—He estado... experimentando —prosiguió—. Probando algunas cosas que no creo que nadie más haya intentado nunca.
—Dudo que haya algo que no se haya intentado nunca —comentó ella—. Los Renegados tienen acceso al conocimiento de eras.
—¿Creéis de verdad que uno podría estar metido en esto?
—¿Por qué no? Si os preparaseis para la Última Batalla y quisierais aseguraros de que vuestros enemigos no pudieran presentar resistencia, ¿dejaríais que una nueva hornada de encauzadores se entrenaran juntos, se enseñaran unos a otros y se hicieran fuertes?
—Sí —dijo en un susurro—. Lo haría, y después me apoderaría de ellos.
Pevara cerró la boca. Probablemente tenía razón. Hablar de los Renegados inquietaba a Androl; ella percibía sus pensamientos con más claridad que antes.
Ese vínculo no era normal. Tenía que librarse de él. Y, después, no le importaría vincularlo de nuevo como era debido.
—No estoy dispuesto a responsabilizarme por esta situación, Pevara. —Androl echó otro vistazo al callejón—. Vos me vinculasteis primero.—
—Después de que traicionasteis la confianza que había depositado en vos al ofreceros formar el círculo.
—Yo no os hice daño. ¿Qué esperabais que pasara? —preguntó él—. ¿El propósito del círculo no era que uniéramos nuestros poderes?
—Esta discusión no tiene sentido.
—Eso lo decís porque la estáis perdiendo.
Androl hablaba con tranquilidad; y también la sentía. Pevara empezaba a darse cuenta de que Androl era la clase de hombre que no se irritaba con facilidad.
—Lo digo porque es verdad. ¿No estáis de acuerdo?
Pevara percibió su regocijo porque veía cómo tomaba ella el control de la conversación. Y... aparte de regocijo, de hecho parecía impresionado. Estaba cavilando que tenía que aprender a hacer lo que ella hacía.
La puerta que daba al cuarto se abrió con un leve chirrido y Leish se asomó. Era una mujer de cabello blanco, redonda y agradable, una combinación rara con el hosco Asha’man Canler, con quien estaba casada. Le hizo un gesto a Pevara con la cabeza para indicar que había pasado media hora y después cerró la puerta. Según se afirmaba, Canler la había vinculado haciendo de ella una especie de... ¿qué? ¿Una Guardiana?
Todo iba al revés con esos hombres. Pevara suponía que era comprensible vincular a la mujer de uno, aunque sólo fuera para tener la tranquilidad de saber dónde andaba cada cual, pero le parecía mal utilizar el vínculo para una tarea tan mundana. Aquello era algo para Aes Sedai y Guardianes, no para maridos y esposas.
Androl la observaba; saltaba a la vista que intentaba descubrir lo que pensaba, aunque esos pensamientos eran lo bastante complejos para que no le resultara fácil. Qué hombre tan extraño, este Androl Genhald. ¿Cómo lograba mezclar tan bien la determinación con la inseguridad, como dos hilos entretejidos? Hacía lo que era preciso hacer, y entretanto no dejaba de preocuparle que quizá no fuera él quien debería hacerlo.
—Yo tampoco me entiendo —dijo él.
También era exasperante. ¿Cómo se le daba tan bien comprender lo que ella pensaba? Ella todavía tenía que escudriñar para discernir los pensamientos del hombre.
—¿Podéis pensar eso otra vez? —preguntó Androl—. No lo he pillado.
—Majadero —masculló Pevara.
Androl sonrió y luego volvió a atisbar por la ventana.
—Aún no es hora —dijo Pevara.
—¿Estáis segura?
—Sí. Y si seguís asomándoos quizá lo asustéis cuando venga.
Androl se acuclilló de nuevo de mala gana.
—Bien, cuando venga, debéis dejar que sea yo quien tenga el control —dijo Pevara.
—Deberíamos coligarnos.
—No. —No se pondría de nuevo en sus manos. No después de lo ocurrido la ultima vez. Se estremeció y Androl le lanzó una mirada.
