Rand miró a Elayne a los ojos con intensidad, profundamente. Detrás de ellos, en el fondo, acechaba una sombra. Oh, era una sombra inocente, pero sombra de todos modos. Era como... como esa que...
Como la que había en el fondo de los ojos de alguien que había sido Trasmutado al Oscuro.
Rand se incorporó de un brinco y retrocedió a trompicones.
—¡¿Qué has hecho aquí?! —le gritó al cielo—. ¡Shai’tan! ¡Responde!
Elayne ladeó la cabeza. No parecía asustada. El miedo no existía en ese lugar.
—¿Shai’tan? Juraría que conozco ese nombre. Aunque de hace muchísimo tiempo... A veces soy olvidadiza.
—¡¡SHAI’TAN!! —bramó Rand.
NO HE HECHO NADA, ADVERSARIO. ÉSTA ES TU CREACIÓN. La voz sonaba distante.
—¡Tonterías! ¡La has cambiado! ¡Los has cambiado a todos!
¿CREÍAS QUE APARTARME DE SUS VIDAS NO TENDRÍA REPERCUSIONES EN ELLOS?
Las palabras retumbaron contra Rand. Horrorizado, retrocedió cuando Elayne se levantó del banco, obviamente preocupada por él. Sí, ahora lo veía, veía lo que había detrás de sus ojos. No era ella misma... Y no lo era porque él le había arrebatado la capacidad de serlo.
YO TRASMUTO HOMBRES, dijo Shai’tan. ES CIERTO. NO PUEDEN ELEGIR EL BIEN UNA VEZ QUE LOS HE HECHO MÍOS DE ESE MODO. ¿EN QUÉ SE DIFERENCIA ESTO DE LO QUE HAGO YO, ADVERSARIO?
SI HACES ESTO, SOMOS UNO.
—¡No! —gritó Rand; sujetándose la cabeza con la mano, cayó de rodillas—. ¡No! ¡El mundo sería perfecto sin ti!
PERFECTO. INVARIABLE. MALOGRADO. HAZ ESTO SI QUIERES, ADVERSARIO. ACABANDO CONMIGO, GANARÉ YO.
HAGAS LO QUE HAGAS, GANO YO.
Rand gritó y se hizo un ovillo cuando el siguiente ataque del Oscuro lo acometió. La pesadilla que Rand había creado explotó y los hilos de luz se diseminaron como trazos de humo.
La oscuridad a su alrededor se sacudió y tembló.
NO PUEDES SALVARLOS.
El Entramado —reluciente, vibrante— se enroscó alrededor de Rand otra vez. El Entramado real. La verdad de lo que estaba ocurriendo. Al crear su visión de un mundo sin el Oscuro, había creado algo horrible. Algo espantoso. Algo peor de lo que habría sido antes.
El Oscuro volvió a atacar.
Mat se apartó de la lucha y se apoyó la ashandarei en el hombro. Karede había demandado la ocasión de combatir; cuanto más desesperada la situación, mejor. En fin, el hombre debería estar puñeteramente complacido con esto. ¡Tendría que estar bailando y riendo! Había recibido lo que quería. Luz, vaya si lo había recibido.
Se sentó en un trolloc muerto —el único asiento disponible— y bebió profusamente del odre. Había captado el pulso de la batalla, su ritmo. El compás que marcaba era desesperado. Demandred era listo. No había ido por el cebo que Mat le había puesto en el vado, donde había situado un ejército más pequeño. Demandred había mandado trollocs allí, pero había retenido a sus sharaníes. Si el Renegado hubiera abandonado los Altos para atacar al ejército de Elayne, él habría empujado a sus ejércitos a través de la cumbre de los Altos desde el oeste y el nordeste para machacar a las fuerzas de la Sombra desde atrás. Ahora Demandred intentaba situar sus fuerzas detrás de las de Elayne, y él se lo había impedido de momento. Mas ¿durante cuánto tiempo podría contenerlo?
A las Aes Sedai no les iban bien las cosas. Los encauzadores sharaníes estaban ganando esa batalla.
«Suerte —pensó Mat—. Vamos a necesitarte hoy, y en cantidad. No me abandones ahora.»
Ése sería un final apropiado para Matrim Cauthon. Al Entramado le gustaba burlarse de él. De repente vio la jugarreta que le había gastado al darle suerte cuando no era importante, para después quitársela por completo cuando realmente tenía importancia.
«Rayos y truenos», pensó mientras guardaba el odre, alumbrado por una antorcha que Karede llevaba. Mat no notaba su suerte en ese momento. Eso ocurría a veces. No sabía si lo acompañaba o no.
