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—Eres poderoso —dijo Demandred. Logain apenas oía las palabras del Renegado. Los oídos... el trueno...—. Pero no eres Lews Therin.

Con un gruñido, Logain tejió a través de las lágrimas y arrojó rayos a Demandred. Tejió dos, y, si bien el Renegado cortó uno de ellos en el aire, el otro dio en el blanco.

Pero... ¿qué era ese tejido? Era otro que Logain no conocía. Aunque el rayo alcanzó a Demandred, de algún modo se desvió hacia el suelo, donde se disipó. Un tejido tan sencillo de Aire y Tierra, y aun así había inutilizado el rayo.

Un escudo se interpuso entre Logain y la Fuente. A través de los ojos dañados contempló el tejido de fuego compacto que empezaba a formarse en las manos del Renegado. Gruñendo, cogió un trozo de esquisto que había a su lado en el suelo, del tamaño de su puño, y se lo arrojó a Demandred.

Sorprendentemente, la piedra golpeó al Renegado, cortándole la piel, e hizo que Demandred retrocediera tambaleándose. Era poderoso, pero todavía podía cometer errores como cualquier mortal. Uno jamás debía centrar toda su atención en el Poder Único, en contra de lo que Taim había dicho siempre. En ese momento de distracción, el escudo entre Logain y la Fuente desapareció.

Logain rodó por el suelo mientras empezaba dos tejidos. Uno, un escudo que no tenía intención de utilizar. El otro, un acceso último y desesperado. La elección del cobarde.

Demandred gruñó y se llevó una mano a la cara al tiempo que atacaba con el Poder. Eligió destruir el escudo al reconocerlo de inmediato como un gran riesgo. Al abrirse el acceso, Logain lo cruzó rodando sobre sí mismo y dejó que se cerrara de golpe. Al otro lado se desplomó con la piel quemada, los brazos despellejados, los oídos zumbándole y la vista casi perdida.

Se obligó a sentarse; estaba de vuelta en el campamento Asha’man más abajo de las ciénagas, donde Gabrelle y los otros esperaban su regreso. Aulló de rabia. La preocupación de Gabrelle irradiaba a través del vínculo. Preocupación de verdad. No lo había imaginado. Luz.

—Quieto —le ordenó ella, que se arrodilló a su lado—. Estúpido. ¿Qué te ha pasado?

—He fracasado —contestó. A lo lejos sintió que empezaban de nuevo los ataques de Demandred con el Poder al tiempo que seguía llamando a gritos a Lews Therin—. Cúrame.

—No irás a intentarlo otra vez, ¿verdad? —dijo ella, que empezaba ya el tejido—. No quiero Curarte para que luego dejes que ése te...

—No volveré a intentarlo —aseguró Logain con voz enronquecida. El dolor era horrible, pero carecía de importancia en comparación con la humillación de la derrota—. No lo haré, Gabrelle. Deja de dudar de mi palabra. Él es demasiado fuerte.

—Algunas de estas quemaduras son graves, Logain. Esos agujeros en la carne, no sé si podré Curarlos del todo. Te quedarán cicatrices.

—No pasa nada —gruñó.

Eran los orificios causados por la lava al salpicarle en el brazo y en ese lado de la cara.

«Luz —pensó—. ¿Cómo vamos a vérnoslas con ese monstruo?»

Gabrelle puso las manos en él, y los tejidos de la Curación fluyeron a raudales por su cuerpo.

El estruendo de la batalla de Egwene con M’Hael rivalizaba con el de las nubes en lo alto. M’Hael. Un nuevo Renegado, su nombre proclamado por sus Señores del Espanto a través del campo de batalla.

Egwene tejía sin pensar y arrojaba tejido tras tejido hacia el Asha’man traidor. No había recurrido a tejer viento, pero aun así éste racheaba y rugía a su alrededor agitándole el cabello y el vestido, tironeando de la estola y sacudiéndola. Narishma y Merise estaban agachados con Leilwin en el suelo, junto a ella; la voz de Narishma —apenas audible con la batahola de la batalla— gritaba tejidos conforme M’Hael los creaba.

Tras su avance, Egwene se encontraba en la cumbre de los Altos, al mismo nivel que M’Hael. En su fuero interno sabía que su cuerpo necesitaría descanso muy pronto.

