—Entonces, ¿por qué luchan?
El Hermano Lobo rió.
—¿Por qué lucha cualquiera de nosotros? —dijo luego—. ¡Porque debemos intentar ganar de algún modo! ¡Vete! ¡Trae Aes Sedai, alguno de esos Asha’man si puedes encontrarlos! ¡Estas criaturas aplastarán a vuestros ejércitos con la misma facilidad que una crecida del río arrastraría los guijarros!
El hombre bajó corriendo la cuesta, seguido por los lobos. Aviendha entendía por qué luchaban. Puede que no fueran capaces de matar a los Sabuesos del Oscuro, pero sí retrasarían a esas bestias. Y ésa era su victoria allí: dar tiempo a Rand para hacer lo que tuviera que hacer.
Echaba a correr para reunir a los demás cuando se volvió, alarmada. La sensación de una poderosa encauzadora manejando Saidar cerca la hizo pararse en seco. Giró para mirar hacia la fuente de esa sensación.
Graendal se encontraba allí, un poco más adelante, apenas visible. Con calma, la Renegada lanzó tejidos mortales a una línea de Defensores de la Ciudadela. Llevaba consigo un grupo reducido de mujeres —Aes— Sedai, y Sabias— y unos pocos guardias. La mujeres estaban arrodilladas a su alrededor y debían de estar pasándole su poder a juzgar por la fuerza de los tejidos que soltaba.
Los guardias eran cuatro Aiel varones, con velos negros, no rojos. Sometidos a Compulsión, seguro. Aviendha vaciló, dudosa. ¿Y qué pasaba con los Sabuesos del Oscuro?
«Tengo que aprovechar esta oportunidad», pensó. Tejió y lanzó un rayo de luz azul hacia el cielo, la señal que Amys, Cadsuane y ella habían acordado.
Lo cual, por supuesto, alertó a Graendal. La Renegada se volvió hacia ella y la atacó con Fuego. Aviendha hizo un quiebro y rodó sobre sí misma. Lo siguiente que llegó fue un escudo para aislarla de la Fuente. Con desesperación, Aviendha absorbió tanto Poder como podía contener a través del broche de tortuga. Aislar de la Fuente con un escudo a una mujer que estaba encauzando era como intentar cortar una cuerda con una tijera: cuanto más gruesa la cuerda, más difícil de tajar. En su caso, Aviendha había absorbido bastante Saidar para rechazar el escudo.
Apretó los dientes mientras realizaba tejidos propios. Luz, no se había dado cuenta de lo cansada que estaba. Casi se le soltaron los hilos de Poder Único, que amenazaron con escapar a su control.
Los reunió de nuevo merced a su fuerza de voluntad y lanzó el tejido de Aire y Fuego, aunque sabía que entre esos cautivos había amigos y aliados.
«Preferirían morir antes que ser utilizados por la Sombra», se dijo para sus adentros mientras esquivaba otro ataque. El suelo explotó a su alrededor y se tiró de bruces al suelo.
«No. Sigue moviéndote.»
Aviendha se incorporó de golpe y corrió. Eso le salvó la vida, ya que el rayo cayó detrás de ella y su fuerza la tiró de nuevo al suelo.
Se levantó con varios cortes en un brazo y empezó a tejer. Tuvo que soltarlo cuando un tejido complejo le cayó cerca. Compulsión. Si le hubiera dado, se habría convertido en otro de sus esclavos, obligada a prestarle su fuerza para abatir a la Luz.
Aviendha tejió Tierra en el suelo delante de sí y lanzó al aire lascas de roca, polvo y humo. Luego se alejó rodando sobre sí misma buscando un hueco en el suelo; se asomó con cautela. Contuvo la respiración y no encauzó.
El fuerte viento limpió la distracción que había creado. En mitad del campo, Graendal vaciló. No podía percibir a Aviendha, que antes se había colocado un tejido que enmascaraba su habilidad. Si encauzaba, Graendal lo sabría; pero, si no lo hacía, estaría a salvo.
Los esclavos Aiel de Graendal avanzaron al acecho, subidos los velos, buscándola. Aviendha estuvo tentada de encauzar allí y en ese instante para acabar con sus vidas. Cualquier Aiel que ella conocía le agradecería que lo hiciera.
Se contuvo; no quería descubrirse. Graendal era demasiado fuerte. No podía enfrentarse sola a esa mujer. Pero si esperaba...
Un tejido de Aire y Energía atacó a Graendal en un intento de cortarle el contacto con la Fuente. La mujer maldijo y giró sobre sí misma. Cadsuane y Amys habían llegado.
