Además, admitió para sus adentros, quería ver a Mat y a Perrin. Comprobar que estaban bien. Habían ocurrido tantas cosas; quería hablar con sus amigos y asegurarse de que se encontraban bien. Con lo que le había ocurrido a Rand...
La Aiel le sonrió con gesto ebrio. Loial suspiró y siguió a través del campamento. El día llegaba a su fin. ¡El día de la Última Batalla! Era la Cuarta Era, ¿verdad? ¿Podía empezar una era a mitad del día? Eso sería poco conveniente para los calendarios, ¿o no? Pero todo el mundo coincidía en que Rand había sellado la Perforación a mediodía.
Loial continuó recorriendo el campamento. No se habían movido de la base de Shayol Ghul. Nynaeve había dicho que le preocupaba mucho mover a Rand. Loial siguió buscando, asomándose a las tiendas. En la siguiente, encontró al general canoso, Ituralde, rodeado de cuatro Aes Sedai.
—Mirad —decía Ituralde—, he servido a los reyes de Arad Doman toda mi vida. Presté juramentos.
—Alsalam ha muerto —argumentó Saerin Sedai, al lado de la silla—. Alguien tiene que ocupar el trono.
—En Saldaea reina la confusión —añadió Elswell Sedai—. La sucesión es un caos, con los lazos que hay ahora con Andor. Arad Doman no puede permitirse estar sin un cabecilla. Debéis aceptar el trono, Rodel Ituralde. Y debéis hacerlo cuanto antes.
—El Consejo de Mercaderes...
—Todos muertos o desaparecidos —dijo otra Aes Sedai.
—Presté juramentos...
—¿Y qué querría vuestro rey que hicierais? —preguntó Yukiri Sedai—. ¿Dejar que el reino se desintegre? Debéis ser fuerte, lord Ituralde. No es momento de que Arad Doman esté sin dirigente.
Loial se escabulló mientras meneaba la cabeza; sentía pena por el general. Cuatro Aes Sedai, nada menos. Ituralde estaría coronado antes de que el día hubiera acabado.
Se detuvo otra vez ante la tienda principal de Curación para comprobar si alguien había visto a Mat. Había estado en ese campo de batalla, y la gente decía que estaba sonriente y saludable, pero... En fin, que él quería verlo por sí mismo. Quería hablar con él.
Dentro de la tienda, Loial tuvo que encorvarse para no rozar el techo con la cabeza. Una tienda grande para humanos era pequeña para las medidas normales Ogier.
Se asomó a ver a Rand. Su amigo tenía peor aspecto que antes. Lan estaba junto a la pared de lona. Una corona —un sencillo aro de plata— le ceñía las sienes donde antes solía llevar el hadori. Eso no era extraño, pero otra a juego que Nynaeve lucía pilló a Loial por sorpresa.
—No es justo —susurró Nynaeve—. ¿Por qué ha de morir cuando el otro está mejorando?
Nynaeve parecía preocupada. Todavía tenía los ojos enrojecidos, pero antes había soltado algunas frescas a quienes lo habían mencionado, así que Loial no dijo nada. A menudo los humanos parecían querer que no pronunciara palabra, lo cual era raro para gente que vivía tan precipitadamente.
Ella lo miró y Loial le hizo una inclinación de cabeza.
—Loial, ¿cómo va tu búsqueda? —le preguntó.
—No muy bien —contestó con una mueca—. Perrin no me hizo caso y a Mat no lo ha visto nadie por ninguna parte.
—Tu historia puede esperar unos cuantos días, constructor —dijo Lan.
Loial no discutió. Lan era rey ahora, después de todo. Pero... no, las crónicas no podían esperar. Tenían que ser recientes para que la historia que él escribiera fuera fiel.
—Es terrible —dijo Flinn, sin quitar la mirada de Rand—. Pero, Nynaeve Sedai... Es tan extraño. A ninguna de las tres parece que le importe. ¿No tendrían que estar más preocupadas...?
Loial los dejó, aunque se pasó a ver a Aviendha, que estaba cerca, en otra tienda. La encontró sentada mientras varias mujeres le curaban los pies sangrantes y retorcidos. Había perdido varios dedos. Ella lo saludó con un gesto de cabeza; al parecer, las Curaciones hechas hasta ese momento le habían calmado el dolor, porque, aunque se la notaba cansada, no parecía sufrir.
—¿Mat? —preguntó Loial, esperanzado.
—No lo he visto, Loial, hijo de Arent, nieto de Halan —contestó Aviendha—. Al menos, no desde que me lo preguntaste hace poco.
