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Mientras hablaba, abrazó la Fuente —Aviendha vio el brillo que la— envolvía— y con gesto ausente abrió la carta rompiendo el sello con un hilo de Aire.

Aviendha enarcó una ceja.

—Lo siento —dijo Elayne—, he llegado a un punto del embarazo en el que puedo volver a encauzar sin fallos y no dejo de buscar excusas para hacerlo.

—No pongas en peligro a los bebés —aconsejó Aviendha.

—No voy a hacer tal cosa. Eres tan pesada como Birgitte. Al menos aquí no hay nadie que tenga leche de cabra. Min dice... —Dejó sin terminar la frase mientras movía los ojos de lado a lado y leía la carta. Su expresión se ensombreció y Aviendha se preparó para recibir una mala noticia.

—Oh, ese hombre... —farfulló Elayne.

—¿Rand?

—Creo que un día de éstos voy a estrangularlo.

Aviendha tensó la mandíbula.

—Si te ha ofendido...

Elayne le dio vuelta a la carta.

—Insiste en que regrese a Caemlyn para cuidar de mi pueblo. Me da una docena de razones para hacerlo, e incluso llega a decir que «me libera de mi obligación» de reunirme con él mañana.

—No debería insistirte en nada.

—Sobre todo de un modo tan enérgico —convino Elayne—. Luz, qué inteligente por su parte. Es obvio que intenta obligarme a que me quede. Hay un toque de Daes Dae’mar en esto.

—Hablas como si te sintieras orgullosa —insinuó Aviendha con cierta vacilación—. ¡Y sin embargo deduzco que esta carta está a un paso de ser insultante!

—Estoy orgullosa —confirmó Elayne—. Y enfadada con él. Pero orgullosa porque sabe cómo enfurecerme así. ¡Luz! Aún podremos hacer de ti un rey, Rand. ¿Por qué me quiere a su lado en la reunión con tanto empeño?

—¿Es que entonces no sabes lo que planea?

—No. Obviamente tiene relación con todos los gobernantes. Pero asistiré, aun cuando es muy probable que tenga que hacerlo sin haber dormido nada esta noche. Me reúno con Birgitte y con mis otros comandantes dentro de una hora a fin de repasar los planes para echar a los trollocs de Caemlyn y después destruirlos.

Tras aquellos ojos suyos aún ardía un fuego. Elayne era una verdadera guerrera, tanto como la que más, de cuantas había conocido Aviendha.

—He de encontrarme con él —le dijo a Elayne.

—¿Esta noche?

—Esta noche. La Última Batalla empezará pronto.

—En lo que a mí concierne, empezó en el momento en que esos malditos trollocs pisaron Caemlyn —rezongó Elayne—. La Luz nos asista. Ya ha empezado.

—Entonces llegará el día de morir —manifestó Aviendha—. Muchos de nosotros despertaremos de este sueño. Puede que no haya otra noche para Rand y para mí. En parte, vine a verte para hablarte de esto.

—Tienes mi bendición —respondió Elayne en voz queda—. Eres mi primera hermana. ¿Has pasado tiempo con Min?

—No lo suficiente, y, en otras circunstancias, remediaría esa omisión de inmediato. Pero no queda tiempo.

Elayne asintió con la cabeza.

—Creo que se siente mejor respecto a mí —comentó Aviendha—. Me hizo un gran honor al ayudarme a comprender el último paso para convertirme en una Sabia. Quizá sería oportuno adaptar algunas costumbres. No lo hemos hecho mal, teniendo en cuenta las circunstancias. Me gustaría hablar con ella y que tú estuvieras, si queda tiempo.

—Puedo disponer de unos minutos entre reunión y reunión. Mandaré a buscarla.

3

Un lugar peligroso

Lord Logain y Taim han solventado sus diferencias, desde luego —dijo Welyn, que estaba sentado en la sala común de La Gran Reunión. Llevaba campanillas en las oscuras trenzas y sonreía de oreja a oreja. Siempre había sonreído mucho; más de la cuenta—. A los dos les preocupaba la división que estábamos sufriendo y convinieron en que no era bueno para la moral. Tenemos que centrarnos en la Última Batalla. No es el momento de pelear.

Androl se encontraba junto a la puerta, con Pevara a su lado. Era sorprendente la rapidez con que ese edificio —otrora un almacén— se había transformado en una taberna. Lind había hecho bien su trabajo. Había un mostrador bastante decente y banquetas, y, a pesar de que las mesas y las sillas repartidas por la sala eran disparejas, allí cabían docenas de personas sentadas. También tenía una biblioteca con un número considerable de libros, aunque era muy exigente en cuanto a permitir usarlos según a quién. En el segundo piso, Lind planeaba montar comedores privados y dormitorios para los visitantes que recibiera la Torre Negra. Eso, si es que Taim empezaba a permitir otra vez la entrada de visitantes.

La sala estaba bastante llena y entre la muchedumbre había un gran número de reclutas nuevos, hombres que aún no habían entrado en la creciente disputa ni se habían decantado por un bando u otro, ya fueran Taim y sus hombres, o los partidarios de Logain.

Oyendo hablar a Welyn, Androl sintió escalofríos. Su Aes Sedai, Jenare, se encontraba sentada a su lado y tenía posada la mano en el brazo de Welyn con gesto afectuoso. Y ese ser con el rostro y la voz de Welyn no era el mismo hombre.

—Nos encontramos con el lord Dragón —prosiguió Welyn—, que inspeccionaba las Tierras Fronterizas a fin de preparar el ataque de la humanidad contra la Sombra. Ha reunido a todas las naciones bajo su bandera. No hay nadie que no lo apoye, aparte de los seanchan, desde luego, pero a ésos se los ha hecho retroceder.

»Ha llegado el momento, y muy pronto seremos llamados a la lucha. Tenemos que estar volcados una última vez en nuestras habilidades. La Espada y el Dragón se otorgarán con prodigalidad en las próximas dos semanas. Trabajad duro y seremos las armas que acabarán con el dominio del Oscuro en este mundo.

—Dijiste que Logain venía —demandó una voz—. ¿Por qué no ha vuelto aún?

Androl se volvió. Jonneth Dowtry se encontraba cerca de la mesa de Welyn. Cruzado de brazos y con una mirada fulminante clavada en Welyn, Jonneth ofrecía una imagen intimidante. El hombre de Dos Ríos solía comportarse de manera amistosa y era fácil olvidar que era más alto que cualquiera de ellos y que tenía brazos de oso. Vestía la chaqueta negra de Asha’man, aunque no lucía ningún alfiler en el cuello alto, a pesar de que era tan fuerte en el Poder Único como cualquier Dedicado.

—¿Por qué no está aquí? —demandó Jonneth—. Dijiste que habías regresado con él, que Taim y él habían hablado. Bien, pues ¿dónde está?

«No presiones, muchacho —pensó Androl—. ¡Deja que piense que creemos sus mentiras!»

—Llevó al M’Hael a visitar al lord Dragón —respondió Welyn—. Ambos deberían estar de vuelta por la mañana o al día siguiente, como muy tarde.

—¿Por qué necesitaba Taim que Logain le mostrara el camino? —insistió con cabezonería Jonneth—. Podría haber ido él solo.

—Ese chico es un necio —susurró Pevara.

—Es honesto —repuso Androl en voz baja—, y quiere respuestas veraces. Estos chicos de Dos Ríos son un buen grupo, gente llana y cabal. Sin embargo, no son muy duchos en subterfugios.

Pevara guardó silencio, pero Androl percibió que estaba considerando la idea de encauzar y acallar a Jonneth con alguna mordaza de Aire. No era un pensamiento serio, sino simple antojo, pero aun así lo percibía. ¡Luz! ¿Qué se habían hecho el uno al otro?

«Está dentro de mi cabeza —pensó—. Tengo una Aes Sedai metida en la cabeza.»

Pevara se quedó paralizada y después lo miró.

Androl buscó el vacío, ese viejo truco de soldado que ayudaba a encontrar la lucidez antes de la batalla. El Saidin también estaba allí, por supuesto. No hizo intención de asirlo.

—¿Qué es lo que habéis hecho? —le susurró Pevara—. Os siento, pero percibir vuestros pensamientos es más difícil.