De momento, eso era un lujo inasequible. De momento, sólo la lucha era importante.

Un tejido de Fuego se le vino encima, y Egwene lo apartó con un golpe de Aire. El aire atrapó las chispas, que giraron a su alrededor en una rociada de luz mientras ella tejía Tierra. Lanzó una onda a través del suelo ya resquebrajado en un intento de tirar a M’Hael, pero él rompió el tejido con otro suyo.

«Tarda más en reaccionar», se percató.

Entonces se adelantó, henchida de Poder. Empezó dos tejidos, uno sobre cada mano, y arrojó chorros de fuego sobre él.

M’Hael respondió con una barra de un blanco puro, fina como alambre, que le pasó a menos de un palmo de distancia. El fuego compacto dejó una imagen persistente en la retina de Egwene, y el suelo gimió bajo sus pies al tiempo que el aire se distorsionaba. Las grietas finas como telarañas —fracturas a la nada— se extendieron por el suelo.

—¡Necio! —le gritó—. ¡Destruirás el Entramado!

De hecho, su enfrentamiento ya amenazaba con hacerlo. Ese viento, esa crepitación en el aire no era natural. Las grietas en el suelo que se extendían a partir de M’Hael se ensancharon.

—¡Teje otra vez! —advirtió Narishma a voz en cuello, ya que el ventarrón arrastraba sus palabras.

M’Hael lanzó su segundo tejido de fuego compacto y fracturó el suelo, pero Egwene estaba preparada. Se desvió hacia un lado, sintiendo cómo crecía la cólera en su interior. Fuego compacto. ¡Tenía que contrarrestarlo!

«Les da igual lo que destruyan. Están aquí para destruir. Eso es lo que su señor demanda. Romper. Quemar. Matar.»

«Gawyn...»

Gritó con rabia mientras tejía columna tras columna de fuego, una tras otra. Narishma gritaba lo que M’Hael hacía, pero Egwene no podía oírlo debido al ruido tumultuoso en sus oídos. De todos modos, vio enseguida que él había construido una barrera de Aire y Fuego para desviar sus acometidas.

Egwene avanzó sin dejar de lanzarle ataques. Eso no dio tiempo al hombre para recobrarse ni para atacar. Egwene detuvo la secuencia sólo para crear un escudo que mantuvo listo. Una rociada de fuego que chocó contra la barrera de M’Hael lo hizo trastabillar hacia atrás mientras el tejido se resquebrajaba, y levantó la mano, quizá para intentar lanzar otro fuego compacto.

Egwene colocó el escudo entre él y la Fuente. No acabó de aislarlo por completo, porque él lo mantuvo apartado con su fuerza de voluntad. Estaban lo bastante próximos ahora para que Egwene viera la incredulidad, la cólera en el rostro del hombre. Egwene empujó, acercando más y más el escudo a ese hilo invisible que lo conectaba con el Poder Único. Empujó con todas sus fuerzas...

M’Hael, con gran esfuerzo, soltó un pequeño hilo de fuego compacto hacia arriba, a través del hueco donde el escudo todavía no había encajado en su sitio. El fuego compacto destruyó el tejido, al igual que el aire y, por supuesto, el propio Entramado.

Egwene reculó a trompicones cuando M’Hael dirigió el tejido hacia ella, pero la barra blanca era demasiado pequeña, demasiado débil, para alcanzarla. Se difuminó antes de llegar. M’Hael emitió un gruñido y desapareció haciendo que el aire ondeara en un modo de Viaje que ella desconocía.

Egwene respiró hondo y se llevó la mano al pecho. ¡Luz! Había faltado poco para que la borrara del Entramado para siempre.

«¡Desapareció sin crear un acceso! El Poder Verdadero», pensó. Era la única explicación. Era poco, más bien nada, lo que sabía al respecto; para empezar, era la propia esencia del Oscuro, el señuelo que había inducido a los encauzadores de la Era de Leyenda a abrir la Perforación.

«Fuego compacto. Luz. He estado a punto de morir. Peor aún.»

No tenía nada para contrarrestar el fuego compacto.

Sólo es un tejido, Egwene... Sólo un tejido, en palabras de Perrin.

El momento había pasado ya, y M’Hael había huido. Tendría que mantener a Narishma con ella para que le advirtiera si alguien empezaba a encauzar cerca.