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«Ese acento es seanchan», pensó Logain, que se dio la vuelta, ceñudo. Una seanchan, acompañada de un illiano corpulento, discutía con uno de sus guardias. La mujer sabía cómo hacerse oír sin necesidad de alzar la voz. Irradiaba un autodominio que a Logain le resultó curioso.

Se acercó, y la seanchan alzó la mirada hacia él.

—Tenéis un aire de autoridad —le dijo ella—. ¿Sois vos al que llaman Logain?

Él asintió.

—La Amyrlin os envía sus últimas palabras —anunció la seanchan—. Debéis entregar los sellos a la Torre Blanca para romperlos. ¡La señal es la llegada de la luz! Dice que lo sabremos cuando llegue.

Logain enarcó una ceja. Hizo una especie de asentimiento de cabeza a la mujer, principalmente para desconcertarla, y luego echó a andar de vuelta hacia donde había estado.

—No tienes intención de hacerlo —dijo Gabrelle—. Necio. Esos sellos pertenecen a...

—A mí —la cortó él.

—Logain —empezó Gabrelle con suavidad—, sé que te han hecho daño, pero no es momento de juegos.

—¿Por qué no? ¿El trato que me dio la Torre Blanca no fue lo mismo que un gran juego, un juego prolongado?

—Logain. —Ella le tocó el brazo.

¡La Luz abrasara el vínculo! Ojalá nunca la hubiera forzado a ello. Atado a ella como estaba, percibía su sinceridad. Su vida sería mucho más fácil si pudiera seguir mirando a todas las Aes Sedai con desconfianza.

Sinceridad. ¿Sería ésa su perdición?

—¡Lord Logain! —llamó Desautel desde cerca; el Dedicado era tan corpulento como un herrero—. ¡Lord Logain, creo que lo he encontrado!

Logain destrabó la mirada de la de Gabrelle y volvió la vista hacia Desautel. El Asha’man se encontraba al lado de un gran cristal.

—Está aquí —dijo y empezó a limpiar el cristal mientras Logain se acercaba—. ¿Veis?

Logain se arrodilló y tejió un globo de luz. Sí... ahí, dentro del cristal. Parecía una mano, hecha de un tipo de cristal ligeramente distinto, que resplandecía con la luz. Esa mano sostenía un cetro dorado, con la cabeza ligeramente parecida a una copa.

Con una amplia sonrisa, Logain asió el Poder Único. Dejó que el Saidin fluyera de él al interior del cristal usando un tejido para romperlo como haría con una piedra.

El suelo tembló. El cristal, fuera lo que fuera, resistía. Cuanto más fuerte empujaba, más violento se volvía el temblor.

—Logain... —llamó Gabrelle.

—Échate atrás —le ordenó él—. Creo que tendré que usar fuego compacto.

El pánico surgió impetuosamente por el vínculo. Por suerte, Gabrelle no intentó decirle lo que estaba prohibido y lo que no. Los Asha’man no tenían que obedecer la ley de la Torre Blanca.

—¡Logain!

Otra voz. ¿Es que no iban a dejarlo en paz? Preparó su tejido.

—¡Logain! —Androl jadeaba cuando llegó. Cayó de rodillas, con el— rostro rojo y quemado. Su aspecto era peor que la propia muerte—. Logain..., los refugiados de Caemlyn... La Sombra ha enviado trollocs para matarlos en las ruinas. ¡Luz! Los están masacrando.

Logain tejió fuego compacto, pero retuvo el tejido, casi terminado, mientras miraba el cristal y su dorado premio.

—Logain... —prosiguió Androl con voz dolida—. Los que me acompañaban se quedaron para luchar, pero están demasiado cansados. No encuentro a Cauthon, y los soldados a los que acudí estaban demasiado enzarzados en el combate para ayudar. No creo que ninguno de los comandantes sepa que los trollocs se encuentran río arriba. Luz.

Logain mantuvo el tejido en suspenso, sintiendo palpitar el Poder Único dentro de sí. Poder. Miedo.

—Por favor —susurró Androl con un hilo de voz—. Hay niños, Logain. Están matando niños...

Logain cerró los ojos.

Mat cabalgaba junto con los héroes del Cuerno. Al parecer, el hecho de haber sido una vez el Tocador del Cuerno le otorgaba un lugar especial entre ellos. Se le unieron, lo llamaron, hablaron con él como si se conocieran. Su aspecto resultaba tan... En fin, tan heroico, imponentes en sus monturas y rodeados de una niebla que brillaba contra la luz del alba.

