Mujeres y niños se pusieron a recoger flechas entre los caídos. Eso sería útil. Mucho. Con sorpresa, Tam vio salir por los accesos a centenares de gitanos que comenzaron a buscar heridos bajo la dirección de varias hermanas Amarillas.
Tam se sorprendió a sí mismo asintiendo con la cabeza. Todavía le preocupaba que los niños pudieran ver esas escenas de muerte.
«En fin —pensó—, verán cosas peores si fracasamos aquí.» Si querían ser de utilidad, había que permitírselo.
—Decidme, Tam al’Thor —preguntó Berelain—. ¿Está...? ¿Se encuentra bien Galad Damodred? Veo a sus hombres aquí, pero no su estandarte.
—Fue llamado a otros cometidos, milady Principal —repuso Tam—. Río abajo. Hace horas que no sé nada de él, me temo.
—Ah. En fin, Curemos y demos de comer a vuestros hombres. Quizá mientras tanto nos llegue alguna noticia de lord Damodred.
Elayne tocó la mejilla de Gareth con suavidad. Le cerró los ojos, uno y después el otro, antes de hacer un gesto de asentimiento a los soldados que habían encontrado el cadáver. Se llevaron a Bryne con las piernas colgando por el borde de su escudo y la cabeza por el otro extremo.
—De repente salió a galope, gritando —relató Birgitte—. Directo a las líneas enemigas. Fue imposible detenerlo.
—Siuan está muerta —dijo Elayne, y la asaltó una sensación de pérdida casi abrumadora. Siuan... Siuan había sido siempre tan fuerte... Elayne controló las emociones con esfuerzo. Tenía que mantener la atención en la batalla—. ¿Ha llegado alguna noticia del puesto de mando?
—El campamento de Alcor Dashar ha sido abandonado —informó Birgitte—. No sé dónde está Cauthon. Los seanchan nos han dejado solos.
—Enarbola mi estandarte bien alto —le indicó Elayne—. Hasta que sepamos algo de Mat, tomo el mando en este campo de batalla. Que vengan mis consejeros.
Birgitte fue a cumplir las órdenes. Las mujeres de la guardia de Elayne permanecían vigilantes y rebullían con nerviosismo al observar que los trollocs presionaban a los andoreños en el río. Habían llenado por completo la cañada entre los Altos y las ciénagas, y amenazaban con desbordarse por suelo shienariano. Parte del ejército de Egwene había atacado a los trollocs desde el otro lado de la cañada, con lo que le había quitado algo de la presión a su ejército durante un tiempo; pero más trollocs habían atacado desde arriba y parecía que los hombres de Egwene estaban recibiendo un fuerte castigo.
Elayne tenía una sólida instrucción en tácticas de batalla, aunque poca experiencia en el campo, y ahora veía lo mal que iban las cosas. Sí, había recibido la noticia de que los trollocs en la posición de río arriba habían sido destruidos por la llegada de Lan y de los fronterizos. Pero eso era un parvo alivio habida cuenta de la situación que había en el vado.
El sol se metía ya por el horizonte. Los trollocs no daban señales de retirarse, y sus soldados, de mala gana, empezaron a encender hogueras y antorchas. Organizar a sus hombres en formaciones en cuadro funcionaba mejor para defensa, pero significaba renunciar a toda esperanza de presionar y avanzar. Los Aiel luchaban allí también, al igual que los cairhieninos. Pero esos cuadros de picas eran la parte esencial de su plan de batalla.
«Nos están rodeando poco a poco», pensó. Si los trollocs conseguían hacerlo, los estrujarían hasta que los andoreños explotaran. «Luz, esto va mal.»
El sol puso un repentino fuego rojizo tras las nubes del horizonte. Con la noche, los trollocs tenían una ventaja más. La temperatura había bajado con la llegada de la oscuridad. Sus conjeturas previas de que esa batalla duraría días ahora le parecían absurdas. La Sombra presionaba con toda su potencia. A la humanidad no le quedaban días sino horas.
—Majestad —saludó el capitán Guybon, que se acercó a caballo con sus comandantes.
Las armaduras abolladas y los tabardos manchados de sangre ponían de manifiesto que nadie se libraba de participar en la lucha, ni siquiera los oficiales de alto rango.
