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Llevaba muchos meses temiendo ese día. Desde que los trollocs habían aparecido en medio de la noche, desde que Lan y Moraine lo habían sacado de Dos Ríos, había temido lo que tenía que llegar.

La Última Batalla. El final. Descubrió que no tenía miedo ahora que había llegado el momento. Estaba preocupado, sí, pero no asustado.

«Voy por ti», pensó Rand.

—Avisad a la gente —indicó a sus escribientes—. Poned anuncios advirtiéndolo. Los temblores de tierra se repetirán. Habrá tormentas. Tormentas terribles. Se producirá un Desmembramiento y no podremos evitarlo. El Oscuro intentará convertir en polvo este mundo.

Los escribientes asintieron con la cabeza mientras se lanzaban miradas preocupadas unos a otros a la luz de las lámparas. Perrin parecía absorto, pero también hizo un leve gesto de asentimiento, como para sí mismo.

—¿Más noticias? —preguntó Rand.

—Es posible que la reina de Andor esté tramando algo esta noche, milord —apuntó Balwer.

—«Algo» no es un término muy descriptivo, Balwer —objetó Rand.

El secretario hizo un gesto mohíno.

—Lo siento, milord. Aún no tengo nada más para vos; sólo recibí esta nota. A la reina Elayne la despertaron algunos de sus consejeros hace un rato. No cuento con nadie que esté lo bastante cerca para saber por qué.

Rand frunció el entrecejo y apoyó la mano en la espada de Laman que llevaba a la cintura.

—Es posible que se trate de planes para mañana —sugirió Perrin.

—Cierto —convino Rand—. Infórmame si descubres algo, Balwer. Gracias, haces un buen trabajo aquí.

El secretario se irguió, con la cabeza bien alta. En los últimos días —unos días tan sombríos— todos buscaban algo útil de lo que ocuparse. Balwer era el mejor en lo que hacía, y se sentía seguro de su habilidad. Sin embargo, no estaba de más que se lo confirmara la persona para quien trabajaba, sobre todo si esa persona era nada menos que el Dragón Renacido.

Rand salió de la tienda, seguido por Perrin.

—Te preocupa eso —dijo Perrin—. Lo que quiera que fuera que despertó a Elayne.

—No la habrían despertado sin tener un buen motivo —susurró Rand—. En especial si se tiene en cuenta su estado.

Embarazada. Embarazada de sus hijos. ¡Luz! Acababa de enterarse. ¿Por qué no se lo había dicho ella misma?

La respuesta era sencilla: Elayne percibía las emociones de Rand igual que él sentía las de ella. Tenía que haber notado cómo se había sentido recientemente. Antes del Monte del Dragón. Cuando...

En fin, que no habría querido que afrontara su embarazo cuando se encontraba en semejante estado. Además, tampoco había puesto fácil que dieran con él.

Con todo, había sido impactante.

«Voy a ser padre», pensó, no por primera vez. Sí, Lews Therin había tenido hijos, y Rand los recordaba, así como el amor que sentía por ellos. Pero no era lo mismo.

Él, Rand al’Thor, sería padre. Eso, siempre y cuando ganara la Última Batalla.

—No la habrían despertado sin tener una buena razón —continuó—. Me preocupa, pero no por lo que pueda haber ocurrido, sino por la distracción potencial. Mañana será un día importante. Si la Sombra tiene la más ligera idea de cuán importante es, intentará todo cuanto esté a su alcance para impedir que nos reunamos y aunemos esfuerzos.

—Tengo gente cerca de Elayne —comentó Perrin mientras se rascaba la barba—. Gente a mi servicio que está al tanto de lo que pasa.

—Vayamos a hablar con esas personas —propuso Rand—. Tengo muchas cosas que hacer esta noche, pero... No puedo dejar pasar por alto esta oportunidad de descubrir algo.

Los dos se encaminaron hacia el cercano campamento de Perrin; la guardia personal de Rand apretó el paso y los siguió como sombras con velos y lanzas.

Había demasiado silencio esa noche. Egwene, en su tienda, escribía una carta a Rand. No estaba segura de si la enviaría; enviarla no era importante. Escribirla le servía para ordenar las ideas y determinar qué quería decirle.

