Pevara se acercó a Androl mientras los Ogier, los que eran demasiado mayores para sumarse a la batalla, tomaban a los Señores del Espanto con fuertes manos y los arrastraban hacia el interior del stedding Sholoon. Lindsar, la Ogier de más edad entre ellos, se acercó a Androl apoyándose en un bastón tan grueso como el muslo de un hombre.
—Nos ocuparemos de los cautivos, maese Androl —dijo.
—¿Ejecución? —preguntó Pevara.
—¡Por los más antiguos árboles, no! —exclamó Lindsar con aire ofendido—. En este sitio no. Aquí no se mata. Los retendremos y no los dejaremos escapar.
—Son muy peligrosos, buena Ogier —le recordó Androl—. No subestiméis lo taimados que pueden ser.
La Ogier rió entre dientes y se dirigió cojeando hacia los árboles, todavía maravillosos, del stedding.
—Los humanos dais por sentado que por el hecho de que seamos tranquilos no podemos ser taimados también —dijo—. Les mostraremos lo ladina que puede llegar a ser una mente longeva con siglos de aprendizaje. No os preocupéis, maese Androl. Tendremos cuidado. Les vendrá bien a esas pobres almas vivir en la paz del stedding. Tal vez unas cuantas décadas de paz harán que cambie su punto de vista sobre el mundo.
La Ogier desapareció entre los árboles.
Androl miró a Pevara; percibía vibrar la satisfacción a través del vínculo a pesar de que el rostro mostraba calma.
—Has estado muy acertada —le dijo—. El plan ha sido excelente.
Ella asintió con satisfacción, y los dos salieron del stedding y cruzaron la barrera invisible de vuelta al Poder Único. Aunque Androl estaba tan cansado que apenas era capaz de pensar, no tuvo problema alguno en asir el Saidin. Lo aferró como haría un hombre hambriento con un trozo de pan, aunque sólo había estado aislado de él unos pocos minutos.
Casi sintió pena por lo que les había hecho a Donalo y a los otros.
«Descansa bien ahí, amigo mío —pensó tras echar una ojeada hacia atrás—. Quizá podamos encontrar el modo de liberarte algún día de la prisión en la que encerraron tu mente.»
—¿Y bien? —preguntó Jonneth, que se acercó corriendo.
—Hecho —dijo Androl.
Pevara asintió con la cabeza al salir de los árboles que se asomaban al Mora y las ruinas que había fuera del stedding. Se detuvo al ver la zona que rodeaba las ruinas que tenían delante, donde los refugiados de Caemlyn habían estado reuniendo heridos y armas.
Ahora estaba llena de trollocs.
Era una masacre.
Aviendha se arrodilló al lado del cadáver de Rhuarc.
Muerto. Había matado a Rhuarc.
«Ya no era él —se dijo a sí misma—. Graendal lo había matado. Como si su tejido lo hubiera reducido a cenizas. Esto sólo es una cáscara vacía.»
Sólo era una...
Sólo era una...
Sólo era una...
Entereza, Aviendha. La determinación de Rand la inundó irradiando a través del vínculo en el fondo de la mente. Alzó la vista y sintió que la fatiga la abandonaba; todas las distracciones desaparecieron.
Graendal luchaba con Amys, Talaan, Alivia y Cadsuane, y la Renegada estaba ganando. Los tejidos se cruzaban de un lado a otro e iluminaban el aire polvoriento, pero los que llegaban de Cadsuane y las otras eran cada vez menos vibrantes. Más defensivos. Mientras Aviendha observaba, una tormenta de relámpagos cayó alrededor de Amys y la arrojó al suelo. Al lado de Graendal, Sashalle Anderly se estremeció y se desplomó de lado; el brillo del Poder Único ya no la rodeaba. Graendal la había agotado, absorbiendo demasiado Poder.
Aviendha se incorporó. Graendal era poderosa y astuta. Era increíblemente buena cortando tejidos en el aire mientras se formaban.
Aviendha extendió hacia afuera un brazo y tejió Fuego, Aire, Energía. Una lanza de luz y fuego, brillante, ardiente, apareció en su mano. Preparó otros tejidos de Energía y después salió disparada hacia adelante.
