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A los lopar los retiraron cuando los cadáveres de trollocs empezaron a amontonarse en la otra punta de la cañada. Los siguientes en entrar en esa trampa mortífera fueron bandadas de corlm, unas criaturas grandes, sin alas pero con plumas, y largos picos curvos diseñados para desgarrar carne. Esos carnívoros corrieron con facilidad por encima de los montones de cadáveres hacia los trollocs que seguían luchando, para separar la carne de los huesos a las bestias. Los soldados seanchan apenas participaron en esos procedimientos, sólo se situaron con las picas para asegurarse de que no escapaba ningún trolloc por la cañada o por el lado oeste de los Altos. Las criaturas que los atacaban pusieron tan nerviosos a los trollocs que a pocos se les ocurrió la idea de correr hacia las tropas seanchan.

En la ladera, dominados por el terror, los trollocs que huían del ejército de Mat que cargaba tras ellos se lanzaron sobre los que estaban en la cañada. Los monstruos chocaron y tropezaron unos contra otros y empezaron a luchar entre ellos en un intento de ser los que se subían encima de las montoneras de cuerpos para seguir respirando un poco más.

Talmanes y Aludra habían situado los dragones a través de la cañada y comenzaron a disparar huevos de dragón contra las masas agitadas de aterrorizados trollocs.

Todo acabó enseguida. El número de trollocs vivos disminuyó de muchos miles a centenares. Los que quedaban, viendo que la muerte se les venía encima desde tres frentes, huyeron a las ciénagas, donde muchos de ellos se hundieron en las aguas pantanosas. Fueron muertes menos violentas, pero igual de horribles. Los restantes tuvieron un fin más compasivo con flechas, lanzas y virotes de ballestas mientras caminaban con gran esfuerzo a través del cieno hacia el dulce olor de la libertad.

Mat bajó la ensangrentada ashandarei y alzó la vista al cielo. El sol se escondía allí arriba, en alguna parte; no estaba seguro de cuánto tiempo llevaba cabalgando con los héroes.

Tendría que darle las gracias a Tuon por regresar. Sin embargo, no fue a buscarla. Tenía la sensación de que ella esperaría que cumpliera con sus deberes principescos, cualesquiera que fueran.

Sólo que... sentía ese extraño tirón dentro de sí. Y cada vez era más y más fuerte.

«Rayos y centellas, Rand —pensó—. He cumplido con mi parte. Cumple tú con la tuya.»

Recordó entonces que Amaresu le había dicho que cada aliento que respiraba era gracias a la paciencia y benevolencia de Rand...

Él había sido un buen amigo cuando Rand lo había necesitado, ¿verdad que sí? Casi siempre. Maldición, nadie podía esperar que un tipo no se preocupara, incluso que mantuviera un poco las distancias cuando... estaba implicado un demente, ¿cierto?

—¡Hawkwing! —llamó mientras cabalgaba hacia el hombre—. La batalla... —Inhaló hondo—. Ha acabado, ¿verdad?

—Has arreglado esto sin dejar un cabo suelto, Jugador —dijo Hawkwing, erguido en su montura con aire regio—. Ah, qué no daría yo por enfrentarme a ti en un campo de batalla. Qué gran contienda sería.

—Fantástico. Maravilloso. Pero no me refería a esta batalla. Me refería a la Última Batalla. Se ha terminado, ¿correcto?

—¿Preguntas eso bajo un cielo de sombras, sobre una tierra que tiembla de miedo? ¿Qué te dice tu alma, Jugador?

Esos dados seguían rodando dentro de su cabeza.

—Mi alma me dice que soy tonto —gruñó Mat—. Tonto y un jodido estafermo de prácticas montado para que lo ataquen. —Se volvió hacia el norte—. Tengo que ir con Rand. Hawkwing, ¿querrás hacerme un favor?

—Pídelo, Tocador del Cuerno.

—¿Sabes quiénes son los seanchan?

—Tengo... una ligera idea, sí.

—Creo que a su emperatriz le gustaría muchísimo conocerte —dijo Mat—. Si vas y hablas con ella, te lo agradecería. Y, si lo haces, ten la bondad de decirle que te envío yo.

¿CREES QUE VOY A RETROCEDER?, preguntó el Oscuro.

Lo que pronunciaba esas palabras era algo que Rand no podría concebir nunca. Ni siquiera ver el universo en su totalidad le permitía entender al Mal.

EN NINGÚN MOMENTO ESPERÉ QUE TE RETIRARAS, dijo Rand. NO TE CREO CAPAZ DE HACERLO. QUERRÍA QUE PUDIERAS APREHENDER, QUE PUDIERAS COMPRENDER POR QUÉ ERES TÚ EL QUE SIGUE PERDIENDO.