Loial enrojeció y luego la dejó tranquila. Fuera, pasó junto a Elayne y Min. Conseguiría los relatos de las dos —ya les había hecho unas cuantas preguntas— pero los tres ta’veren... ¡Eran los más importantes! ¿Por qué los humanos andaban siempre trajinando con tanta prisa y nunca se sentaban, tranquilamente? Nunca tenían tiempo para pensar. Ése era un día importante.
Sin embargo, era extraño. Min y Elayne. ¿No tendrían que estar junto a Rand? Elayne parecía estar recibiendo informes sobre las bajas y el avituallamiento para los refugiados, en tanto que Min permanecía sentada, la mirada prendida en Shayol Ghul con una expresión remota en los ojos. Ninguna entraba para sostener la mano a Rand mientras él se acercaba a la muerte.
«Bueno —pensó Loial—, a lo mejor Mat se me ha escabullido y ha regresado a Merrilor.» Esos hombres, nunca estaban quietos. Siempre con prisas...
Caminando tranquilamente, Matrim Cauthon entró en el campamento seanchan, en el lado sur de Merrilor, lejos de los montones de cadáveres.
Todo en derredor, hombres y mujeres seanchan dieron respingos al verlo y se llevaron la mano a la boca. Él se tocó el sombrero para saludarlos.
—¡El Príncipe de los Cuervos!
La voz se corrió en susurros y lo precedió por el campamento pasando de boca en boca, como la última botella de brandy en una noche fría.
Se dirigió directamente a Tuon, que se encontraba junto a una gran mesa de mapas en el centro del campamento, hablando con Selucia. Mat vio que Karede había sobrevivido. Probablemente el hombre se sentía culpable por ello.
Tuon lo miró y frunció el ceño.
—¿Dónde has estado?
Mat levantó el brazo y Tuon volvió a fruncir el entrecejo al mirar hacia arriba y no ver nada. Mat giró la mano y la alzó más hacia el cielo.
Flores nocturnas empezaron a estallar en lo alto, por encima del campamento.
Mat sonrió. Le había costado un poco convencer a Aludra, pero sólo un poco. A ella le gustaba muchísimo crear cosas que explotaran.
Todavía no había oscurecido del todo, pero aun así el espectáculo era imponente. Aludra tenía ahora a la mitad de los dragoneros entrenándose para preparar fuegos de artificio y manipular sus polvos explosivos. Parecía mucho menos reservada de lo que fuera antaño.
Los sonidos del espectáculo tronaban sobre ellos.
—¿Fuegos artificiales? —dijo Tuon.
—El mejor espectáculo de fuegos de artificio en la jodida historia de mi tierra o de la tuya —replicó Mat.
Los estallidos de colores se reflejaban en los oscuros ojos de Tuon.
—Estoy embarazada —anunció ella—. La Augur del Destino lo ha confirmado.
Mat sintió como un impacto, igual que si un fuego de artificio le hubiera salido volando desde el estómago. Un heredero. ¡Un hijo, sin duda! ¿Qué probabilidades habría de que fuera un chico? Mat esbozó una sonrisa forzada.
—Bueno, supongo que ahora estoy liberado. Tienes tu heredero.
—Tengo un heredero —dijo Tuon—, pero soy yo la que está liberada. Ahora puedo matarte, si quiero.
Mat notó que se le ensanchaba la sonrisa.
—Bueno, pues habrá que ver qué podemos hacer para solucionarlo. Dime, ¿alguna vez has jugado a los dados?
Perrin se sentó entre los muertos y por fin rompió a llorar.
Gai’shain de blanco y mujeres civiles buscaban entre los muertos. No había rastro de Faile. Ni el más mínimo.
«No puedo seguir.» ¿Cuánto hacía que no dormía? Desde esa noche en Mayene. Su cuerpo protestaba por no haber tenido suficiente descanso. Antes de eso, se había excedido al pasar el equivalente a semanas en el Sueño del Lobo.
Lord y lady Bashere habían muerto. Faile habría sido reina, si hubiera vivido. Un estremecimiento lo sacudió y empezó a temblar; era incapaz de moverse más. Había cientos de miles de muertos en ese campo de batalla. Los otros buscadores hacían caso omiso de cualquier cuerpo en el que no hubiera vida. Sólo lo marcaban y seguían buscando. Había tratado de hacer correr la voz de que buscaran a Faile, pero la tarea de esas personas era buscar a los vivos.