Karldin Manfor, que lo había seguido durante tanto tiempo y había estado en los pozos de Dumai, murió cuando su fuerza para encauzar se agotó y se desplomó en el suelo, exhausto. Los sharaníes cayeron sobre él y lo acuchillaron con sus dagas negras. Su Aes Sedai, Beldeine, trastabilló y cayó instantes después. Rand lloró por ambos.
Lloró por Gareth Bryne y por Siuan. Lloró por Gawyn.
Tantos. Tantísimos...
ESTÁS PERDIENDO.
Rand se acurrucó más. ¿Qué podía hacer? Su sueño de detener al Oscuro... Crearía una pesadilla si lo hacía. Sus propias intenciones lo traicionaban.
RÍNDETE, ADVERSARIO. ¿PARA QUÉ SEGUIR LUCHANDO? DEJA DE PELEAR Y DESCANSA.
Estuvo tentado de hacerlo. Oh, qué enorme tentación. Luz. ¿Qué pensaría Nynaeve? Podía verla, luchando para salvar a Alanna. Qué avergonzadas se sentirían ella y Moraine si supieran que en ese momento lo único que quería era abandonar, rendirse.
El dolor lo atravesó y gritó otra vez.
—¡Por favor, que acabe ya!
PUEDE ACABAR.
Rand se encogió, estremecido, tembloroso. Pero aun así los gritos de los que morían lo asaltaban. Muerte y más muerte. Aguantó; a duras penas.
—No —susurró.
COMO QUIERAS, dijo el Oscuro. TENGO ALGO MÁS QUE ENSEÑARTE. UNA PROMESA MÁS DE LO QUE PUEDE SER...
El Oscuro urdió los hilos de la posibilidad una última vez.
Todo fueron tinieblas.
Taim arremetió con el Poder Único y azotó a Mishraile con tejidos de Aire.
—¡Regresad allí, necio! ¡Luchad! ¡No perderemos esa posición!
El Señor del Espanto retrocedió agazapado, se reunió con sus dos compañeros y se escabulló para cumplir las órdenes. Taim echaba chispas, e hizo añicos una piedra que había cerca con un arranque de poder. ¡Esa gata asilvestrada de Aes Sedai! ¿Cómo osaba superarlo?
—M’Hael —dijo una voz sosegada.
Taim... M’Hael. Tenía que pensar en sí mismo como M’Hael. Cruzó la ladera hacia la voz que lo había llamado. Había abierto un acceso para ponerse a salvo, aterrado, al otro extremo de las lomas, y ahora se encontraba en el borde de la ladera sudoriental de los Altos. Demandred utilizaba esa ubicación para controlar la batalla que se libraba abajo y para lanzar destrucción en las formaciones andoreñas, cairhieninas y Aiel.
Los trollocs de Demandred controlaban toda la cañada entre los Altos y las ciénagas, y estaban desgastando a los defensores del río seco. Sólo era cuestión de tiempo. Entretanto, el ejército sharaní luchaba al nordeste de allí, en los Altos. Le preocupaba que Cauthon hubiera llegado tan deprisa a frenar el avance de los sharaníes. Daba igual. Era el movimiento de un hombre desesperado. No podría aguantar contra el ejército sharaní. Pero lo más importante en ese momento era destruir a las Aes Sedai del otro lado de los Altos. Ésa era la clave para ganar la batalla.
M’Hael pasó entre desconfiados sharaníes, con sus extraños ropajes y tatuajes. Demandred estaba sentado en el centro, con las piernas cruzadas. Tenía los ojos cerrados y respiraba de forma sosegada y regular. Ese sa’angreal que usaba... le consumía algo, algo más que la simple fuerza normal necesaria para encauzar.
¿Proporcionaría tal cosa una oportunidad a M’Hael? Cómo le revolvía las bilis tener que seguir a las órdenes de otro. Sí, había aprendido mucho de ese hombre, pero Demandred había demostrado de forma evidente que no era el idóneo para dirigir. Consentía a esos sharaníes, y desperdiciaba energía en su conflicto con al’Thor. La debilidad de otro era una oportunidad potencial para M’Hael.
—He sabido que estás fallando, M’Hael —dijo Demandred.