—¡Resistid! ¡Resistid por Andor y la reina!
Elayne galopaba a través de grupos de piqueros, ahora en desorden, con el cabello ondeando tras ella y gritando con voz potenciada por el Poder. Enarbolaba una espada, aunque sólo la Luz sabía qué haría si tuviera que blandirla.
Los hombres se volvían cuando pasaba junto a ellos. Algunos perecieron a manos de los trollocs al hacerlo. Las bestias se abrían paso entre las defensas a la fuerza, deleitándose en la matanza y las líneas de humanos destrozadas.
«Mis hombres están casi acabados —pensó Elayne—. Oh, Luz. Mis pobres soldados.» Lo que veía era una historia de muerte y desesperación. Las formaciones de picas cairhieninas y andoreñas habían retrocedido tras tener un número horrible de bajas. Ahora, los hombres aguantaban en pequeños grupos; muchos se dispersaban, corrían para salvar la vida.
—¡Aguantad! —gritó Elayne—. ¡Aguantad con vuestra reina!
Más hombres dejaron de correr, pero no volvieron atrás para luchar. ¿Qué hacer?
Luchar.
Elayne atacó a un trolloc. Usó la espada, a despecho de que instantes antes había pensado que sería una nulidad con ella. Lo era. De hecho, el trolloc con rasgos de verraco pareció sorprenderse cuando intentó golpearlo.
Por suerte, Birgitte estaba allí y disparó a la bestia en el brazo cuando arremetía contra Elayne. Eso le salvó la vida, pero siguió sin poder matar a ese maldito ser. Su montura —que había tomado prestada de uno de sus guardias— no dejaba de moverse y dar vueltas, lo que evitó que el trolloc la cortara en rodajas mientras ella trataba de clavarle el arma. La espada no se movía en la dirección que ella quería. El Poder Único era un arma mucho más refinada. Lo utilizaría si era preciso, pero prefería luchar de momento.
No tuvo que esforzarse mucho más. Los soldados que había cerca despacharon a la bestia y la defendieron de otras cuatro que se habían acercado hacia ella. Elayne se enjugó la frente y retrocedió.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó Birgitte, que se aproximó a ella en el caballo y después disparó una flecha a un trolloc antes de que pudiera matar a uno de los soldados—. ¡Por las uñas de Ratliff, Elayne! Creía que había visto el máximo alcance de tu insensatez.
Elayne levantó el arma. Cerca, los hombres empezaron a gritar:
—¡La reina está viva! —chillaron—. ¡Por la Luz y por Andor! ¡Luchemos con la reina!
—¿Cómo te sentirías si vieras a tu reina intentando matar un trolloc con una espada mientras tú huyes? —preguntó Elayne en voz baja.
—Sentiría la necesidad imperiosa de trasladarme a otra puñetera nación —espetó Birgitte, que disparó otra flecha—. Una donde su monarca no tuviera un budín por cerebro.
Elayne resopló por la nariz. Birgitte podía decir lo que quisiera, pero la maniobra había funcionado. Como si fuera levadura, la fuerza de hombres que había reunido creció y se expandió a uno y otro lado de ella, creando una línea de combate. Mantuvo la espada levantada en alto mientras gritaba y —tras un momento de indecisión— ejecutó un tejido con el que creó una majestuosa bandera de Andor, con el León Blanco flotando en el aire por encima de ella, para iluminar la noche.
Eso atraería el ataque directo de Demandred y sus encauzadores, pero los hombres necesitaban una almenara. Rechazaría los ataques de Poder conforme llegaran.
No llegaron mientras cabalgaba a lo largo de las líneas de soldados gritando palabras que infundieran ánimo y confianza a sus hombres.
—¡Por la Luz y por Andor! ¡Vuestra reina está viva! ¡Aguantad y luchad!
En su acometida hacia el suroeste, Mat cabalgaba en medio de la atronadora trápala de cascos a través de los Altos con lo que quedaba del otrora gran ejército. Un poco más adelante, los trollocs estaban concentrados en una gran masa, a su izquierda, y el ejército sharaní más adelante, a la derecha. Frente al enemigo se encontraban los héroes, los fronterizos, Karede y sus hombres, los Ogier, los arqueros de Dos Ríos, los Capas Blancas, ghealdanos y mayenienses, mercenarios, Tinna y sus Juramentados del Dragón refugiados. Y la Compañía de la Mano Roja. Sus hombres.