Y, entonces, Rand al’Thor —el Dragón Renacido— se puso de pie una vez más y se enfrentó a la Sombra.
—No, no —susurró la hermosa Shendla, con la mirada prendida en el cuerpo de Demandred.
Se le cayó el alma a los pies y empezó a mesarse el cabello mientras se mecía atrás y adelante. Mientras miraba a su amado, Shendla inhaló lenta y profundamente, y cuando soltó el aire fue un chillido aterrado:
—¡Bao el Wyld ha muerto!
Todo el campo de batalla pareció sumirse en un profundo silencio.
Rand hizo frente al Oscuro en ese sitio que no lo era, rodeado a la vez por todas las eras y por la nada. Su cuerpo seguía en la cueva de Shayol Ghul, suspendido en ese instante infinito de lucha contra Moridin, pero su alma estaba allí.
Existía en ese sitio que no lo era, ese lugar fuera del Entramado, ese espacio donde se originaba el mal. Lo miró y lo supo. El Oscuro no era un ser, sino una fuerza, una esencia tan vasta como el mismo universo. Universo que Rand veía ahora con todo detalle. Infinidad de planetas y estrellas, como minúsculas chispas de luz flotando sobre una hoguera.
El Oscuro seguía luchando para destruirlo. Rand se sentía fuerte a pesar de los ataques. Relajado, completo. Desaparecidas las cargas, podía combatir de nuevo. Se mantuvo controlado. Era difícil, pero lo consiguió.
Rand avanzó.
La Oscuridad se estremeció. Tembló, vibró, con aparente incredulidad.
LOS DESTRUYO.
El Oscuro no era un ser. Era la oscuridad entre todo lo demás. Entre luces, entre instantes, entre parpadeos de ojos.
ESTA VEZ TODO ES MÍO. COMO ESTABA DESTINADO A SER. COMO SIEMPRE LO SERÁ.
Rand rindió homenaje a quienes morían. A la sangre que corría entre las rocas. A los llantos de quienes presenciaban la caída de otros. La Sombra lanzó todo cuanto tenía contra Rand, resuelta a destruirlo. Pero no lo consiguió.
—Jamás nos rendiremos —susurró Rand—. Jamás me rendiré.
La vasta Sombra retumbó y se sacudió. Lanzó descargas al mundo y a través del mundo. El suelo se desgarró, las leyes de la naturaleza se quebraron. Las espadas se revolvieron contra los que las empuñaban, la comida se estropeó, la roca se tornó barro.
La fuerza de la propia nada volvió de nuevo contra Rand, tratando de hacerlo trizas. La intensidad del ataque no disminuyó. Y, sin embargo, de repente, lo percibió como un runrún insustancial.
No se rendirían. No se trataba sólo de él. Todos ellos seguirían luchando. Los ataques del Oscuro perdieron significado. Si ese ataque no podía doblegarlo, si no lograban hacer que cediera, entonces ¿qué eran?
Dentro de la tempestad, Rand buscó el vacío como Tam le había enseñado. Toda emoción, toda preocupación, todo dolor... Lo juntó y lo echó en la llama de una simple vela.
Sintió paz. La paz de una única gota de agua cayendo a un estanque. La paz del fugaz instante, la paz entre parpadeos de ojos, la paz del vacío.
—No me daré por vencido —repitió, y las palabras le sonaron maravillosas.
LOS CONTROLO A TODOS. LOS QUEBRANTARÉ ANTE MÍ. HAS PERDIDO, HIJO DE LA HUMANIDAD.
—Si es eso lo que crees —le susurró a la oscuridad—, entonces es que no ves.
Loial jadeaba trabajosamente cuando regresó al extremo norte de los Altos. Le dio cuenta a Mat de la gran valentía con la que Lan había luchado antes de caer, llevándose consigo a Demandred. El informe de Loial afectó muchísimo a Mat, al igual que a todos los miembros de su ejército; sobre todo a los fronterizos, que habían perdido un rey, un hermano. También hubo alboroto entre los sharaníes; de algún modo, la noticia de la muerte de Demandred ya se estaba difundiendo entre sus filas.
Mat hizo un gran esfuerzo para domeñar la aflicción. No era eso lo que Lan habría querido. De modo que Mat enarboló su ashandarei.
—¡Tai’shar Malkier! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Lan Mandragoran, puñetero y maravilloso hombre! ¡Lo conseguiste!
Sus gritos resonaron en el silencio mientras cargaba contra los ejércitos de la Sombra. Tras él retumbaron gritos:
—¡Tai’shar Malkier!
Gritos de todas las nacionalidades, de todos los pueblos, fronterizos y no fronterizos. Todos arremetieron con ímpetu a través de los Altos, con Mat a la cabeza. Juntos, atacaron al enemigo atónito.
