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Un par de guardias —no Aiel, sino más de esos Amigos Siniestros— ordenaron a la fila que se parara. Aravine se adelantó, vestida con la ropa de la mujer mercader a la que habían matado. Era evidente que Faile era saldaenina, y habían decidido que podría ser demasiado peculiar para interpretar el papel de mercader Amiga Siniestra.

—¿Dónde están tus guardias? —preguntó el soldado—. Ésta es la ruta de Lifa, ¿no? ¿Qué ha pasado?

—¡Esos estúpidos! —dijo Aravine, y a continuación escupió en el suelo. Olver disimuló una sonrisa. La expresión del semblante le había cambiado por completo. Sabía cómo interpretar un papel—. ¡Están muertos, y allí los he dejado! Les dije que no merodearan de noche. No sé qué comerían los tres, pero los encontramos al borde del campamento, hinchados, con la piel negra. —Puso cara de estar revuelta—. Creo que algo puso huevos en los estómagos sin fondo de esos tres tragones. No quisimos descubrir qué incubaban.

—¿Y tú eres? —gruñó el soldado.

—Pansai —contestó Aravine—. Socia de Lifa.

—¿Desde cuándo tiene Lifa una socia?

—Desde que la apuñalé y me apoderé de su ruta.

La información que tenían de Lifa procedía de los cautivos rescatados. Y era escasa. Olver empezó a sudar. El guardia dirigió una larga mirada a Aravine y luego caminó fila abajo.

Los soldados de Faile, mezclados entre los cautivos kandoreses, intentaban adoptar la postura adecuada.

—Tú, mujer —dijo el guardia, señalando a Faile—. Saldaenina, ¿eh? —Se echó a reír—. Creía que una saldaenina mataría a un hombre antes que permitir que la tomara cautiva. —Le dio un empujón en el hombro.

Olver contuvo la respiración. ¡Oh, rayos y centellas! Lady Faile no iba a poder aguantar eso. ¡El guardia comprobaba si los cautivos estaban realmente domeñados o no! La postura de Faile, su actitud, la descubrirían. Era una noble, y...

Faile se encogió, se empequeñeció y gimoteó una respuesta que Olver no alcanzó a oír.

Olver se quedó boquiabierto, y luego se obligó a cerrar la boca y bajar la vista al suelo. ¿Cómo? ¿Cómo había aprendido a actuar como una criada una dama como Faile?

—Seguid —gruñó el guardia, que hizo un gesto a Aravine—. Esperad allí hasta que os mandemos venir.

El grupo avanzó pesadamente hacia un espacio de tierra que había cerca, donde Aravine ordenó a todos que se sentaran. Ella se quedó al lado, cruzada de brazos, dando golpecitos con un dedo mientras esperaba. Retumbó un trueno, y Olver sintió un extraño helor. Alzó la vista y se encontró con el rostro sin ojos de un Myrddraal.

Una sacudida le recorrió el cuerpo a Olver, como si lo hubieran tirado a un lago helado. No podía respirar. El Myrddraal pareció deslizarse cuando se movió, la capa inmóvil y muerta, mientras caminaba alrededor del grupo. Tras unos instantes horribles, siguió adelante, de vuelta hacia el campamento de suministros.

—Buscaba encauzadores —le susurró Faile a Mandevwin.

—La Luz nos asista —susurró el hombre.

La espera se hizo casi insufrible. Por fin, una mujer rolliza vestida de blanco se acercó y tejió un acceso. Aravine les ordenó con brusquedad a todos que se levantaran y luego les hizo un ademán para que lo cruzaran. Olver se unió a la fila, cerca de Faile, y pasaron de la tierra de arena roja y aire frío a un lugar que olía como si hubiera fuego.

Entraron en un campamento desorganizado repleto de trollocs. Varios calderos enormes cocían cerca. Justo detrás del campamento, una pendiente escarpada ascendía hacia una especie de meseta. Chorros de humo se arremolinaban en lo alto, y desde allí, en algún punto a la izquierda de Olver, llegaba el estruendo del combate. A lo lejos, volviéndose hacia el lado opuesto de la pendiente, vio el perfil de un alto afloramiento rocoso que se alzaba en la planicie como una vela medio gastada en mitad de una mesa.

