—Creo que lo haré —asintió Lir, ceñudo el gesto.
—Entonces, tomad nota de mi plan. Empezaremos enviando exploradores antes de que acabe la noche para que intenten descubrir grupos de civiles a los que rescatar, y... Aviendha, por la piedra cagada de una jodida cabra, ¿se puede saber qué puñetas estás haciendo?
Dejando la tarea de arreglarse las uñas con su segundo cuchillo, Aviendha alzó la vista. «¿Piedra cagada de una jodida cabra?» Eso era nuevo. Elayne siempre se sabía unas maldiciones muy interesantes.
Los tres Cabezas Insignes sentados a la mesa se incorporaron de un brinco, tirando las sillas; trastabillando, llevaron la mano a la espada. Elayne permanecía sentada en su sitio, todavía con los ojos y la boca abiertos de par en par.
—Es una mala costumbre —admitió Aviendha mientras se guardaba el cuchillo en la bota—. Llevaba las uñas demasiado largas, pero no debería haberlo hecho en tu tienda, Elayne. Lo siento. Espero no haberte ofendido.
—No me refiero a las malditas uñas, Aviendha —repuso Elayne—. ¿Cómo...? ¿Cuándo has llegado? ¿Por qué no te anunciaron los guardias?
—Es que no me vieron —contestó—. No quería armar un lío, y los habitantes de las tierras húmedas pueden ser muy quisquillosos. Pensé que quizá me negaran el paso, como ahora eres la reina.
Sonrió mientras decía la última frase. Elayne tenía mucho honor; la forma de convertirse en una cabecilla entre los habitantes de las tierras húmedas distaba de ser la correcta (las costumbres allí eran muy atrasadas), pero Elayne había llevado bien las cosas y había conquistado el trono. Aviendha no se habría sentido más orgullosa de una hermana de lanza que hubiera tomado a un jefe de clan como gai’shain.
—¿No te...? —Empezó Elayne. De repente sonrió—. Atravesaste todo el campamento hasta mi tienda, en el centro, y luego te colaste dentro y te sentaste a cinco pies de mí. Y nadie te vio.
—No quería meter jaleo.
—Tienes un modo extraño de no hacerlo.
Los compañeros de Elayne no reaccionaron con tanta calma. Uno de los tres, el joven lord Perival, miró en derredor con ojos preocupados, como si buscara otros intrusos.
—Mi reina —dijo Lir—, ¡debemos castigar esta brecha en la seguridad! Encontraré a los hombres que fueron negligentes y me encargaré de que reciban...
—Calma —pidió Elayne—. Yo hablaré con mis guardias y les sugeriré que mantengan los ojos un poco más abiertos. Aun así, vigilar la entrada de la tienda es una precaución absurda. Lo ha sido siempre, ya que alguien puede abrirse paso por detrás cortando la lona.
—¿Y echar a perder una buena tienda? —argumentó Aviendha, que hizo un gesto de desagrado con los labios—. Sólo si tuviéramos una enemistad por derramamiento de sangre, Elayne.
—Lord Lir, si queréis, podéis ir a inspeccionar la ciudad. Desde una distancia segura, se entiende —propuso Elayne mientras se levantaba—. Si alguno de los demás desea acompañarlo, puede hacerlo. Dyelin, te veré por la mañana.
—De acuerdo.
Los lores saludaron por turno, tras lo cual abandonaron la tienda sin dejar de mirar con desconfianza a Aviendha. Dyelin se limitó a menear la cabeza antes de ir tras ellos, y Elayne mandó a sus comandantes de combate que fueran a coordinar la exploración de la ciudad. Lo cual dejó a Elayne y a Aviendha solas en la tienda.
—Luz, Aviendha —dijo Elayne mientras la abrazaba—. Si la gente que quiere verme muerta tuviera la mitad de tu destreza...
—¿He hecho algo indebido?
—¿Aparte de entrar a hurtadillas en mi tienda como un asesino?
—Pero tú eres mi primera hermana... —empezó Aviendha—. ¿Tendría que haberme anunciado? Pero no estamos debajo de un techo. ¿O es que entre los habitantes de las tierras húmedas una tienda se considera un techo, como en un dominio? Lo siento, Elayne. ¿Tengo toh contigo? Sois un pueblo con reacciones tan imprevisibles que resulta difícil saber lo que os ofende y lo que no.
