Ese viento no fue un final. Porque no existen finales, y nunca existirán, en el eterno girar de la Rueda del Tiempo.
Pero aquél fue un final.
Y sucedió que en aquellos días, como había acontecido antes y volvería a acontecer, la oscuridad cernía su peso sobre la tierra y oprimía el corazón de los hombres, y el verdor de las plantas palidecía y la esperanza desfallecía. Y los hombres invocaron al Creador, diciendo: Oh Luz de los Cielos, Luz del Mundo, haced que el Redentor Prometido nazca del seno de la montaña, tal como afirman las profecías, tal como acaeció en las eras pasadas y sucederá en las venideras. Haced que el Príncipe de la Mañana cante en honor de la tierra para que crezcan las verdes cosechas y los valles produzcan corderos. Permitid que el brazo del Señor del Alba nos proteja de la Oscuridad y que la gran espada de la justicia nos defienda. Haced que el Dragón cabalgue de nuevo a lomos de los vendavales del tiempo.
Llegó como el viento, como el viento lo tocó todo, y como el viento partió.