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¿Qué pasa?, transmitió. ¿Te encuentras bien?

Tras un momento de tensión, le llegaron los pensamientos de la mujer.

Estoy bien. Un sobresalto por algunos sharaníes. Los convencí de que era uno de los suyos antes de que atacaran.

Lo extraordinario es que alguien sepa distinguir amigo de enemigo aquí, transmitió Androl. Ojalá que Emarin y Jonneth estuvieran a salvo. Los dos se habían ido juntos, pero si...

Se quedó inmóvil. Un poco más adelante, a través del humo arremolinado, vio un círculo de trollocs que protegían algo. Se encontraban en un afloramiento rocoso que sobresalía de la ladera como el asiento de una silla.

Avanzó cautelosamente, con la esperanza de echar una ojeada a hurtadillas.

¡Androl! La voz de Pevara en la mente le dio un susto tremendo.!

¿Qué?

Algo te había alarmado. Es lo que me hizo reaccionar así, dijo ella.

He encontrado algo. Sólo será un momento, respondió tras respirar despacio varias veces para tranquilizarse. De hecho se acercó lo bastante para notar que dentro del círculo se estaba encauzando. No sabía si...

Los trollocs se apartaron cuando alguien bramó una orden desde el interior de grupo. Mishraile se asomó y al verlo se puso ceñudo.

—¡Sólo es Nensen!

El corazón empezó a latirle desbocado a Androl.

Un hombre de negro se volvió dejando de contemplar la batalla. Taim. En las manos llevaba un disco delgado en blanco y negro. Lo frotaba con el pulgar mientras inspeccionaba el campo de batalla con gesto desdeñoso, como mostrando desprecio por los encauzadores inferiores que luchaban con esfuerzo todo en derredor.

—¿Y bien? —espetó a Androl mientras se volvía y guardaba el disco en una bolsita que llevaba a la cintura.

—He visto a Androl —dijo Androl, reaccionando con rapidez. Luz, los otros esperaban que se acercara, así que lo hizo. Pasó entre los trollocs, metiéndose en las fauces de la bestia. Si pudiera acercarse lo suficiente...—. Lo seguí un trecho.

Nensen tenía la voz grave, algo ronca, y Androl hizo cuanto pudo para imitarla. Pevara podría haber incluido la voz en el tejido, pero no sabía muy bien cómo hacerlo.

—¡Me trae sin cuidado ése! Estúpido. ¿Qué hace Demandred?

—Me vio —contestó Androl—. No le gustó que estuviera por allí. Me ordenó que volviera contigo y amenazó que, si nos veía a cualquiera de nosotros fuera de esta posición, lo mataría.

Androl... transmitió Pevara, preocupada. No podía perder la concentración para responder a la mujer. Hubo de hacer acopio de valor para acercarse a Taim. Éste se frotó la frente con dos dedos y cerró los ojos.

—Y yo que pensaba que podrías hacer algo tan sencillo —dijo y a continuación creó un tejido complejo de Energía y Fuego que lo golpeó como una víbora.

El dolor le subió por el cuerpo de repente, empezando por los pies y ascendiendo veloz por las extremidades. Androl gritó y cayó al suelo.

—¿Te ha gustado eso? —preguntó Taim—. Lo aprendí de Moridin. Creo que intenta ponerme en contra de Demandred.

Androl gritó con su propia voz. Eso lo aterró, pero los otros no parecieron darse cuenta. Cuando Taim soltó por fin el tejido, el dolor remitió. Androl se quedó postrado en el sucio suelo, con las extremidades sacudidas todavía por espasmos en respuesta al dolor que su cerebro aún recordaba.

—Levántate —gruñó Taim.

Androl empezó a incorporarse a trompicones.

Voy hacia allí, transmitió Pevara.

Quédate donde estás, repuso él. Luz, qué desvalido se sentía. Al levantarse chocó con Taim; las piernas se negaban a funcionar como deberían.

—Estúpido. —Taim lo apartó de un empellón y Mishraile lo sujetó—. Estate quieto.

Taim empezó otro tejido. Androl intentó prestar atención, pero estaba demasiado nervioso para captar los detalles del tejido, que flotó delante de él y después se enroscó a su alrededor.

