Bueno, al menos ya era algo.
—Jonneth —llamó Lind desde el otro lado de la sala, de forma que interrumpió la siguiente pregunta que iba a hacer a Welyn—, ¿no le has oído decir que ha viajado mucho? Está agotado. Deja que se beba la cerveza y descanse un rato antes de que lo atosigues para que cuente más cosas.
Jonneth la miró con aire dolido. Welyn sonrió mientras el joven se retiraba y salía de la sala. Welyn siguió hablando de lo bien que hacía las cosas el lord Dragón y de lo muy necesario que cada uno de ellos iba a ser.
Androl soltó el vacío y se sintió más relajado. Echó una ojeada en torno a la sala en un intento de juzgar quiénes, de los que se encontraban allí, eran dignos de confianza. Le caían bien muchos de esos hombres y quedaban bastantes que no estaban del todo con Taim, pero aun así no podía confiar en ellos. Taim tenía ahora un control completo en la Torre, y las lecciones privadas con él y con sus elegidos eran codiciadas por los recién llegados. Sólo se podía contar con que los chicos de Dos Ríos lo apoyaran de un modo u otro en su causa, y la mayoría de ellos, aparte de Jonneth, eran demasiado inexpertos para que resultaran de utilidad.
Evin se había reunido con Nalaam al otro lado de la sala, y Androl le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que siguiera a Jonneth bajo la tormenta. Nadie debía estar solo. Hecho esto, Androl escuchó las fanfarronadas de Welyn y advirtió que Lind se desplazaba entre la multitud para dirigirse hacia él.
Lind Taglien era una mujer baja, de cabello oscuro; llevaba el vestido cubierto con un precioso bordado. Siempre la había visto como un modelo de lo que la Torre Negra podría llegar a ser. Civilizada. Educada. Importante.
Los hombres le abrían paso; sabían que en su posada no debían derramar la bebida ni provocar peleas. Un hombre con dos dedos de frente no querría despertar la ira de Lind. Era bueno que dirigiera el establecimiento de un modo tan estricto. En una población llena de encauzadores varones, una simple reyerta de taberna podía llegar a ser potencialmente peligrosa. Mucho.
—¿Te incomoda esto tanto como a mí? —le preguntó Lind en voz queda cuando llegó a su lado—. ¿No era Welyn quien, hace sólo unas pocas semanas atrás, hablaba de que habría que procesar y ejecutar a Taim por algunas de las cosas que había hecho?
Androl no contestó. ¿Qué podía decir? ¿Que sospechaba que el hombre al que conocían como Welyn estaba muerto? ¿Que toda la Torre Negra no sería más que esos monstruos de ojos anormales, sonrisas falsas y almas muertas?
—No creo lo que cuenta de Logain —añadió Lind—. Aquí está pasando algo, Androl. Voy a hacer que Frask lo siga esta noche para ver dónde...
—No —la interrumpió Androl—. No lo hagas.
Frask era su marido, un hombre al que se había contratado para ayudar a Henre Haslin a enseñar el arte de luchar con espada en la Torre Negra. Taim pensaba que la lucha con espada no tenía la menor utilidad para los Asha’man, pero el lord Dragón había insistido en que los hombres recibieran clases. La mujer lo miró.
—No estarás diciendo que crees...
—Digo que corremos un gran peligro ahora, Lind, y no quiero que Frask lo empeore. Hazme un favor. Toma nota de qué más dice Welyn esta noche. Tal vez me podría venir bien saber algo de lo que cuente.
—De acuerdo —accedió la mujer, aunque su tono era escéptico.
Androl hizo una seña con la cabeza a Nalaam y a Canler; éstos se levantaron y se encaminaron hacia la puerta. Fuera, la lluvia descargaba con fuerza en la azotea y en el porche. Welyn seguía hablando y los hombres escuchaban. Sí, era increíble que hubiera cambiado de bando tan deprisa, y eso debería levantar algunas sospechas. Pero mucha gente lo respetaba y la forma en que sonaba ligeramente «falso» no era perceptible a menos que uno lo conociera bien.
—Lind —dijo Androl cuando se disponía a salir.
Ella se volvió a mirarlo.
—Deberías... cerrar el local a cal y canto esta noche. Y tal vez Frask y tú deberíais bajar a la bodega con algunas provisiones, ¿de acuerdo? ¿Es sólida la puerta de la bodega?
