—Tenía la esperanza de dejar atrás mi vida de antes —le susurró a Faile—. Empezar de cero. Creí que podría esconderme o que se olvidarían de mí, que podría regresar a la Luz. Pero el Gran Señor no olvida y nadie puede esconderse de él. Dieron conmigo la primera noche que llegamos a Andor. No era esto lo que pretendía, pero es lo que debo hacer. —Aravine dio media vuelta.—
—¡Un caballo! —pidió—. Entregaré este paquete a lord Demandred en persona, como se me ha ordenado.
La mujer de blanco se acercó a ella y las dos empezaron a discutir en voz baja. Olver echó una ojeada a su alrededor. Nadie lo miraba.
Los dedos empezaron a temblarle. Había sabido que los trollocs eran grandes y feos. Pero... esas cosas eran pesadillas. Pesadillas de todas todas. ¡Oh, Luz!
¿Qué haría Mat en un caso así?
—Dovie’andi se tovya sagain— —n susurró mientras desenvainaba el cuchillo.
Con un grito, se lanzó contra la mujer de blanco y le hincó el cuchillo en la zona lumbar.
Ella chilló. Faile cayó al suelo, libre de las ataduras de Aire. Y entonces, de repente, los corrales de cautivos se abrieron de golpe y un grupo de hombres, gritando, salieron a trompicones a la libertad.
—¡Hacedlo más alto! —gritó Doesine—. ¡Deprisa, maldita sea!
Leane obedeció y tejió Tierra con las otras hermanas. El suelo tembló delante de ellas y empezó a subir y a bajar, plegándose como una alfombrilla al sacudirla. Terminaron y a continuación utilizaron la tierra amontonada para mantenerse a resguardo mientras el fuego caía desde la parte alta de la vertiente.
Doesine dirigía el grupo variopinto. Más o menos una docena de Aes Sedai, y unos pocos Guardianes y soldados. Los hombres asían las armas con fuerza, pero hacía rato que resultaban tan eficaces para la lucha como unas hogazas de pan. El Poder chisporroteó y siseó en el aire. El improvisado parapeto se sacudió con violencia cuando los sharaníes lo atacaron con fuego.
Asida el Poder Único, Leane echó un vistazo por encima de las defensas. Se había recuperado de su encuentro con el Renegado Demandred. Había sido una experiencia perturbadora; había estado por completo a su merced, y él podría haber acabado con su vida en un instante. También la inquietaba la intensidad de sus desvaríos; jamás había visto un odio semejante al que el Renegado sentía por el Dragón Renacido.
Un grupo de sharaníes bajó por la pendiente y juntos lanzaron tejidos a la improvisada fortificación. Leane cortó un tejido en el aire del mismo modo que un cirujano cortaría un trozo de carne gangrenada. Ahora era mucho más débil que antes con el Poder Único.
En consecuencia, tenía que ser más eficaz en su forma de encauzar. Resultaba sorprendente lo que una mujer era capaz de lograr con menos.
El parapeto explotó.
Leane se lanzó hacia un lado cuando los pegotes de tierra empezaron a caer. Tosiendo, rodó sobre sí misma en medio del humo arremolinado, sin soltar el Saidar. Se puso de pie; tenía el vestido hecho jirones por la explosión, y los brazos marcados de arañazos. Captó un atisbo de azul asomando por un surco cercano. Doesine. Se acercó a trompicones.
Encontró el cuerpo de la mujer allí, pero no la cabeza.
Leane sintió una inmediata y casi insoportable sensación de pérdida y tristeza. Doesine y ella no habían estado muy unidas, pero habían luchado juntas allí. Tanta destrucción y tanta muerte estaban pasándole factura. ¿Cuánto más podrían soportar? ¿A cuántos más tendría que ver morir?
Se armó de valor, aunque le costó un gran esfuerzo. Luz, aquello era un desastre. Habían esperado que hubiera Señores del Espanto del enemigo, pero había cientos y cientos de esos sharaníes. Lo mejor de la nación entre sus encauzadores, todos entrenados para la guerra. El campo de batalla se hallaba sembrado de fragmentos de colores: Aes Sedai caídas. Sus Guardianes cargaban vertiente arriba gritando con rabia por la pérdida de sus Aes Sedai y caían aniquilados por los estallidos de Poder.