—¿Qué haces? —exclamó.

No tuvo que fingir el temblor en la voz. Aquel dolor...

—¿Dijiste que viste a Androl? —contestó Taim—. Pues bien, te pongo la Máscara de Espejos e invierto el tejido para hacer que te parezcas a él. Quiero que finjas que eres el paje. Encuentra a Logain y mátalo. Usa un cuchillo o un tejido, me da lo mismo.

—¿Has hecho que me parezca a... Androl? —preguntó.

—Androl es uno de los perros fieles de Logain —dijo Taim—. No sospechará de ti. Lo que te pido es algo excepcionalmente fácil, Nensen. ¿Crees que, por una vez, podrás evitar que acabe en un desastre?

—Sí, M’Hael.

—Bien. Porque, si fallas, te mataré. —El tejido se colocó y desapareció.

Mishraile gruñó, soltó a Androl y se apartó de él.

—Creo que Androl es más feo, M’Hael —opinó.

Taim resopló con sorna y luego hizo un gesto con la mano a Androl.

—Vale así —dijo—. Quítate de mi vista. Regresa con la cabeza de Logain o no vuelvas.

Androl se alejó a trompicones, respirando con dificultad, sintiendo los ojos de los otros en la espalda. Una vez que estuvo a una distancia segura, se metió detrás de un arbusto que estaba quemado en su mayor parte, y casi tropezó con Pevara, Emarin y Jonneth, que se habían escondido allí.

—¡Androl! —susurró Emarin—. ¡Tu disfraz! ¿Qué ha pasado? ¿Ése era Taim?

Androl se sentó encogido e intentó aquietar los latidos del corazón. Luego sostuvo en alto la bolsita que le había quitado a Taim del cinturón cuando, al incorporarse, se tambaleó contra él.

—Era Taim, sí. No vais a creerlo, pero...

Sentado a lomos de Poderoso, Arganda sostuvo el trozo de papel en el hueco de la mano y sacó de un bolsillo la lista de códigos. Esos trollocs seguían lanzando flechas. Hasta ahora, había evitado que le diera alguna. Al igual que la reina Alliandre, que todavía cabalgaba con él. Al menos había accedido a permanecer más atrás con sus fuerzas de reserva, donde se hallaba más protegida.

Además de la Legión del Dragón y los fronterizos, su fuerza, junto con la Guardia del Lobo y los Capas Blancas, se habían desplazado río abajo tras la batalla en las ruinas. Él contaba con más soldados de infantería que los otros, y los habían seguido más despacio.

Allí habían encontrado lucha de sobra con los trollocs y los sharaníes que intentaban rodear los ejércitos de Andor por el cauce seco del río. Arganda llevaba combatiendo allí unas cuantas horas, y ahora la puesta de sol daba paso a las sombras. No obstante, se había retirado en cuanto recibió el mensaje.

—Qué jodida letra más horrible —rezongó mientras volvía hacia la antorcha la pequeña lista de códigos.

Las órdenes eran auténticas. O eso, o era que alguien había descifrado el código.

—¿Y bien? —preguntó Turne.

—Cauthon está vivo —dijo Arganda con un gruñido.

—¿Dónde está?

—No lo sé. —Arganda dobló el papel y guardó los códigos—. El— mensajero dijo que Cauthon abrió un acceso delante de él, le lanzó la carta a la cara y le dijo que me buscara.

Arganda giró hacia el sur y escudriñó en la oscuridad. Preparándose para la noche, sus hombres habían llevado aceite a través de accesos y habían prendido fuego a los montones de madera. A la luz de las hogueras, alcanzó a ver a los hombres de Dos Ríos que se encaminaban hacia allí, como decían las órdenes.

—¡Eh, Tam al’Thor! —llamó Arganda al tiempo que alzaba una mano.

No había visto a su comandante desde que se habían separado tras la batalla en las ruinas, horas atrás.

Los hombres de Dos Ríos parecían tan agotados como se sentía el propio Arganda. Había sido un día muy, muy largo y la batalla no había acabado ni mucho menos.

«Ojalá estuviera aquí Gallenne —pensó, observando a los trollocs en el río en tanto que los hombres de al’Thor se acercaban—. Me vendría bien tener alguien con quien discutir.»