Volvió de nuevo la vista a la pendiente, detrás del campamento, y el corazón le dio un brinco. Aferrando todavía en la mano un estandarte —uno que llevaba una gran mano roja— un cuerpo caía a plomo desde lo alto del repecho. ¡La Compañía de la Mano Roja! Hombre y estandarte cayeron en medio de un grupo de trollocs que comía trozos de carne chisporroteante alrededor de una hoguera. Saltaron chispas en todas direcciones y las furiosas bestias sacaron al intruso del fuego con violencia, aunque a ese pobre hombre ya había dejado de importarle lo que le hicieran.

—Faile —musitó Olver.

—Ya lo he visto. —El fardo que llevaba escondía la bolsa con el Cuerno dentro. Con voz casi inaudible, añadió—: Luz, ¿cómo vamos a llegar hasta Mat?

Se movieron hacia un lado a medida que el resto del grupo pasaba a través del acceso. Tenían espadas, pero las llevaban atadas como flechas, en haces; unos cuantos hombres las llevaban cargadas a la espalda como si fueran paquetes atados de suministros para el campo de batalla.

—Rayos y truenos —susurró Mandevwin, que se unió a ellos. En un corral cercano, unos cautivos gimoteaban—. ¿Nos meterán ahí a nosotros? Podríamos escabullirnos de noche.

—No quitarán los bultos que cargamos —dijo Faile al tiempo que meneaba la cabeza—. Nos dejarán desarmados.

—Entonces, ¿qué hacemos? —Mandevwin miró hacia un lado mientras pasaba un grupo de trollocs que arrastraban cadáveres recogidos del frente—. ¿Empezamos a luchar? ¿Confiar en que lord Mar nos vea y mande ayuda?

A Olver no le parecía que ése fuera un plan ni medianamente bueno. Quería luchar, pero esos trollocs eran... enormes. Pasó cerca uno de ellos y la cabeza semejante a la de un lobo se volvió hacia él. Los ojos, que podrían haber pertenecido a un hombre, lo miraron de arriba abajo como si tuviera hambre. Olver retrocedió y a continuación llevó la mano hacia el fardo que cargaba, donde había escondido su cuchillo.

—Echaremos a correr —respondió Faile, también en un susurro, cuando el trolloc hubo pasado—. Nos dispersamos en una docena de direcciones, a ver si los desorientamos. Tal vez unos cuantos de nosotros consigamos escapar. —Frunció el entrecejo—. ¿Por qué se retrasa tanto Aravine?

Casi no acababa de decirlo cuando Aravine pasó a través del acceso. La mujer de blanco que había encauzado cruzó tras ella, y entonces Aravine señaló a Faile.

Faile se sacudió cuando algo la alzó en el aire. Olver dio un respingo y Mandevwin barbotó una maldición al tiempo que tiraba la carga e intentaba sacar la espada, en tanto que Arrela y Selande gritaban. Un instante después, los tres se encontraron suspendidos en el aire por tejidos y los Aiel con velos rojos salían corriendo a través del acceso con las armas enarboladas.

Se desató un pandemónium. Unos cuantos soldados de Faile cayeron al intentar luchar con los puños. Olver se tiró al suelo y se puso a buscar su cuchillo; pero, para cuando tuvo la mano en la empuñadura, la escaramuza había terminado. Todos los demás estaban reducidos o atados en el aire.

«¡Tan deprisa!», pensó Olver con desesperación. ¿Por qué nadie le había advertido que los combates sucedían con tanta rapidez?

Todo el mundo parecía haberse olvidado de él, pero no sabía qué hacer.

Aravine se acercó a Faile, que seguía colgada en el aire. ¿Qué era lo que pasaba? Aravine... ¿los había traicionado?

—Lo siento, milady —le habló la mujer a Faile.

Olver casi no oía lo que decía. Seguían sin reparar en él; los Aiel empujaron a los soldados y los reunieron en un grupo para mantenerlos bajo vigilancia. Unos cuantos yacían en el suelo, sangrando.

Faile se debatió en el aire y el rostro se le enrojeció por los esfuerzos. Era evidente que la tenían amordazada, porque ella no se habría quedado callada en un momento así.

Aravine desató la bolsa del Cuerno que Faile llevaba en la espalda y después miró dentro. Abrió los ojos de par en par. Cerró la boca de la bolsa y la apretó contra sí.