—Consejo —dijo Elayne y lo miró a él, a Theodohr, comandante de la caballería, y a Birgitte, que era capitán general de su guardia.
—¿Retirada? —sugirió Guybon.
—¿Crees de verdad que podríamos destrabarnos? —replicó Birgitte.
Guybon vaciló, pero después meneó la cabeza.
—Bien, pues —dijo Elayne—. ¿Cómo podemos vencer?
—Resistiendo —contestó Theodohr—. Hemos de confiar en que la Torre Blanca sea capaz de vencer en su lucha contra los encauzadores sharaníes y venga en nuestra ayuda.
—No me gusta quedarme quieta aquí, sin hacer nada —opinó Birgitte—. Lo...
Un haz blanco de fuego candente cortó a través de la guardia de Elayne y vaporizó a docenas de mujeres. El caballo de Guybon desapareció bajo él, aunque la barra de luz no le dio al capitán por poco. El caballo de Elayne se encabritó y se puso en dos patas.
Mascullando juramentos, Elayne se debatió con la montura para controlarla. ¡Eso había sido fuego compacto!
—¡Lews Therin! —Una voz potenciada por el Poder retumbó en el campo—. ¡Doy caza a una mujer que amas! ¡Enfréntate a mí, cobarde! ¡Lucha!
La tierra explotó cerca de Elayne y lanzó al aire a su portaestandarte; la bandera estalló en llamas. Esta vez, Elayne fue arrojada del caballo y el golpe fue fuerte.
«¡Mis bebés!», gimió mientras giraba sobre sí y unas manos la agarraban. Birgitte. La Guardiana la subió a la silla, detrás de ella, ayudada por varias mujeres de la guardia.
—¿Puedes encauzar? —preguntó Birgitte—. No. Da igual. Estarán pendientes de eso. ¡Celebrain, enarbola otro estandarte! Cabalga río abajo con un escuadrón de guardias. ¡Yo conduciré a la reina a otra parte!
La mujer que estaba de pie junto al caballo de Birgitte saludó. ¡Era una sentencia de muerte!
—Birgitte, no —dijo Elayne.
—Demandred ha decidido que tú conseguirás hacer salir a descubierto al Dragón Renacido —contestó Birgitte, que hizo dar media vuelta a su caballo—. Y yo no estoy dispuesta a que pase tal cosa. ¡Jia!
Taconeó al animal para ponerlo a galope cuando los rayos se descargaban sobre las guardias de Elayne y hacían volar cuerpos en el aire.
Elayne rechinó los dientes. Sus ejércitos estaban en peligro de ser vencidos, rodeados... Todo ello mientras Demandred soltaba descarga tras descarga de fuego compacto, rayos y tejidos de Tierra. Ese hombre era tan peligroso como un ejército completo.
—No puedo marcharme —le dijo desde atrás a Birgitte.
—Oh, sí, ya lo creo que puedes, y vas a hacerlo —replicó la mujer de mal humor mientras el caballo galopaba—. Si Mat ha caído, y quiera la Luz que no haya ocurrido tal cosa, tendremos que montar un nuevo puesto de mando. Hay una razón para que Demandred atacara Alcor Dashar y después a ti directamente. Intenta destruir nuestra estructura de mando. Tu deber es asumirlo desde un lugar seguro y secreto. Una vez que estemos lo bastante lejos para que los exploradores de Demandred no puedan percibir que encauzas, harás un acceso y volverás a tomar el mando. Sin embargo, ahora mismo, Elayne, tienes que cerrar el pico y dejar que te proteja.
Tenía razón. Maldita sea, la tenía. Se agarró con firmeza a Birgitte mientras galopaban a través del campo de batalla; el caballo levantó pegotes de tierra tras ellas en una huida hacia la seguridad.
«Al menos facilita la tarea de encontrarlo», pensó Galad mientras cabalgaba y observaba las líneas de fuego que se descargaban desde la posición enemiga hacia el ejército de Elayne.
Galad hundió los talones en los flancos del caballo robado que montaba para avanzar deprisa a través de los Altos hacia el borde oriental. Veía una y otra vez el cuerpo moribundo de Gawyn en sus brazos.
—¡Enfréntate a mí, Lews Therin!
La voz atronadora de Demandred sacudía el suelo un poco más adelante. Había matado a su hermano y ahora ese monstruo estaba dando caza a su hermana.