—Chiad dice que el combate en Merrilor ha terminado. ¿Es cierto? —preguntó.
—Lo es —contestó maese Luhhan—. Pasé por allí llevando a algunos de nuestros heridos. Debería haber vuelto con Tam y Abell enseguida, pero quería comprobar cómo te encontrabas.
Perrin asintió con un cabeceo. Ese tirón dentro de él... Si acaso, era más fuerte ahora que nunca. Rand lo necesitaba. La guerra no había terminado aún. Ni mucho menos.
—Maese Luhhan, he cometido un error. —Perrin soltó un suspiro.
—¿Qué error?
—Me he exigido mucho —dijo—. Me he esforzado demasiado. —Apretó el puño y golpeó uno de los pilares de la cama—. Tendría que— haberme dado cuenta, maese Luhhan. Siempre hago lo mismo. Me excedo haciendo lo que sea, y al día siguiente estoy fuera de combate.
—¿Sabes, muchacho? —Maese Luhhan se inclinó hacia adelante—. Hoy me preocupa mucho más que no vaya a haber un día siguiente.
Perrin lo miró con el entrecejo fruncido.
—Si ha habido un momento en que tengas que exigirte al máximo, es éste —dijo maese Luhhan—. Hemos ganado una batalla, pero si el Dragón Renacido no gana la suya... Luz, no creo que hayas cometido un error, ni mucho menos. Ésta es nuestra última oportunidad en la forja. Ésta es la mañana en que la pieza principal ha de terminarse. Hoy tendrás que seguir trabajando hasta que hayas acabado.
—Pero si me vengo abajo...
—Entonces lo habrás dado todo.
—Podría fracasar si me quedo sin fuerza.
—En ese caso, al menos no habrás fracasado por contenerte. Sé que no suena bien, y tal vez me equivoque. Pero... En fin, todo lo que estás diciendo se refiere a un día normal, y éste no lo es. No, por la Luz que no lo es. —Maese Luhhan lo asió por el brazo.
»Puede que tú te veas como alguien que se permite llegar demasiado lejos, pero no es ése el hombre que yo veo. Si acaso, Perrin, en ti he visto a alguien que ha aprendido a contenerse. Te he visto sujetar una taza con extremada delicadeza, como si temieras romperla con tu fuerza. Te he visto dar la mano a un hombre y sostenerla con gran cuidado, sin estrecharla nunca con demasiado ímpetu. Te he visto moverte con premeditado comedimiento para no empujar a nadie o tirar algo.
»Ésas fueron unas buenas lecciones que tenías que aprender, hijo. Necesitabas control. Pero en ti he visto a un chico hacerse un hombre que no sabe cómo deshacerse de esas barreras. Veo a un hombre que tiene miedo de lo que pueda ocurrir cuando pierda un poco el control. Me doy cuenta de que lo haces porque temes hacer daño a la gente. Pero, Perrin... Es hora de que dejes de contenerte.
—No me contengo, maese Luhhan —protestó—. En serio, lo prometo.
—¿No? En ese caso... En fin, quizá tengas razón. —De repente maese Luhhan olía a estar cohibido—. Fíjate, aquí me tienes, comportándome como si fuera de mi incumbencia. No soy tu padre, Perrin. Lo lamento.
—No —dijo Perrin al ver que maese Luhhan se levantaba para marcharse—. Ya no tengo padre.
—Lo que esos trollocs hicieron... —empezó el hombre con una mirada dolida.
—A mi familia no la mataron los trollocs —repuso Perrin suavemente—. Fue Padan Fain.
—¿Qué? ¿Estás seguro?
—Uno de los Capas Blancas me lo dijo. Y no mentía.
—Oh, bueno. Fain... Todavía anda por ahí, ¿verdad?
—Sí. Odia a Rand. Y hay otro hombre, lord Luc. ¿Lo recordáis? Ha recibido la orden de matar a Rand. Creo... Creo que ambos van a intentarlo antes de que esto acabe.
—Entonces tendrás que asegurarte de que tal cosa no ocurra, ¿cierto?
Perrin sonrió. Se volvió hacia la puerta al oír pasos fuera. Chiad entró un instante después, y Perrin olió la irritación de la Aiel porque la hubiera oído llegar. La acompañaba Bain, otra figura vestida toda de blanco. Y detrás de ellas...
Masuri. No era la Aes Sedai que él habría elegido. Apretó los labios sin darse cuenta.