Gawyn entró de nuevo en la tienda, con la mano posada en la espada y envuelto en la susurrante capa de Guardián.

—¿Te vas a quedar esta vez o vas a marcharte de inmediato? —le preguntó ella mientras mojaba la pluma.

—No me gusta esta noche, Egwene. —Miró hacia atrás—. Se nota algo raro.

—El mundo está en vilo, Gawyn, a la espera de los acontecimientos de mañana. ¿Mandaste recado a Elayne, como te pedí?

—Sí, pero no estará despierta. Es muy tarde para ella.

—Veremos.

Poco después llegaba un mensajero del campamento de Elayne con una breve carta plegada. Egwene la leyó y sonrió.

—Ven —le dijo a Gawyn al tiempo que se ponía de pie y recogía varias cosas. Agitó una mano y se abrió un acceso en el aire.

—¿Vamos a Viajar allí? —preguntó Gawyn—. Hay un corto trecho.

—Recorrer un corto trecho requiere que la Amyrlin emplace a la reina de Andor —respondió Egwene mientras Gawyn cruzaba el acceso antes que ella y comprobaba la seguridad al otro lado—. A veces no quiero hacer algo que dé pie a que la gente se haga preguntas.

«Siuan habría hecho cualquier cosa por tener esta habilidad», pensó Egwene mientras cruzaba el acceso. ¿Cuántas otras confabulaciones habría hilado esa mujer si hubiese podido visitar a otros tan deprisa, tan sigilosamente y con tanta facilidad?

Al otro lado, Elayne se hallaba de pie, al calor de un buen brasero. La reina llevaba puesto un vestido de color verde claro; tenía el vientre cada vez más hinchado por los bebés que llevaba dentro. Se acercó presurosa hacia Egwene y le besó el anillo. Birgitte se encontraba a un lado de los faldones de la entrada de la tienda, cruzada de brazos. Vestía una chaqueta corta de color rojo y un pantalón ancho en azul cielo; la dorada trenza le caía sobre el hombro.

Gawyn miró a su hermana y enarcó una ceja.

—Me sorprende verte despierta —le dijo.

—Estoy esperando que me traigan un informe —contestó Elayne, que hizo un gesto a Egwene para que se sentara con ella en un par de sillas mullidas que había junto al brasero.

—¿Algo importante? —se interesó Egwene.

—Jesamyn ha olvidado otra vez informar desde Caemlyn. Le di órdenes estrictas de que enviara a alguien cada dos horas y ya ves lo que tarda. Luz, probablemente no ocurra nada, pero de todos modos envié a Serinia a la zona de Viaje para que comprobara que todo iba bien. Espero que no os importe.

—Tienes que descansar —dijo Gawyn, que se cruzó de brazos.

—Muchas gracias por el consejo, que pasaré por alto como hice cuando Birgitte dijo lo mismo. Madre, ¿de qué queríais hablar?

Egwene le tendió la carta que había estado escribiendo.

—¿Para Rand? —preguntó Elayne.

—Tienes una perspectiva de él diferente de la mía. Dime qué te parece esta carta. Es posible que no se la envíe. Aún no lo he decidido.

—El tono es... enérgico —comentó Elayne.

—Es a lo único que parece responder.

—Quizás —opinó Elayne tras leer unos segundos la carta— deberíamos dejarle hacer lo que quiere, simplemente.

—¿Romper los sellos? ¿Liberar al Oscuro? —respondió ella.

—¿Y por qué no?

—¡Luz, Elayne!

—Es lo que ha de ocurrir, ¿no es así? —inquirió Elayne—. Quiero decir que el Oscuro va a escapar. De hecho, prácticamente ya está libre.

—Hay una diferencia entre tocar el mundo y estar libre. —Egwene se frotó las sienes—. En realidad, el Oscuro nunca estuvo libre en el mundo durante la Guerra del Poder. La Perforación le permitió tocarlo, pero se volvió a sellar antes de que pudiera escapar. Si el Oscuro hubiera entrado en el mundo, la propia Rueda se habría roto. Toma, te traigo esto para que lo veas.

Egwene sacó un montón de notas de su portafolio. Los apuntes los habían recopilado a toda prisa las bibliotecarias del decimotercer depósito.