La vibración del suelo tembloroso acompañó sus zancadas. Unos rayos cristalinos cayeron del cielo y luego se petrificaron en el acto. Hombre y bestias aullaron cuando los Sabuesos del Oscuro llegaron a las últimas líneas de humanos que defendían el camino que llevaba a Rand.
Graendal vio a Aviendha y empezó a tejer fuego compacto. Ella cortó el tejido en el aire con uno de Energía. Graendal maldijo y tejió de nuevo. Aviendha deshizo el tejido otra vez.
Cadsuane y Talaan lanzaron bolas de fuego. Uno de los Aiel cautivos se arrojó delante de Graendal y murió con un largo alarido mientras las llamas lo envolvían.
Con la lanza de fuego enarbolada, Aviendha corrió a toda velocidad y el suelo pasó como un manchón bajo ella. Recordó su primera carrera, una de las pruebas para poder unirse a las Doncellas. Aquel día había sentido el viento tras ella, apremiándola a seguir.
Esta vez no sintió viento alguno. En cambio, oyó los gritos de los guerreros. Era como si los Aiel que luchaban la impulsaran hacia adelante. El propio sonido la llevaba hacia Graendal.
La Renegada realizó un tejido sin que a Aviendha le diera tiempo a detenerlo, un poderoso tejido de Tierra dirigido a sus pies.
Así que dio un salto.
El suelo explotó, las piedras volaron hacia arriba al tiempo que el estallido la lanzaba al aire. Las piedras le despellejaron las piernas y arrastraron salpicaduras de sangre en el aire a su alrededor. Los pies se le desgarraron, los huesos crujieron, las piernas le ardieron.
Aferró la lanza de fuego y luz con las dos manos en medio de la tormenta de rocas, la falda ondeando mientras se hacía pedazos. Graendal miró hacia arriba con los ojos desorbitados y la boca entreabierta. Iba a Viajar con el Poder Verdadero, Aviendha lo supo. La mujer no lo había hecho hasta entonces porque aquel método de Viaje requería que tocara a sus compañeros a fin de llevárselos consigo, y no quería dejarse a ninguno.
Aviendha le sostuvo la mirada a la Depravada de la Sombra durante ese breve instante en que se quedó suspendida en el aire y vio verdadero terror en los ojos de la otra mujer.
El aire empezó a distorsionarse.
La lanza de Aviendha, con la punta por delante, se hundió en el costado de Graendal.
La Renegada y ella desaparecieron en el aire de repente.
43
Un campo de cristal
Logain se encontraba en el centro de un campo de cristal, con las manos enlazadas a la espalda. La batalla proseguía con furia en los Altos. Parecía que los sharaníes estaban retrocediendo ante la arremetida de los ejércitos de Cauthon, y sus exploradores acababan de informar que la Sombra había recibido un duro castigo por todo Campo de Merrilor.
—Supongo que no te necesitarán —le dijo Gabrelle cuando los exploradores se marcharon—. Así que tenías razón.
El vínculo transmitía insatisfacción e incluso desilusión.
—He de mirar por el futuro de la Torre Negra —repuso Logain.
—No miras por su futuro —replicó ella en tono suave, casi amenazador—. Lo que buscas es asegurarte de ser alguien poderoso en estas tierras, Logain. A mí no puedes ocultarme tus emociones.
Logain controló la ira. No volvería a estar sometido al poder de otros. No lo permitiría. Primero, la Torre Blanca; luego, M’Hael y sus hombres.
Días de tortura. Semanas.
«Seré más fuerte que cualquier otro —pensó. Era la única salida que tenía, ¿cierto?—. Me temerán.»
Luz. Había resistido a los intentos de corromperlo, de alinearlo con la Sombra... Pero no podía evitar preguntarse si no habrían roto algo dentro de él. Algo profundo. Recorrió el campo de cristal con mirada penetrante.
De abajo llegó otro retumbo y algunos de los cristales se rompieron. Toda esa zona no tardaría en derrumbarse. Y con ella, el cetro...
«Poder.»
—Te lo advierto, hombre de tierra firme —dijo cerca una voz sosegada—. He de entregar un mensaje. Si para entregarlo tengo que romperte un brazo, lo haré.