—Sí —contestó ella—. Para lo que va a servir...
Tanto daba el grosor que tuviera una puerta si se presentaba alguien blandiendo el Poder Único.
Nalaam y Canler los alcanzaron y Androl se volvió para salir, pero se topó con un hombre que estaba detrás de él en el umbral, alguien a quien no había oído acercarse. La lluvia goteaba de la chaqueta de Asha’man con la Espada y el Dragón en el cuello. Atal Mishraile había sido del grupo de Taim desde el principio. No tenía la mirada vacua; su maldad era innata. Alto, con el cabello rubio y largo, sonreía de un modo que el gesto nunca se reflejaba en sus ojos.
Pevara pegó un brinco al verlo y Nalaam maldijo al tiempo que asía el Poder Único.
—Vamos, vamos —dijo una voz—. No hay por qué montar una disputa.
Mezar se adelantó a través de la lluvia para ponerse junto a Mishraile. El bajo domani tenía el pelo canoso y cierto aire de sabiduría a pesar de la transformación.
Androl lo miró a los ojos y fue igual que si miraran una caverna profunda. Un sitio donde la luz jamás había brillado.
—Hola, Androl —dijo Mezar, que puso una mano en el hombro de Mishraile, como si los dos hubieran sido amigos de siempre—. ¿Por qué iba Lind a tener miedo y a encerrarse en la bodega? Sin duda, la Torre Negra es el lugar más seguro que pueda haber, ¿no?
—No me fío de una noche oscura y tormentosa —repuso Androl.
—Una idea juiciosa —contestó Mezar—. Y, sin embargo, vas a pasarla por alto al salir ahí afuera. ¿Por qué no te quedas en un lugar cálido? Nalaam, me gustaría oír una de tus historias. Quizá podrías contarme la vez que tu padre y tú visitasteis Shara, ¿sí?
—Esa historia no es buena —contestó Nalaam—. Ni siquiera sé si la recuerdo muy bien.
Mezar rió y Androl oyó a Welyn ponerse de pie detrás de él.
—¡Ah, aquí estáis! Les estaba contando que ibais a hablar de las defensas en Arafel.
—Entrad y escuchad —dijo Mezar—. Esto será importante para la Última Batalla.
—Puede que vuelva luego —repuso Androl con frialdad—. Una vez que haya acabado mi otro trabajo.
Los dos se sostuvieron la mirada. A un lado, Nalaam aún asía el Poder Único. Era tan fuerte como Mezar, pero no podría enfrentarse a él y a Mishraile, sobre todo en una sala atestada de gente que probablemente se pondría de parte de los dos Asha’man de pleno derecho.
—No pierdas el tiempo con el paje, Welyn —dijo Coteren desde atrás.
Mishraile se apartó para dejar sitio al tercer recién llegado. El hombre corpulento, de ojos pequeños como cuentas, plantó la mano con fuerza en el torso de Androl y lo empujó a un lado mientras pasaba.
—Oh, espera. Ya no puedes hacer de paje, ¿verdad?
Androl entro en el vacío y asió la Fuente.
De inmediato, las sombras empezaron a moverse por la sala. Se alargaron.
¡No había bastante luz! ¿Por qué no encendían más lámparas? La oscuridad invitaba a que las sombras entraran y a que él pudiera verlas. Éstas eran reales, cada una de ellas un zarcillo de oscuridad que se extendía hacia él. Para tirar de él y envolverlo, destruirlo.
«Oh, Luz. Estoy loco. Estoy loco...»
El vacío se hizo añicos y las sombras —afortunadamente— retrocedieron. Se descubrió tiritando, reculando hasta la pared, jadeante. Pevara lo observaba con gesto inexpresivo, pero Androl percibía su preocupación.
—Oh, por cierto —dijo Coteren. Era uno de los lameculos de Taim con más influencia—. ¿Te has enterado ya?
—¿Que si me he enterado de qué? —se las arregló Androl para responder, con esfuerzo.
—Te han degradado, paje —contestó Coteren mientras señalaba el alfiler de la espada—. Órdenes de Taim. A partir de hoy vuelves a ser soldado, Androl.
—Oh, sí —dijo Welyn desde el centro de la sala—. Lamento que se me haya olvidado mencionarlo. Me temo que el lord Dragón lo ha aprobado. Nunca debiste ser ascendido, Androl. Lo siento.