39
Los que luchan
NO LOGRAS ENTENDERLO, ¿VERDAD?, demandó Rand a la oscuridad. ESCAPA A TU COMPRENSIÓN. ¡NOS DESTROZAS Y SEGUIMOS LUCHANDO! ¿POR QUÉ? ¿ACASO NO NOS HAS MATADO? ¿NO NOS HAS DESTRUIDO?
TÚ, replicó el Oscuro. TÚ ERES MÍO.
Rand avanzó un paso. En ese lugar de nada, el Entramado parecía girar a su alrededor como un tapiz.
¡ÉSE ES TU FALLO, SHAI’TAN, SEÑOR DE LO OSCURO, SEÑOR DE LA ENVIDIA! ¡SEÑOR DE NADA! ¡HE AHÍ TU FRACASO! NO SE TRATABA DE MÍ. ¡NUNCA SE HA TRATADO DE MÍ!
Se trataba de una mujer, destrozada y vapuleada, derrocada de su trono y convertida en una marioneta... Una mujer que se había arrastrado cuando tuvo que hacerlo. Esa mujer seguía luchando.
Se trataba de un hombre al que el amor lo esquivaba una y otra vez, un hombre que encontraba relevancia en un mundo que otros habrían pasado por alto. Un hombre que recordaba relatos y que tomaba bajo su protección a unos chicos estúpidos cuando lo más inteligente habría sido seguir su camino. Ese hombre todavía luchaba.
Se trataba de una mujer con un secreto, una esperanza para el futuro. Una mujer que había salido en busca de la verdad antes de que otros lo hicieran. Una mujer que había dado su vida y que después le había sido devuelta. Esa mujer todavía luchaba.
Se trataba de un hombre cuya familia le había sido arrebatada, pero que aguantaba firme su dolor y protegía a quienes podía.
Se trataba de una mujer que se negaba a creer que no podía ayudar, que no podía Curar a quienes sufrían algún daño.
Se trataba de un héroe que insistía con cada inhalación que era cualquier cosa menos un héroe.
Se trataba de una mujer que no se doblegó mientras la golpeaban y en la que brillaba la Luz para todos los que estuvieran observando. Incluido él.
Se trataba de todos ellos.
Vio todo eso —una y otra vez— en el Entramado dispuesto a su alrededor. Rand caminaba a través de eones y eras mientras pasaba la mano entre cintas de luz del Entramado.
AQUÍ TIENES LA VERDAD, SHAI’TAN, dijo, y dio otro paso adelante con los brazos extendidos, mientras el Entramado tejido se abría su alrededor. NO PUEDES GANAR A MENOS QUE NOS DEMOS POR VENCIDOS. ¿NO ES ASÍ? ESTA LUCHA NO TIENE QUE VER CON LA VICTORIA EN UNA BATALLA. NI CON TOMAR-RR ME... NUNCA TUVO QUE VER CON DERROTARME, SINO CON QUEBRANTARME.
ESO ES LO QUE HAS ESTADO INTENTANDO HACER CON TODOS NOSOTROS. ES POR LO QUE A VECES INTENTABAS QUE ACABARAN CON NOSOTROS, EN TANTO QUE OTRAS VECES NO PARECÍA QUE ESO TE IMPORTARA. TÚ GANAS CUANDO NOS QUEBRANTAS. PERO NO LO HAS HECHO. NO PUEDES HACERLO.
La oscuridad tembló. La nada se sacudió como si los arcos de los cielos estuvieran rompiéndose. El grito del Oscuro fue desafiante.
Dentro del vacío, Rand continuó adelante, y la oscuridad se agitó.
TODAVÍA PUEDO MATAR, bramó el Oscuro. ¡TODAVÍA PUEDO LLEVÁRMELOS A TODOS! SOY EL SEÑOR DE LA TUMBA. EL SEÑOR DE LA GUERRA TAMBIÉN ES MÍO. ¡AL FINAL TODOS SON MÍOS!
Rand dio un paso más hacia adelante, con la mano extendida. En la palma descansaba el mundo; y en ese mundo, un continente; y en ese continente, un campo de batalla; y en ese campo de batalla, dos cuerpos tendidos en el suelo.
Mat luchaba, y junto a él Tam con su espada enarbolada. Karede y los Guardias de la Muerte se les unieron, y después lo hicieron Loial y los Ogier. Los ejércitos de una docena de naciones y pueblos combatían, y muchos se unían a él mientras corría a través de la loma.
El contingente enemigo era tres veces superior a sus tropas. Mat luchó y bramó en la Antigua Lengua: