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—Cuánto... —susurró el hombre—. Luz, sois muy fuerte.

Pevara se permitió sonreír. La coligación iba unida a una avalancha de percepción. Percibió las emociones de Androl. Estaba tan asustado como ella. Y era muy... íntegro. Pevara había imaginado que estar coligada con él sería terrible debido a la locura, pero no percibía nada que se le pareciera.

Empero, el Saidin... Ese fuego líquido con el que Androl se debatía, como una serpiente que intentaba consumirlo. Pevara se echó hacia atrás.

¿Estaba infectado? No podía negarlo con certeza. El Saidin era tan diferente, tan ajeno a ella... Informes fragmentados sobre los primeros días describían la infección como una mancha de aceite sobre un río. Bien, alcanzaba a ver un río; más bien un arroyo. Por lo visto, Androl había sido sincero con ella y tenía muy poca fuerza. No percibió mancha de infección; claro que tampoco sabía qué tenía que buscar.

—Me pregunto... —empezó a decir Androl—. Me pregunto si podría abrir un acceso con este poder.

—Los accesos ya no funcionan en la Torre Negra.

—Lo sé, pero aun así percibo que lo tengo al alcance, un poco más allá de las puntas de los dedos —explicó él.

Pevara abrió los ojos y lo miró. Sentía la sinceridad dentro del círculo, pero crear un acceso requería muchísimo Poder Único, al menos para una mujer. Androl debía de poseer una magnitud demasiado débil para ese tejido. ¿Sería necesario un nivel de fuerza diferente para un hombre?

Utilizando de algún modo su poder mezclado con el de él, Androl adelantó una mano. Pevara lo sintió tirar del Poder Único a través de ella; trató de mantener la compostura, pero no le gustaba que él tuviera el control. ¡No podía hacer nada!

—Androl, soltadme —dijo.

—Es maravilloso... —susurró él al tiempo que se ponía de pie, desenfocados los ojos—. ¿Es esto lo que se siente, siendo uno de los otros? ¿Los que tienen fuerza en el Poder?

Absorbió más poder de Pevara y lo utilizó. Los objetos del cuarto empezaron a alzarse en el aire.

—¡Androl!

Pánico. Era el mismo pánico que había experimentado cuando supo que sus padres habían muerto. No había vuelto a sentir un terror así hacía más de un siglo, desde que se sometió a la prueba para obtener el chal.

El hombre tenía el control de su poder para encauzar. Un control absoluto. Pevara empezó a jadear e intentó conectar con él. No podía utilizar el Saidar mientras él no lo soltara y se lo pasara; pero también podía usarlo contra ella. Imágenes del hombre valiéndose de la fuerza de ella para atarla con Aire pasaron veloces por su mente. No estaba en su mano romper la coligación. Sólo podía hacerlo él.

De pronto, Androl fue consciente de lo que pasaba y se le desorbitaron los ojos. El círculo se desvaneció como un parpadeo y Pevara recobró su poder. Sin pensarlo, arremetió. Aquello no volvería a pasar. El control lo tendría ella. Los tejidos surgieron antes de que se diera cuenta de lo que hacía.

Androl cayó de rodillas mientras echaba la cabeza hacia atrás y con una mano barría la superficie de la mesa, tirando herramientas y trozos de cuero al suelo. El hombre soltó un grito ahogado.

—¿Qué habéis hecho? —dijo, jadeante.

—Taim dijo que podíamos elegir a cualquiera de vosotros —farfulló Pevara a la par que se daba cuenta de lo que había hecho.

Lo había vinculado. En cierto modo, lo que le había hecho él, pero a la inversa. Trató de calmar los latidos desenfrenados del corazón. Una percepción del hombre brotó en el fondo de su mente, semejante a la experimentada cuando estaban unidos en el círculo, pero más personal. Más íntima.

—¡Taim es un monstruo! —gruñó él—. Vos lo sabéis. ¿Aceptáis lo que dice que podéis hacer y lo lleváis a cabo sin mi permiso?

—Yo... Yo...

Androl apretó los dientes y Pevara notó algo de inmediato. Algo ajeno, algo extraño. Era como mirarse a sí misma. Como sentir sus emociones volviendo a ella una y otra y otra vez en un giro interminable.