—No os caigo bien —dijo Masuri—. Lo sé.
—Nunca he dicho tal cosa —replicó Perrin—. Me fuisteis de gran ayuda durante nuestros viajes.
—Y, sin embargo, no confiáis en mí, pero eso no viene al caso. Queréis recuperar las fuerzas, y probablemente sea yo la única dispuesta a hacerlo. Las Sabias y las Amarillas os zurrarían como a un niño por querer marcharos.
—Lo sé. —Perrin se sentó en la cama. Vaciló—. Necesito saber por qué os reuníais con Masema a mis espaldas.
—He venido en respuesta a una petición —dijo Masuri, que olía a regocijo—, ¿y ahora me decís que no dejaréis que os haga ese favor hasta que conteste a vuestro interrogatorio?
—¿Por qué lo hicisteis, Masuri? Soltadlo de una vez.
—Planeaba utilizarlo —contestó la esbelta Aes Sedai.
—Utilizarlo.
—Tener influencia en quien se hacía llamar el Profeta del Dragón podría haber sido útil. —Olía a sentirse avergonzada—. Era otro momento y otra situación, lord Aybara. Antes de que os conociera. Antes de que cualquiera de nosotros os conociera.
Perrin emitió un quedo gruñido.
—Fui una estúpida —reconoció Masuri—. ¿Era eso lo que queríais oír? Fui una estúpida y desde entonces he aprendido.
Perrin la miró. Luego suspiró y extendió el brazo. Seguía siendo una respuesta Aes Sedai, pero una de las más directas que había oído.
—Hacedlo. Y gracias —dijo.
Ella lo tomó del brazo. Perrin sintió evaporarse la fatiga, la notó salir como un viejo edredón metido a la fuerza en una caja pequeña. Se sintió vigorizado, de nuevo con fuerza. Prácticamente se incorporó de un salto.
Masuri se encorvó y se sentó en la cama. Perrin abrió y cerró la mano, mirándose el puño. Tenía la sensación de ser capaz de desafiar a cualquiera, incluso al propio Oscuro.
—Qué sensación tan maravillosa.
—Me han dicho que destaco en este tejido en particular —dijo ella—. Pero tened cuidado, porque...
—Sí, lo sé. Mi cuerpo sigue estando cansado. Sólo que no lo noto.
En realidad, si lo pensaba, esa última parte no era del todo verdad. Notaba la fatiga como una serpiente escondida en su nido, al acecho, esperando. Lo consumiría otra vez. Eso significaba que tenía que hacer su trabajo antes. Respiró hondo y llamó a su martillo. No se movió.
«Claro —pensó—. Éste es el mundo real, no el Sueño del Lobo.» Se acercó y metió el martillo en los pasadores del cinturón, los nuevos que había creado para sujetar el martillo más grande. Se volvió hacia Chiad, que se había quedado en el umbral; también olía a Bain allí, donde se había retirado.
—Lo encontraré —les dijo—. Si está herido, lo traeré aquí.
—Hazlo, pero no nos encontrarás aquí —contestó Chiad.
—¿Vais a Merrilor? —preguntó, sorprendido.
—A algunos de nosotros nos necesitan para transportar a los heridos y traerlos a recibir Curación. No es algo que los gai’shain hayan hecho en el pasado, pero quizá es algo que podemos hacer esta vez.
Perrin asintió con la cabeza y cerró los ojos. Se imaginó a punto de dormirse, dejándose llevar. El tiempo pasado en el Sueño del Lobo había entrenado bien su mente. Podía engañarse a sí mismo, concentrándose. Eso no cambiaba el mundo real, pero sí cambiaba su percepción.
Sí... flotando a punto de dormirse... Y allí estaba el camino. Tomó la bifurcación que llevaba al Sueño del Lobo en carne y hueso, y captó el inicio de un grito ahogado de Masuri al tiempo que él sentía el cambio entre los dos mundos.
Abrió los ojos y cayó en medio del embate de vientos tormentosos. Creó una burbuja de aire calmo, y entonces tocó el suelo con las piernas fortalecidas. Sólo quedaban unos cuantos muros inestables del palacio de Berelain a ese lado. Una de las paredes se hizo añicos y las piedras rotas salieron lanzadas hacia el cielo por el vendaval. La ciudad casi había desaparecido, y los montones de rocas aquí y allá indicaban dónde se alzaban antes los edificios. El cielo gemía como un metal al doblarse.