—No digo que no debamos romper los sellos —agregó Egwene—. Lo que digo es que, con esto, no podemos correr el riesgo de seguir un proyecto insensato de Rand.
Elayne sonrió con cariño.
«Luz, está locamente enamorada —pensó Egwene—. Puedo confiar en ella, ¿verdad?» No era fácil saberlo con la Elayne de la actualidad. La estratagema de la reina con las Allegadas...
—Por desgracia no hemos descubierto nada pertinente con tu biblioteca ter’angreala — agregó. La estatuilla del sonriente hombre barbudo casi había ocasionado un disturbio en la Torre, pues todas las hermanas querían leer los miles de libros que contenía—. Parece que todos fueron escritos antes de que la Perforación se abriera. Seguirán buscando, pero estas notas recogen todo cuanto hemos podido reunir respecto a los sellos y la prisión del Oscuro. Si rompiéramos los sellos en el momento equivocado, me temo que significaría el fin de todas las cosas. Mira, lee esto. —Le tendió una página a Elayne.
—¿El Ciclo Karaethon? —preguntó Elayne con curiosidad—. «Y la luz desfallecerá y no habrá amanecer, en tanto el cautivo clama.» ¿El cautivo es el Oscuro?
—Eso creo —dijo Egwene—. Las Profecías nunca son claras. Rand se propone entablar la Última Batalla y romper los sellos de inmediato, pero es una idea atroz. Nos aguarda una guerra larga. Liberar al Oscuro ahora reforzaría las filas de la Sombra y a nosotros nos debilitaría.
»Si hay que hacerlo, y aún no sé si es necesario, deberíamos esperar hasta el último instante posible. Como mínimo, deberíamos discutirlo. Rand estaba en lo cierto respecto a muchas cosas, pero también se ha equivocado en otras. Ésta no es una decisión que se le deba permitir que tome exclusivamente él.
Elayne revolvió las páginas y de pronto se detuvo en una de ellas.
—«Su sangre nos traerá la Luz...» —Frotó la hoja con el pulgar, como absorta en sus pensamientos—. «Esperad la Luz.» ¿Quién añadió esta nota?
—Es el ejemplar que poseía Doniella Alievin de la traducción de Termendal de El Ciclo Karaethon —explicó Egwene—. Doniella puso sus propias notas y han sido objeto de tanta discusión entre estudiosos como las propias Profecías. Era una Soñadora, ¿sabes? La única Amyrlin que sepamos que lo ha sido. Antes que yo, claro.
—Sí —dijo Elayne.
—Las hermanas que recogieron estos apuntes para mí llegaron a la misma conclusión que yo —añadió Egwene—. Puede que llegue el momento de romper los sellos, pero ese momento no es al principio de la Última Batalla, piense lo que piense Rand. Debemos esperar el momento oportuno y, como Vigilante de los Sellos, es responsabilidad mía elegirlo. No pondré al mundo en peligro por una de las estratagemas histriónicas de Rand.
—Tiene cierta vena de juglar —comentó Elayne, otra vez con cariño—. Tu exposición es buena, Egwene. Platéasela a él. Te escuchará. Es sensato, y es posible convencerlo.
—Veremos. De momento, yo...
Egwene percibió de pronto una ráfaga de alarma en Gawyn. Se volvió hacia él para mirarlo. Fuera se oía el galope de un caballo. No es que Gawyn tuviera el oído más fino que ella, pero su trabajo era estar pendiente de cosas así.
Egwene abrazó la Fuente Verdadera, lo que ocasionó que Elayne hiciera otro tanto. Birgitte ya había abierto los faldones de la entrada, con la mano en la espada.
Fuera, una mensajera rendida y con los ojos desorbitados se bajó de un salto de la silla. Entró en la tienda tambaleándose mientras Birgitte y Gawyn se situaban junto a Elayne de inmediato, vigilantes, en caso de que se acercara demasiado. No lo hizo.
—Caemlyn está siendo atacada, majestad —dijo la mujer, jadeante.
—¡Qué! —Elayne se incorporó de golpe—. ¿Cómo? ¿Acaso Jarid Sarand se ha lanzado por fin...?
—Trollocs —farfulló la mensajera—. Empezó poco antes del crepúsculo.