Delante de ellos, a través del cauce seco del río, las defensas andoreñas por fin empezaban a flaquear. Los trollocs no dejaban de tantear para dar con los puntos débiles en sus líneas, y se iban abriendo paso a través de las formaciones de picas en varias partes río arriba y abajo. La caballería pesada de la Legión y la ligera de los cairhieninos estaban en constante movimiento ahora, haciendo pasadas desesperadas contra los trollocs a medida que éstos avanzaban por entre las defensas andoreñas. Los Aiel todavía los frenaban cerca de las ciénagas, y los ballesteros de la Legión combinados con los piqueros andoreños aún impedían que los trollocs rodearan su flanco derecho. Pero la presión de la violenta arremetida trolloc era incesante, y las líneas de Elayne se curvaban de forma gradual hacia atrás y se internaban más en territorio shienariano.
—M’Hael —dijo Demandred, que abrió los ojos. Unos ojos inmemoriales. M’Hael se negó a dejarse intimidar y los miró directamente. ¡No lo intimidaría!—. Cuéntame cómo has fallado.
—Esa arpía de Aes Sedai —espetó—. Utiliza un sa’angreal de gran poder. Casi la tenía, pero el Poder Verdadero me falló.
—Sólo recibes un hilillo por una razón —contestó Demandred, que volvió a cerrar los ojos—. Es impredecible para alguien que no está acostumbrado a su naturaleza y sus pautas.
M’Hael no dijo nada. Practicaría con el Poder Verdadero; aprendería sus secretos. Los otros Renegados eran viejos y lentos. Pronto dirigiría la sangre nueva.
Con una relajada sensación de inevitabilidad, Demandred se puso de pie. Daba la impresión de ser un inmenso peñasco irguiéndose en su posición.
—Volverás y la matarás, M’Hael. Yo he matado a su Guardián. Debería ser una presa fácil.
—El sa’angreal...
Demandred adelantó su cetro rematado por la copa dorada.
¿Era una prueba? Tanto poder... M’Hael había percibido la fuerza irradiando de Demandred cuando lo utilizaba.
—Dices que tiene un sa’angreal — habló Demandred—. Con éste, tú tendrás también uno. Ten, usa Sakarnen para que no haya excusas si fallas. Ten éxito en esto o muere, M’Hael. Demuestra que mereces estar entre los Elegidos.
—¿Y si el Dragón Renacido decide por fin luchar contigo? —preguntó, tras humedecerse los labios.
Demandred soltó una carcajada.
—¿Crees que lo utilizaría para luchar con él? ¿Qué demostraría eso? Las fuerzas de ambos han de ser parejas si quiero demostrar que soy el mejor. Según se dice, no puede usar Callandor de forma segura, y fue tan estúpido de destruir los Choedan Kal. Vendrá y, cuando lo haga, me enfrentaré a él sin ayuda y demostraré que soy el verdadero señor de este reino.
«Por la más negra oscuridad... —pensó Taim—. Se ha vuelto completamente loco, ¿verdad?» Era extraño mirar esos ojos que parecían tan lúcidos, y oír semejantes desvaríos saliendo de sus labios. Cuando Demandred se había puesto en contacto con él por primera vez para ofrecerle la oportunidad de servir al Gran Señor, no parecía ser así. Arrogante sí. Todos los Renegados lo eran. La determinación de Demandred de matar personalmente a al’Thor ya ardía dentro de él como un fuego.
Pero esto... Esto era algo diferente. Vivir en Shara lo había cambiado. Desde luego, lo había debilitado. Y, ahora, esto. ¿Qué hombre entregaría de forma voluntaria un artefacto poderoso a un rival?
«Sólo un necio —pensó M’Hael, que alargó la mano para asir el sa’angreal—. Matarte será como acabar con un caballo con tres patas rotas, Demandred. Un acto de compasión. Había esperado derrotarte como un digno rival.»
Demandred se dio la vuelta y M’Hael absorbió Poder Único a través de Sakarnen y bebió con glotonería de su abundancia. La dulzura del Saidin lo saturaba, un torrente violento de suculento Poder. ¡Él era inmenso mientras lo asía! Podría hacer cualquier cosa. ¡Arrasar montañas, destruir ejércitos, todo por sí solo!
Estaba ansiando extraer flujos de Poder, tejerlos entre sí y destruir a ese hombre.
—Ten cuidado —le advirtió Demandred. La voz sonaba débil, patética. El chillido de un ratón—. No encauces a través de eso hacia mí. He vinculado a Sakarnen. Si intentas utilizarlo contra mí, te abrasará y te borrará del Entramado.