Bueno, pues si no podían contar con un Matrim Cauthon afortunado, al menos tendrían a un Matrim Cauthon obstinado. No tenía intención de morir ese día. Todavía quedaban danzas que bailar; todavía quedaban canciones que cantar y mujeres que besar. Al menos una.
Se puso de pie y se reunió con los Guardias de la Muerte, los Ogier, el ejército de Tam, la Compañía, los fronterizos; todos los que había situado allí. La batalla se había reanudado y combatían duro; incluso habían hecho retroceder a los sharaníes un par de cientos de pasos. Pero Demandred se había dado cuenta de lo que intentaba y había empezado a mandar vertiente arriba a trollocs que luchaban en el río para que se unieran a la contienda. Era la zona más empinada —la más difícil por la que trepar—, pero el Renegado sabía que tenía que meterle presión.
Esos trollocs eran un verdadero peligro. Había suficientes en el río para poder rodear a Elayne y abrirse paso vertiente arriba hacia la cumbre de los Altos. Si cualquiera de sus ejércitos se venía abajo, estaban perdidos.
En fin, había tirado los dados y había enviado sus órdenes. Ya sólo quedaba luchar, sangrar y confiar.
Un chorro de luz, como fuego líquido, llameó en el lado occidental de los Altos. Gotas ardientes de piedra derretida cayeron por el oscuro aire. Al principio, Mat pensó que Demandred había decidido atacar desde esa dirección, pero el Renegado seguía centrado en destruir a los andoreños.
Otro estallido de luz. Eso había sido donde luchaban las Aes Sedai. En medio de la oscuridad y el humo, a Mat le pareció ver... No, estaba seguro. Eran sharaníes huyendo a través de los Altos, del oeste al este. Mat se sorprendió sonriendo.
—Mirad —dijo, al tiempo que daba una palmada a Karede en el hombro para atraer la atención del hombre.
—¿Qué es?
—No lo sé, pero está prendiendo fuego a los sharaníes, así que creo poder decir que me gusta. ¡Sigamos luchando!
Condujo a Karede y a los otros en otra carga contra los soldados sharaníes.
Olver caminaba doblado bajo el peso del haz de flechas atadas a la espalda. Tenían que cargar con peso real; había insistido en ello. ¿Qué ocurriría si alguna persona de la Sombra inspeccionaba la mercancía y descubría que su haz iba relleno de ropa por dentro?
Setalle y Faile no tenían por qué mirarlo de continuo, como si fuera a romperse en cualquier momento. El bulto no era tan pesado. Por supuesto, eso no iba a impedirle exprimir toda la compasión posible de Setalle cuando hubieran regresado. Tenía que practicar ese tipo de cosas o acabaría siendo tan patético como Mat.
La fila siguió adelante hacia el puesto de abastecimiento de las Tierras Malditas, y, a medida que avanzaban, Olver admitió para sus adentros que no le habría importado que el haz pesara un poco menos. Y no porque estuviera cansado. ¿Cómo iba a luchar si tenía que hacerlo? Tendría que deshacerse del bulto con rapidez y ése no parecía el tipo de fardo que lo dejaba a uno hacer nada deprisa.
El polvo gris le cubría los pies. No llevaba zapatos, y la ropa ahora no serviría ni para trapos. Poco antes, Faile y la Compañía habían atacado una de las lastimosas caravanas que se dirigían hacia el puesto de abastecimiento de la Sombra. Tampoco es que hubiera habido mucha pelea; sólo eran tres Amigos Siniestros y una sebosa mercader que vigilaban una fila de cautivos agotados y mal alimentados.
Muchas de las provisiones llevaban la marca de Kandor, un caballo rojo. De hecho, muchos de esos cautivos eran kandoreses. Faile les había ofrecido la libertad enviándolos hacia el sur, pero sólo la mitad se había marchado. Los demás habían insistido en unirse a ella y marchar a la Última Batalla, aunque Olver había visto pordioseros en las calles con más carne en el cuerpo que esos tipos. Aun así, sirvieron para que la caravana de Faile pareciera auténtica.
Eso era importante. Olver echó una ojeada hacia arriba cuando se aproximaban al puesto de abastecimiento; el camino estaba alumbrado con antorchas en la fría noche. A un lado había varios de esos rojos, viendo pasar la fila. Olver bajó de nuevo la vista para que no vieran el odio en su mirada. Había sabido desde el principio que no se podía confiar en los Aiel.