—¡Imposible! —Elayne asió a la mensajera por el brazo y la sacó de la tienda casi a rastras. Egwene fue tras ellas con rapidez—. Han transcurrido casi seis horas desde que empezó a anochecer —le dijo a la mensajera—. ¿Por qué no hemos sabido nada hasta ahora? ¿Qué ha pasado con las Allegadas?
—De eso no sé nada, majestad —contestó la mensajera—. El capitán Guybon me mandó que viniera a buscaros lo antes posible. Acaba de llegar por el acceso.
La zona de Viaje no se encontraba lejos de la tienda de Elayne. Ya había una multitud agrupada allí, pero hombres y mujeres abrieron paso a la Amyrlin y a la reina. En cuestión de segundos las dos habían llegado a primera línea.
Hombres con las ropas ensangrentadas salían por el acceso caminando fatigosamente y tirando de una especie de carros pequeños cargados con las nuevas armas de Elayne, los dragones. Muchos parecían a punto de desplomarse. Olían a humo y tenían la piel tiznada de hollín. No pocos cayeron inconscientes cuando los hombres de Elayne se acercaron para ayudarlos con los carros, que, tal como saltaba a la vista, estaban pensados para que fueran tirados por caballos.
Más accesos se abrieron cerca cuando Serinia Sedai y algunas de las Allegadas más fuertes —Egwene no quería pensar en ellas como las Allegadas de Elayne— abrieron otros. Los refugiados entraron por ellos como las aguas de un río que se desbordan de forma repentina.
—Ve —le dijo a Gawyn mientras tejía un acceso que comunicaba con las zonas de Viaje en el cercano campamento de la Torre Blanca—. Manda venir a tantas Aes Sedai como sea posible despertar. Dile a Bryne que prepare a sus soldados, dile que hagan lo que Elayne ordene y mándalos por accesos a las afueras de Caemlyn. Mostraremos solidaridad con Andor.
Gawyn asintió con la cabeza y entró por el acceso. Egwene lo cerró después y se reunió con Elayne, cerca del agrupamiento de soldados heridos y confusos. Sumeko, de las Allegadas, se había hecho cargo de organizar la Curación para que se atendiera primero a los que corrían un peligro inmediato.
El aire estaba cargado de humo. Mientras Egwene se acercaba deprisa hacia Elayne avistó algo a través de uno de los accesos: Caemlyn en llamas.
«¡Luz!» Se quedó conmocionada un instante, y luego reanudó la marcha. Elayne hablaba con Guybon, comandante de la Guardia Real. El apuesto hombre parecía que se mantenía de pie de puro milagro, con las ropas y los brazos manchados con un alarmante montón de roja sangre.
—Amigos Siniestros mataron a dos de las mujeres que dejasteis para enviaros mensajes, majestad —le decía a Elayne con voz cansada—. Otra cayó en la lucha. Pero recobramos los dragones. Una vez que... escapamos... —Parecía afligido por algo—. Una vez que escapamos por el agujero abierto en la muralla, descubrimos que varias bandas de mercenarios se abrían paso alrededor de la ciudad hacia la puerta que lord Talmanes había dejado con soldados para defenderla. Por casualidad, se encontraban lo bastante cerca para ayudarnos en la huida.
—Hicisteis un buen trabajo —dijo Elayne.
—Pero la ciudad...
—Hicisteis un buen trabajo —repitió Elayne con voz firme—. Recobrasteis los dragones y rescatasteis a toda esta gente. Me ocuparé de que se os recompense por ello, capitán.
—Dad vuestra recompensa a los hombres de la Compañía, majestad. Han sido ellos quienes lo han conseguido. Y, por favor, si pudieseis hacer algo por lord Talmanes... —Señaló al hombre caído que varios miembros de la Compañía acababan de transportar a través del portal.
Elayne se arrodilló junto a él y Egwene se reunió con ella. Al principio Egwene creyó que Talmanes estaba muerto, con la piel oscurecida como por la vejez. Entonces el hombre inhaló con dificultad.
—Luz —dijo Elayne, que Ahondaba el cuerpo postrado del hombre—. Jamás había visto algo así.
—Lo causan las hojas forjadas en Thakan’dar —dijo Guybon.
—Esto nos supera —le dijo Egwene a Elayne mientras empezaba a incorporarse—. Yo... —Dejó la frase en el aire al oír algo por encima de los gemidos de los soldados y el chirrido de las ruedas.