—No vamos a conseguir nunca... —empezó Mishraile.
—¡Vamos! —gritó Alviarin con el rostro rojo por la ira.
Nensen se trompicó e hizo lo que ella había dicho. Le gustaba seguir órdenes, sentir que alguien tenía el mando.
«Quizá debería matarla —pensó Mishraile—. Y a Nensen también.» Incluso sin tener experiencia apenas en batallas, Mishraile veía que aquello no iba a ser una lucha fácil. El regreso de los seanchan, la caída de Demandred, los trollocs campando por sus respetos... Sí, la Sombra todavía tenía muchos más efectivos, pero la lucha no era ni de lejos unilateral, como a él le habría gustado. Una de las primeras reglas que había aprendido en su vida era no luchar nunca contra alguien si había las mismas posibilidades de perder que de ganar.
Cruzaron en tropel el acceso y salieron en medio de la cima de la loma. El suelo, quemado por los dragones y los encauzadores, echaba un humo que se mezclaba con la extraña niebla que se había levantado; no resultaba fácil discernir qué estaba ocurriendo allí. Anchos agujeros en el suelo abiertos por los dragones. Cadáveres... Mejor dicho, trozos de cadáveres esparcidos por todas partes. Un olor inusual en el aire. Ya había amanecido, pero apenas llegaba luz a través de las nubes.
En lo alto sonaban gritos lanzados por esos extraños animales voladores que los seanchan habían llevado. Mishraile se estremeció. Era como encontrarse en una casa sin techo y saber que tu enemigo tenía arqueros situados a más altura que tú. Derribó a uno con un tejido de Fuego, satisfecho por la forma en que las alas del animal se arrugaban y la bestia empezaba a girar dando vueltas sobre sí mientras se precipitaba al suelo.
Sin embargo, atacar de ese modo lo había dejado al descubierto. De verdad que tendría que matar a los otros Señores del Espanto y luego escapar. ¡Se suponía que estaba en el bando ganador!
—Poneos a ello —dijo Alviarin—. Haced lo que he dicho. Esto lo hacen hombres abriendo accesos para que los artefactos disparen a través de ellos, así que hemos de localizar dónde está el acceso y que Donalo interprete el residuo.
Los hombres se pusieron en marcha para inspeccionar el suelo a fin de encontrar el lugar donde se había abierto el acceso. Había gente luchando cerca —inquietantemente cerca—, sharaníes y hombres que enarbolaban una bandera con un lobo como emblema. Si empezaban a moverse hacia ellos...
Donalo se situó junto a Mishraile mientras buscaban deprisa, ambos asiendo el Poder. Donalo era un teariano de rostro cuadrado, con la barba gris en punta.
—Cuando Demandred cayó —susurró Donalo—, imaginé que esto era una trampa desde el principio. Nos la han pegado.
Mishraile asintió con un cabeceo. Quizá Donalo pudiera ser un aliado. Podrían escapar juntos. Por supuesto, después tendría que matarlo. No quería tener un testigo que posteriormente fuera capaz de informar al Gran Señor sobre lo que había hecho.
De todos modos no se fiaba de Donalo. El hombre se había unido a ellos sólo por ese truco forzado con los Myrddraal. Si había cambiado de bando con tanta facilidad, ¿qué le impedía cambiar de nuevo al otro? Además, a Mishraile no le gustaba la... sensación que le producía mirar a Donalo o a los otros que habían sido Trasmutados. Era como si hubiera algo antinatural en lo más profundo de su ser, algo que observaba el mundo en busca de una presa.
—Tenemos que largarnos de aquí —susurró Mishraile—. Luchar ahora aquí es una loc... —Enmudeció de golpe al topar con alguien que se movía entre el humo.
Era un hombre alto, con el cabello rojizo. Un hombre conocido, lleno de cortes, y con la ropa quemada y ennegrecida. Mishraile se quedó boquiabierto y Donalo maldijo cuando el Dragón Renacido en persona los vio, hizo un gesto de sobresalto y luego huyó por donde había llegado a través de la loma. Para cuando a Mishraile se le ocurrió atacar, al’Thor había creado un acceso y había escapado a través de él.