Leane avanzó dando trompicones hacia un grupo de Rojas y Verdes que luchaban desde una oquedad abierta en el suelo de la ladera occidental. El terreno las protegía de momento, pero ¿cuánto tiempo podrían resistir esas mujeres?
Con todo, se sintió orgullosa. Aunque superadas en número y desbordadas, las Aes Sedai seguían luchando. Eso no se parecía ni de lejos a la noche del ataque seanchan, cuando una Torre dividida se había roto de dentro afuera. Esas mujeres resistían con firmeza; cada vez que dispersaban uno de sus grupos, volvían a reagruparse y seguían combatiendo. El fuego les caía encima, pero también era mucho el que volaba de vuelta, y los rayos se descargaban en ambos lados.
Leane se acercó al grupo con todo tipo de precauciones, y se reunió con Raechin Connoral, que estaba agachada junto a un peñasco y lanzaba tejidos de Fuego a los sharaníes que avanzaban. Leane esperó la respuesta de tejidos, y entonces desvió uno con un rápido tejido de Agua, haciendo que la bola de fuego se deshiciera en minúsculas chispas.
Raechin le hizo un gesto con la cabeza.
—Y yo que pensé que habías dejado de ser útil para algo que no fuera guiñar el ojo a los hombres —dijo luego la Roja.
—Las artes domani se basan en lograr lo que uno quiere con el menor esfuerzo posible, Raechin —replicó Leane con frialdad.
La Roja resopló y lanzó unas cuantas bolas de fuego hacia los sharaníes.
—Debería pedirte consejo sobre eso algún día —dijo—. Si de verdad existe una forma de conseguir que los hombres hagan lo que una quiere, me gustaría muchísimo saber cómo.
La idea era tan absurda que casi hizo reír a Leane a pesar de las terribles circunstancias. ¿Una Roja? ¿Usando afeites y aprendiendo las sutiles artes domani de manipulación?
«Bueno, ¿y por qué no?», pensó Leane al tiempo que derribaba otra bola de fuego. El mundo estaba cambiando, y los Ajahs —aunque de una manera muy sutil— cambiaban con él.
La resistencia de las hermanas empezaba a atraer la atención de más encauzadores sharaníes.
—Tendremos que abandonar pronto esta posición —dijo Raechin.
Leane se limitó a asentir con la cabeza.
—Esos sharaníes... —gruñó la Roja—. ¡Fíjate en eso!
Leane dio un respingo. Muchas de las tropas sharaníes en esa zona se habían retirado de la lucha —al parecer, enviadas a otra parte por alguna razón—, pero los encauzadores las habían reemplazado con un gran grupo de personas aparentemente asustadas y las conducían hacia el frente para que atrajeran los ataques. Muchos llevaban palos o herramientas de algún tipo para luchar, pero iban apiñados unos contra otros y sostenían las armas con inseguridad.
—Pero qué puñetas —rezongó Raechin, con lo que consiguió que Leane enarcara una ceja y la mirara.
Siguió tejiendo e intentó lanzar los rayos de forma que cayeran detrás de las líneas de la gente asustada. Aun así, alcanzaron a muchas. Leane tenía el corazón en un puño, pero se unió a los ataques.
Mientras continuaban con la tarea, Manda Wan subió hacia ellas gateando. Con la cara tiznada de hollín y la ropa manchada, la Verde tenía un aspecto espantoso.
«Probablemente tan horrible como el mío», pensó Leane, que bajó la vista para echarse una ojeada a los brazos arañados y tiznados.
—Retrocedemos —dijo Manda—. Puede que tengamos que utilizar accesos.
—¿E ir adónde? —preguntó Leane—. ¿Abandonamos la batalla?
Las tres se quedaron calladas. No. No había retirada de esa lucha. Allí era vencer o nada.
—Estamos demasiado fragmentadas —repuso Manda—. Hemos de retroceder para reagruparnos al menos. Hay que reunir a las mujeres, y esto es lo único que se me ha ocurrido. A menos que tengas una idea mejor.
Manda miraba a Raechin. Leane era ahora demasiado débil en el Poder para que su opinión tuviera peso. Empezó a cortar tejidos mientras las otras dos seguían hablando en susurros. Las Aes Sedai que estaban cerca empezaron a retroceder hacia la oquedad de la ladera y a bajar la pendiente. Se reagruparían, harían un acceso hacia Alcor Dashar y decidirían qué hacer a continuación.