Elayne se echó a reír.
—Aviendha, eres una joya. Una joya total y verdadera. Luz, qué alegría tenerte aquí. Necesitaba ver un rostro amigo esta noche.
—¿Caemlyn ha caído? —preguntó.
—Casi. —El semblante de Elayne adquirió una expresión más y más fría—. Fue la condenada puerta de los Atajos. Pensé que era segura... La tenía poco menos que tapada con ladrillos, con cincuenta guardias en la puerta y las hojas de Avendesora quitadas y puestas ambas en la parte exterior.
—Alguien dentro de Caemlyn los dejó pasar, entonces.
—Amigos Siniestros. Una docena de miembros de la guardia... Tuvimos la suerte de que un hombre sobrevivió a la traición y logró escapar. Luz, no sé por qué tenía que sorprenderme. Si están en la Torre Blanca, también están en Andor. Pero éstos eran hombres que habían vuelto la espalda a Gaebril y que parecían leales. Esperaron todo este tiempo para traicionarnos ahora.
Aviendha hizo una mueca, pero acercó una silla para reunirse con Elayne en la mesa, en lugar de sentarse en el suelo. Su primera hermana prefería sentarse de ese modo. Tenía el vientre hinchado por los bebés que crecían en él.
—Mandé a Birgitte con los soldados a la ciudad para ver qué más se podía hacer —explicó Elayne—. Pero hemos hecho todo cuanto ha sido posible esta noche. La ciudad está vigilada y los refugiados han sido atendidos. Luz, ojalá pudiera hacer algo más. Lo peor de ser reina no son las cosas que una debe hacer, sino las que no puede hacer.
—Les presentaremos batalla bien pronto —dijo Aviendha.
—Sí, muy pronto. —Los ojos de Elayne echaban chispas—. Les daré fuego e ira, les pagaremos con la misma moneda por los incendios que desataron sobre mi pueblo.
—Te oí decir a esos hombres que no atacaríais la ciudad.
—No. No les daré la satisfacción de que defiendan mis propias murallas contra mí. Le he dado una orden a Birgitte; los trollocs acabarán abandonando Caemlyn, de eso no nos cabe duda. Birgitte se ocupará de acelerar esa partida a fin de poder combatir contra ellos fuera de la ciudad.
—No dejar que el enemigo elija el campo de batalla —convino Aviendha al tiempo que asentía con la cabeza—. Buena estrategia. ¿Y... el encuentro con Rand?
—Asistiré a la reunión. Debo hacerlo, y lo haré. Más le vale no hacer teatro y dejarse de evasivas. Mis súbditos mueren, mi ciudad está envuelta en llamas, el mundo se encuentra a dos pasos del borde del precipicio. Me quedaré sólo hasta la tarde; después de eso, regreso a Andor. —Vaciló—. — ¿Vendrás conmigo?
—Elayne... —empezó Aviendha—. No puedo dejar a mi pueblo. Ahora soy una Sabia.
—¿Fuiste a Rhuidean?
—Sí. —Aunque le dolía guardar secretos no dijo nada de las visiones— que había tenido allí.
—Excelente, yo... —Alguien interrumpió a Elayne.—
—Majestad —llamó el guardia de la puerta desde fuera—. Una mensajera para vos.
—Que pase.
El guardia retiró el faldón de la entrada para que pasara una joven de la Guardia Real con el galón de mensajero en la chaqueta. Saludó con una florida reverencia quitándose el sombrero con una mano mientras le tendía una carta con la otra.
Elayne la tomó, pero no la abrió. La mensajera se retiró.
—Quizás aún podamos luchar juntas, Aviendha —dijo Elayne—. Si me salgo con la mía, tendré Aiel conmigo cuando reclame Andor. Los trollocs en Caemlyn presentan una seria amenaza para todos nosotros; incluso si expulso a la fuerza principal, la Sombra puede seguir soltando Engendros de la Sombra a través de esa puerta de los Atajos.
»Estoy pensando que, mientras mis ejércitos luchan contra el cuerpo principal de trollocs en el exterior de Caemlyn (antes habré de encontrar el modo de hacer inhabitable la ciudad para los Engendros de la Sombra), enviaré una fuerza menor a través de un acceso para que se apodere de la puerta de los Atajos. Si pudiéramos contar con la ayuda de los Aiel para conseguirlo...