»Hay muy buenas razones para no coligarnos —continuó—. Lo digo sin ánimo de ofenderos, Androl, pero vuestra habilidad no es lo bastante grande para que merezca la pena intentarlo. Más vale que seamos dos. Debéis aceptarlo. En un campo de batalla, ¿qué preferiríais tener? ¿Un soldado? ¿O dos, uno de ellos sólo un poco más experimentado, al que podríais mandar distintas tareas y servicios?
Él lo pensó y luego suspiró.
—Muy bien, de acuerdo —aceptó después—. Habláis con sensatez.
—Siempre lo hago. —Pevara se incorporó—. Es la hora. Preparaos.
Se situaron cada uno a un lado de la puerta que conducía al callejón. Estaba abierta una rendija a propósito, con el recio candado de fuera colgando como si alguien hubiera olvidado cerrarlo.
Aguardaron en silencio y Pevara empezó a preocuparse por si había calculado mal. Androl se reiría con ganas por ello, y...
La puerta se abrió del todo. Dobser asomó la cabeza, seducido por el comentario despreocupado de Evin respecto a haber birlado una botella de vino del cuarto trasero tras descubrir que Leish había olvidado cerrar la puerta. Según Androl, Dobser era un bebedor empedernido, y Taim lo había golpeado más de una vez hasta dejarlo sin sentido por pasarse con el vino.
Pevara percibía la reacción de Androl hacia el hombre. Tristeza. Una tristeza profunda, aplastante. Dobser tenía la oscuridad en el fondo de los ojos.
Pevara atacó con rapidez; ató a Dobser con Aire e interpuso un escudo entre el confiado Asha’man y la Fuente. Androl levantó con esfuerzo un garrote, pero no era necesario. A Dobser se le desorbitaron los ojos cuando se elevó en el aire; Pevara enlazó las manos a la espalda y lo miró con gesto crítico.
—¿Estáis segura de esto? —preguntó Androl con suavidad.
—Demasiado tarde para planteárselo —contestó mientras desataba los tejidos de Aire—. Los informes parecen coincidir. Cuanto más dedicada a la Luz es una persona antes del cambio, más dedicada será a la Sombra tras su caída. Así pues...
Así pues ese hombre, que siempre había sido tan poco entusiasta, tendría que resultar más fácil de quebrantar, sobornar o convertir que otros. Eso era importante, ya que los lacayos de Taim probablemente se darían cuenta de lo que había ocurrido tan pronto como...
—¡Dobser! —llamó una voz. Dos figuras se perfilaron en el vano de la puerta—. ¿Tienes el vino? No es menester vigilar la parte de delante; la mujer no está...
Welyn y otro de los favoritos de Taim, Leems, se encontraban en la puerta.
Pevara reaccionó al instante y lanzó tejidos a los dos hombres mientras creaba un hilo de Energía. Ellos rechazaron sus intentos de escudarlos —era muy difícil meter un escudo entre la Fuente y una persona que asía el Poder Único—, pero las mordazas se ciñeron en su sitio y evitaron que gritaran.
Sintió Aire envolviéndose a su alrededor, un escudo que intentaba colocarse entre la Fuente y ella. Lo deshizo con Energía, cortando los tejidos merced a suponer dónde debían de estar.
Leems retrocedió a trompicones, al parecer sorprendido al ver que sus tejidos se desvanecían. Pevara se lanzó hacia adelante mientras tejía otro escudo y lo colocaba entre él y la Fuente al tiempo que arremetía con el cuerpo contra el hombre, empujándolo contra la pared. La distracción funcionó, y el escudo lo dejó aislado del Poder Único.
Lanzó un segundo escudo a Welyn, pero él la golpeó con sus propios hilos de Aire, que tiraron de ella hacia atrás a través de cuarto. Pevara tejió Aire al tiempo que se golpeaba contra la pared con un gruñido. La vista se le emborronó, pero mantuvo asido aquel hilo de Aire y, de forma instintiva, lo lanzó hacia adelante y asió el pie de Welyn cuando el Asha’man trataba de salir corriendo del edificio.
Sintió temblar el suelo al caer alguien en él. Welyn había tropezado, ¿no? Aturdida, aún no veía con claridad.
Se sentó erguida; le dolía todo el cuerpo, pero se aferró a los hilos de Aire que había tejido como mordazas. Si los soltaba, los hombres de Taim podrían gritar. Y, si lo hacían, ella moriría. Todos morirían. O algo peor.