo —repuso Mat. Meneó la cabeza—. Tengo que palpar el ambiente para hacerme una idea de lo que Demandred se trae entre manos... Voy allí, Karede, y teneros a vosotros entre los trollocs y yo suena maravilloso. ¿Venís?

Karede no contestó, aunque tampoco siguió adelante.

—Piénsalo, ¿qué opciones tenéis? —prosiguió Mat—. ¿Cabalgar hasta allí y morir sin un propósito real? ¿O venir e intentar mantenerme con vida para vuestra emperatriz? Casi estoy seguro de que me tiene aprecio. Quizá. Tuon no es una persona fácil de entender.

—No la llaméis por ese nombre —le advirtió Karede.

—La llamaré como me dé la jodida gana.

—No si os acompañamos. Si voy a cabalgar con vos, Príncipe de los Cuervos, no permitiré que mis hombres os oigan decir eso. Sería un mal presagio.

—Vale, no queremos que haya ninguno de ésos —dijo Mat—. De acuerdo pues, Karede. Metámonos de nuevo en este enredo y veamos qué podemos hacer. En nombre de Fortuona.

Tam levantó la espada como para iniciar un duelo, pero allí no encontró adversarios honorables. Sólo trollocs feroces que gruñían y aullaban, a los que habían apartado de los acosados Capas Blancas en la batalla cercana a las ruinas.

Los trollocs se volvieron hacia los hombres de Dos Ríos y atacaron. Tam, plantado en la punta de la cuña, adoptó la pose Junco al viento y se negó a dar un solo paso atrás. Se doblaba hacia aquí y hacia allá, pero aguantó firme hasta romper la línea trolloc atacando con la espada en movimientos rápidos.

Los hombres de Dos Ríos presionaban hacia adelante, una espina en el pie del Oscuro y una zarza en la mano. En el caos que siguió, gritaron y maldijeron y lucharon para separar a los trollocs.

Pero enseguida tuvieron que centrarse en no ceder terreno. Los trollocs empezaron a rodearlos. La formación en cuña por lo general era una táctica ofensiva, y allí también funcionó bien. Los trollocs se movieron a lo largo de los lados de la cuña y recibieron los golpes de los hombres de Dos Ríos que atacaban con hachas, espadas y lanzas.

Tam dejó que el entrenamiento de sus hombres los guiara. Habría preferido encontrarse en el centro de la cuña infundiéndoles ánimos a gritos, como ahora hacía Dannil, pero él era uno de los pocos que tenían un entrenamiento real de combate, y la formación en cuña dependía de tener una punta que aguantara inamovible.