Bajo ellos, en el campo de batalla, los trollocs habían caído derrotados por un joven jugador de Dos Ríos. La Sombra no tendría que haber perdido. No tenía... sentido. Los Engendros de la Sombra eran una fuerza mucho mayor.

No obstante, los trollocs luchaban sólo porque los Myrddraal los obligaban a hacerlo; por sí mismo, un trolloc no se enfrentaría a nada más fuerte que él de igual modo que un zorro no intentaría matar a un león.

Era una de las reglas más básicas entre los predadores. Comer lo que es más débil que tú. Huir de los que son más fuertes que tú.

El Oscuro hervía de rabia porque Rand se sintiera en ese lugar como una fuerza física.

LA DERROTA NO DEBERÍA SORPRENDERTE, dijo Rand. ¿CUÁNDO HAS INSPIRADO TÚ ALGUNA VEZ A LOS HOMBRES QUE DEN LO MEJOR DE SÍ MISMOS? NO PUEDES. ESTÁ FUERA DE TU ALCANCE, SHAI’TAN. TUS ESBIRROS JAMÁS SEGUIRÁN LUCHANDO CUANDO NO HAYA ESPERANZA. JAMÁS RESISTIRÁN POR EL MERO HECHO DE QUE HACERLO SEA LO CORRECTO. NO HA SIDO LA FUERZA LO QUE TE HA VENCIDO. HA SIDO LA NOBLEZA.

¡DESTRUIRÉ! ¡DESGARRARÉ Y QUEMARÉ! ¡LLEVARÉ LA OSCURIDAD A TODOS, Y LA MUERTE SERÁ LA TROMPETA QUE SONARÁ ANTES DE MI LLEGADA! Y TÚ, ADVERSARIO... OTROS PODRÁN ESCAPAR, PERO TÚ MORIRÁS. TIENES QUE SABER QUE SERÁ ASÍ.

OH, LO SÉ, SHAI’TAN, dijo Rand con suavidad. ABRAZO MI MUERTE, PORQUE ES —Y SIEMPRE HA SIDO— MÁS LIGERA— QUE UNA PLUMA. LA MUERTE LLEGA EN UN INSTANTE, TAN POCO TANGIBLE COMO UN PARPADEO DE LA LUZ. NO TIENE PESO NI SUSTANCIA...

Rand adelantó unos pasos y habló más alto:

LA MUERTE NO PUEDE ACORRALARME, NI PUEDE DIRIGIRME. TODO SE REDUCE A ESO, PADRE DE LAS MENTIRAS. ¿CUÁNDO HAS INSPIRADO TÚ A UNA PERSONA PARA QUE DÉ LA VIDA POR TI? NO POR LAS PROMESAS QUE HACES, NO POR LAS RIQUEZAS QUE BUSCAN O LAS POSICIONES QUE TENDRÍAN, SINO POR TI. ¿ALGUNA VEZ HA OCURRIDO ESO?

La oscuridad enmudeció.

¡TRAE MI MUERTE, SHAI’TAN, PORQUE YO TRAIGO LA TUYA!, bramó Rand mientras se arrojaba a la negrura.

Aviendha cayó en un saliente rocoso muy por encima del valle de Thakan’dar. Intentó incorporarse, pero las piernas y los pies destrozados no aguantaban su peso. Se derrumbó en el saliente, y la lanza de fuego y luz que sostenía entre los dedos desapareció. El dolor le subía por las piernas como si estuvieran abrasándose en el fuego.

Graendal se apartó de ella dando traspiés, inhalando aire entre jadeos y sujetándose el costado. Aviendha tejió de inmediato un ataque, llamas de fuego, pero Graendal lo cortó con sus propios tejidos.

—¡Tú! —espetó la Renegada—. ¡Tú, sabandija! ¡Tú, criatura detestable! —Aunque herida, la mujer seguía siendo fuerte.—

Aviendha necesitaba ayuda. Amys, Cadsuane, las otras. Desesperada, aferrada al Poder Único a pesar del horrible dolor, empezó a tejer un acceso de vuelta a donde había estado. Era lo bastante cerca para no necesitar conocer bien el área.

Graendal dejó pasar ese tejido. La sangre manaba entre los dedos de la Renegada. Mientras Aviendha seguía en ello, Graendal tejió un fino hilillo de Aire y restañó la herida con él. Entonces señaló a Aviendha con los dedos manchados de sangre.

—¿Intentas escapar?

La Renegada empezó a tejer un escudo.

Frenética, notando que perdía las fuerzas, Aviendha ató el tejido y dejó el acceso abierto.

«¡Por favor, Amys, fíjate en él!», pensó mientras rechazaba el escudo de Graendal.