En medio de la lucha, por fin hizo la pregunta que lo había estado acosando largo rato ya.

—Yo no soy... bueno, uno de vosotros, ¿verdad? —le preguntó a Hend el Perforador—. Ya sabes, me refiero a que los héroes nacen a veces y luego mueren y... hacen lo que quiera que hagáis.

El hombretón rompió a reír. Montaba un bayo que casi habría podido equipararse con el mastodonte seanchan.

—¡Sabía que preguntarías eso, Jugador!

—Bueno, entonces deberías tener preparada la jodida respuesta. —Mat notó que la cara le enrojecía por la respuesta que esperaba.

—No, no eres uno de nosotros —contestó Hend—. Puedes estar tranquilo. Aunque has hecho más que suficiente para ganarte un sitio, no has sido elegido. Ignoro por qué.

—Quizá porque no me gusta la idea de tener que salir corriendo cada vez que alguien toca ese puñetero instrumento.

—¡Quizá!

Hend sonrió y galopó hacia una línea de lanceros sharaníes.

Mat ya no dirigía el movimiento de las tropas en el campo de batalla. Si la Luz quería, había dispuesto las cosas lo bastante bien para que no hiciera falta un control directo. Cabalgó a través de la cumbre de los Altos luchando y gritando junto a los héroes.

Elayne había vuelto y había reagrupado a sus tropas. Mat vio el estandarte de Elayne, creado con el Poder Único, resplandecer por encima de los soldados en el cielo, y atisbó a alguien que parecía ella cabalgando entre sus hombres, el pelo brillando como si algo lo alumbrara desde atrás. Parecía una jodida heroína del Cuerno.

Mat soltó un grito de alegría al ver al ejército seanchan marchar hacia el norte, a punto de incorporarse al ejército de Elayne, y siguió cabalgando a lo largo de la ladera oriental de los Altos. Poco después, sofrenó a Puntos, que acababa de pisotear a un trolloc. Ese sonido estruendoso... Mat miró abajo al tiempo que el río regresaba en un veloz aluvión de agua cenagosa. Hendió en dos al ejército trolloc y arrastró a muchas de las bestias cuando entró en tromba de vuelta a su cauce.

El canoso Rogosh observó la corriente de agua y luego movió la cabeza en un gesto de respetuoso asentimiento hacia Mat.

—Bien hecho, Jugador —dijo.

El regreso del río había dividido a las fuerzas de la Sombra.

Mat se reincorporó a la batalla. Mientras cabalgaba, reparó a través de la cumbre de la loma que los sharaníes —lo que quedaba de ellos— huían a través de accesos. Que se fueran, sí.

Cuando los trollocs situados en la cumbre de los Altos vieron huir a los sharaníes, su resistencia se vino abajo y fueron presas del pánico. Encajonados —y viendo que pronto acabarían barridos a través de la loma por los ejércitos combinados de Mat— no les quedaba otra opción que huir hacia la larga vertiente del suroeste.

Mientras, la zona al pie de los Altos se había convertido en un completo caos. El ejército seanchan se había unido al de Elayne y ambos ejércitos atacaron con saña a los trollocs. Formaron un cordón alrededor de las bestias y avanzaron deprisa, para que no escapara ni uno. En poco tiempo, el suelo se convirtió en un barrizal rojo y profundo a medida que los trollocs caían a millares.

Pero el combate en el lado shienariano del Mora no era nada comparado con la contienda que tenía lugar al otro lado del río. La cañada entre las ciénagas y los Altos de Polov estaba atestada de trollocs que trataban de escapar de los seanchan que los atacaban desde el extremo más lejano de la cañada, al oeste.

Las tropas que entraron primero a enfrentarse a los trollocs en la cañada no estaban compuestas por soldados de infantería seanchan, sino por escuadrones de lopar con sus morat’lopar. Erguidas en las patas traseras, las criaturas no eran más altas que los trollocs, pero los superaban de forma considerable en volumen y peso. Llegaron hasta los trollocs, se irguieron y empezaron a arremeter con las garras afiladas como cuchillas. Una vez que uno de ellos debilitaba a su presa, la asía por el cuello con las zarpas y arrancaba de un mordisco la cabeza del trolloc, cosa que le producía un gran placer.