Su yo, su esencia, mezclada con la de él durante lo que parecía una eternidad. Sabía lo que significaba ser él, pensar como él. Vio la vida del hombre en un abrir y cerrar de ojos, se quedó absorta en sus recuerdos. Emitió un grito ahogado y cayó de rodillas delante del hombre.

La sensación casi se disipó; no del todo, pero perdió intensidad. El proceso era como haber nadado cien leguas a través de agua hirviente y emerger en ese momento habiendo olvidado lo que era tener sensaciones normales.

—Luz... —susurró—. ¿Qué ha pasado?

Androl yacía de espaldas en el suelo. ¿Cuándo se había caído? El hombre parpadeó y miró el techo.

—He visto hacerlo a alguno de los otros. Algunos Asha’man vinculan a sus esposas.

—¿Me habéis vinculado? —inquirió, horrorizada.

Androl gimió y rodó sobre el costado.

—Vos me lo hicisteis primero.

Espantada, Pevara se dio cuenta de que aún podía sentir las emociones de él. Su esencia. Incluso podía comprender parte de lo que estaba pensando. No los pensamientos en sí, sino ciertas sensaciones que eran producto de esos pensamientos.

Androl sentía desconcierto, preocupación y... curiosidad. Curiosidad respecto a la nueva experiencia. «¡Estúpido!»

Pevara había confiado en que, de algún modo, los dos vínculos se hubieran anulado el uno al otro. Pero no había ocurrido así.

—Tenemos que poner fin a esto —dijo la mujer—. Os liberaré, lo juro. Solamente... liberadme.

—No sé cómo hacerlo —contestó Androl; se puso de pie y respiró hondo—. Lo siento.

Decía la verdad.

—Lo del círculo fue una mala idea —comentó Pevara.

Androl le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie, pero ella no la aceptó y se incorporó por su cuenta.

—Me parece que fue una mala idea vuestra antes que mía.

—En efecto —admitió ella—. Fue mía antes, pero puede que sea una de las peores que he tenido. —Se sentó—. Hemos de reflexionar sobre lo ocurrido, hallar el modo de...

La puerta de la tienda se abrió de golpe.

Androl giró velozmente sobre los talones al tiempo que Pevara abrazaba la Fuente. Androl empuñó el troquelador como si fuese un arma. También había asido el Poder Único. Pevara percibía esa fuerza ardiente dentro de él; débil por su escaso poder, como un pequeño chorro de magma, pero aun así abrasadora. Percibió el temor reverencial del hombre. Así que experimentaba lo mismo que ella. Abrirse al Poder Único era como ver por primera vez, como si el mundo cobrara vida.

Por fortuna, ni el arma improvisada ni el Poder Único eran necesarios. El joven Evin se encontraba en el umbral; la lluvia le resbalaba por las mejillas. Cerró la puerta y se dirigió presuroso hacia el banco de trabajo de Androl.

—Androl, es... —Se quedó paralizado al verla a ella.

—Evin, estás solo —dijo Androl.

—He dejado a Nalaam para que vigile —explicó, jadeante—. Era importante, Androl.

—No debemos quedarnos solos nunca, Evin —lo reprendió Androl—. Jamás. Siempre en parejas. Sea cual sea la emergencia que surja.

—Lo sé, lo sé. Lo lamento. Es que... la noticia, Androl... —Echó una ojeada hacia Pevara.

—Habla —instó Androl.

—Welyn y su Aes Sedai han regresado —informó Evin.

Pevara percibió la tensión repentina que experimentaba Androl.

—¿Es aún... uno de nosotros? —preguntó luego.

Evin negó con la cabeza.

—Es uno de ellos —confirmó, descompuesto el semblante—. Probablemente Jenare Sedai también lo es. No la conozco lo suficiente para estar seguro. Sin embargo, Welyn... Sus ojos ya no son los de antes y ahora sirve a Taim.

Androl gimió. Welyn había salido con Logain. Androl y los otros habían abrigado la esperanza de que, aunque hubieran capturado a Mezar, Logain y Welyn estuvieran libres y siguieran siendo los de siempre.