La tierra retumbó con violencia y algunos trozos de tierra saltaron en pedazos; una parte de la ladera oriental se desprendió y se precipitó sobre los trollocs que había abajo. Ese lugar se estaba volviendo cada vez más inestable. Una razón más para irse.
—¡Ése era el maldito Dragón Renacido! —gritó Donalo—. ¡Alviarin! ¡El jodido Dragón Renacido está en el campo de batalla!
—Pero ¿qué tonterías dices? —exclamó la Aes Sedai mientras se acercaba a los demás.
—Rand al’Thor estaba aquí —confirmó Mishraile, todavía sin salir de su asombro—. Rayos y centellas, Donalo. ¡Tenías razón! Es la única explicación de que Demandred haya caído.
—Él no dejaba de repetir que el Dragón estaba en este campo de batalla, en alguna parte —apuntó Kash.
Donalo se adelantó y ladeó la cabeza, como si examinara algo en el aire.
—Vi exactamente dónde hizo el acceso para escapar. Era justo aquí. Aquí mismo... ¡Sí! Noto la resonancia. Sé adónde ha ido.
—Derrotó a Demandred —dijo Alviarin mientras se cruzaba de brazos con aire escéptico—. ¿Qué posibilidades tenemos nosotros contra él?
—Parecía exhausto —replicó Mishraile—. Más que exhausto. Lo asaltó el pánico al vernos. Creo que, si ha luchado con Demandred, ha tenido que costarle un enorme desgaste físico.
Alviarin se quedó mirando el lugar en el aire por donde al’Thor había desaparecido. Mishraile casi le leía el pensamiento. Si mataban al Dragón Renacido, quizá M’Hael no sería el único Señor del Espanto ascendido a Elegido. El Gran Señor estaría agradecido a quien acabara con al’Thor. Muy agradecido.
—¡Lo tengo! —gritó Donalo, que abrió un acceso.
—Necesito un círculo para luchar con él —declaró Alviarin. Entonces vaciló—. Pero sólo usaré a Rianna y a Nensen. No quiero correr el riesgo de ser demasiado inflexibles por estar todos en el mismo círculo.
Mishraile resopló con sorna, aferró el Poder y saltó a través de la abertura. Lo que esa mujer quería decir era que no quería que uno de los hombres dirigiera el círculo y que le quitara la muerte de la presa. En fin, él se ocuparía de eso.
Pasó del campo de batalla a un claro que no reconoció. Los árboles no parecían estar tan afectados por el contacto con el Gran Señor como ocurría en otros sitios. ¿Por qué sería? Bueno, arriba se veía el mismo cielo lóbrego y tormentoso, y el área estaba tan oscura que tuvo que tejer un globo de luz para distinguir algo.
Cerca, al’Thor descansaba en un tocón. Alzó la mirada, vio a Mishraile y gritó mientras se escabullía a trompicones. Mishraile tejió una bola de fuego que chisporroteó en el aire y voló en pos de él, pero al’Thor se las ingenió para cortarlo con un tejido propio.
«¡Ajá! ¡Está débil!», pensó Mishraile, que echó a correr. Los demás lo siguieron a través del acceso, las mujeres coligadas con Nensen, que iba tras Alviarin como un perrito faldero.
Un instante después, dejaron de correr.
Fue como si a Mishraile lo golpeara agua fría, como si chocara contra una catarata. El Poder Único desapareció. Lo abandonó, sin más.
Dio un traspié, aterrado, e intentó discernir qué había pasado. ¡Lo habían escudado! No. No percibía ningún escudo. No percibía... nada.
Cerca, hubo movimiento entre los árboles, figuras que salían de las sombras. Criaturas que se movían con lentitud y pesadez, que tenían largas cejas copetudas y gruesos dedos. Parecían tan añosos como los propios árboles, con la piel arrugada y el cabello blanco.
Estaban en un stedding.
Mishraile trató de correr, pero unos brazos firmes lo sujetaron. Viejos Ogier los rodeaban a él y a los otros. Un poco más allá, en el bosque, al’Thor avanzó un paso... pero no era él. Ya no. Había sido un truco. Androl había llevado el rostro del Dragón Renacido.
Los otros gritaron y golpearon a los Ogier con los puños, pero Mishraile cayó de rodillas mirando aquel vacío que había donde antes estaba el Poder Único.