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—Amansar mata —dijo Androl sin dejar de mirar al frente—. Aunque lo haga despacio.

Luz. Sí, puede que su vinculación les diera ventaja, pero también era muy inconveniente. Tendría que practicar escudar sus pensamientos.

Emarin y los otros salieron de las sombras y se reunieron con Pevara y Androl junto al brasero. Canler se quedó atrás con los otros chicos de Dos Ríos, listo para dirigirlos desde la Torre Negra en un intento de escapar si algo salía mal esa noche. Era lógico dejarlo a él, a despecho de sus protestas. Tenía familia.

Arrastraron los cadáveres hacia la oscuridad, pero dejaron encendido el brasero. Alguien que buscara a los guardias vería que la luz seguía allí, si bien la noche era tan neblinosa y lluviosa que tendría que acercarse más para darse cuenta de que los guardias habían desaparecido.

Aunque protestaba con frecuencia porque los otros lo seguían, Androl tomó la iniciativa de inmediato y mandó a Nalaam y a Jonneth a vigilar en el perímetro de los cimientos. Jonneth llevaba su arco, aunque sin encordar debido a la humedad de la noche. Esperaban que dejara de llover y que él pudiera utilizarlo cuando no fuera posible correr el riesgo de encauzar.

Androl, Pevara y Emarin se deslizaron por una de las cuestas embarradas hasta los huecos de los cimientos que se habían excavado. El barro salpicó a Pevara cuando llegó al final, pero ya estaba empapada, y la lluvia arrastró la suciedad.

Habían hecho los cimientos con piedras colocadas para formar muros entre estancias y pasillos; ahí abajo, el sitio se convertía en un laberinto que recibía un continuo flujo de agua caída del cielo. Por la mañana, a los soldados Asha’man los pondrían a drenar los cimientos.

¿Cómo encontramos la entrada?, transmitió Pevara.

Androl se arrodilló con una minúscula esfera de luz flotando sobre la mano. Gotas de lluvia pasaban a través de la luz a semejanza de meteoritos que destellaran durante un instante y se desvanecieran. El hombre metió los dedos en el agua embalsada en el suelo. Alzó la cabeza y señaló.

—Fluye hacia allí —susurró—. Va hacia algún sitio. Ahí es donde encontraremos a Taim.

Emarin emitió un quedo gruñido de apreciación. Androl alzó una mano indicando a Jonneth y a Nalaam que bajaran a los cimientos con ellos, y luego se puso en cabeza y avanzó pisando con suavidad.

Tú. Mueves. Bien. Silencio, transmitió Pevara.

Entrenado para explorar, transmitió él a su vez. En bosques. Montañas de la Niebla.

Pero ¿cuántos oficios había tenido ese hombre en su vida? A Pevara le preocupaba. Una vida como la que él había llevado indicaba insatisfacción con el mundo, impaciencia. La forma en que hablaba sobre la Torre Negra, sin embargo... La pasión con la que estaba dispuesto a luchar... Eso indicaba algo diferente. No era sólo por lealtad a Logain. Sí, Androl y los otros respetaban a Logain, pero para ellos representaba algo mucho más grande. Un lugar donde hombres como ellos fueran respetados.

Una vida como la de Androl podría indicar un hombre que no se comprometía ni estaría satisfecho nunca, pero también podía indicar otra cosa: un hombre que buscaba. Un hombre que sabía que la vida que quería para él existía en alguna parte. Sólo tenía que encontrar ese lugar.

—¿Os enseñan a analizar así a la gente en la Torre Blanca? —le preguntó Androl en un susurro cuando se detuvo junto a un umbral y desplazó la luz hacia adentro y luego indicó a los otros que los siguieran con un gesto de la mano.

No, transmitió Pevara, que procuraba practicar ese método de comunicación para hacer más sencillas las ideas. Es algo que una mujer aprende tras su primer siglo de vida.

Él transmitió un regocijo tenso. Entraron en una serie de estancias sin acabar, ninguna de ellas techada, antes de llegar a un sector de tierra en el que no se había hecho ningún tipo de trabajo. Había algunos barriles que contenían brea, pero los habían movido a un lado y habían retirado los tablones sobre los que solían descansar. Allí se abría un agujero en el suelo. El agua corría por el borde del agujero y caía en la oscuridad. Androl se arrodilló y escuchó, tras lo cual hizo un asentimiento de cabeza a los demás antes de deslizarse por el agujero. El ruido de un chapoteo llegó un segundo después.

Pevara fue tras él y cayó a corta distancia del hombre. Sentía la frialdad del agua en los pies, pero ya estaba empapada. Androl se encorvó, los condujo por debajo de un saliente de tierra y al llegar al otro lado se puso erguido. Allí habían abierto una zanja para contener el agua de lluvia. Pevara calculó que habían estado directamente encima de ese punto cuando se deshicieron de los guardias.

Dobser tenía razón, transmitió mientras los demás avanzaban chapoteando a su espalda. Taim construye cámaras y túneles secretos.

Cruzaron la zanja y siguieron adelante. Un poco más abajo en el túnel, el grupo llegó a una intersección donde las paredes de tierra estaban apuntaladas como los pozos mineros. Los cinco se reunieron allí para mirar en una y otra dirección. Dos caminos.

—Ese camino va hacia arriba —susurró Emarin, señalado a la izquierda—. ¿Quizás a otra entrada de estos túneles?

—Probablemente tendríamos que bajar más —opinó Nalaam—. ¿No os parece?

—Sí —convino Androl, que se chupó el dedo y luego lo levantó—. El viento sopla hacia la derecha. Iremos hacia allí primero. Tened cuidado. Habrá otros guardias.

El grupo descendió por los túneles. ¿Cuánto tiempo llevaba Taim trabajando en ese complejo subterráneo? No parecía ser muy extenso —no habían pasado por otras bifurcaciones—, pero aun así era impresionante.

Androl se paró de repente y los demás se detuvieron enseguida. Una voz gruñona resonaba en el túnel, aunque demasiado bajo para entender lo que decía; al sonido lo acompañaba el parpadeo de una luz en las paredes. Pevara abrazó la Fuente y preparó tejidos. Si encauzaba, ¿lo notaría alguien de los que estaban en el subterráneo? Era obvio que también Androl dudaba; encauzar arriba para matar a los guardias ya había sido algo más que sospechoso. Si los hombres de Taim que se encontraban allí abajo percibían que alguien usaba el Poder Único...

La figura se aproximaba y la luz la iluminó.

Al lado de Pevara sonó un leve crujido cuando Jonneth tensó su arco de Dos Ríos, ahora encordado. Apenas había espacio en el túnel para el arco. Jonneth disparó con un seco chasquido y el aire silbó. El refunfuño se cortó y la luz cayó.

El grupo avanzó con dificultad y encontró a Coteren desplomado en el suelo, con una mirada vidriosa en los ojos y la flecha clavada en el pecho. La linterna parpadeaba en el suelo, a su lado. Jonneth recobró su flecha y la limpió en la ropa del hombre muerto.

—Por eso sigo llevando el arco, maldito hijo de cabra.

—Mirad —dijo Emarin al tiempo que señalaba una puerta maciza—. Coteren estaba de guardia.

—Preparaos —susurró Androl, que abrió la puerta de un empujón.

Detrás encontraron una fila de burdas celdas construidas en la pared de tierra, todas ellas más pequeñas que un tabuco techado y excavado en la tierra, con una puerta encajada en la abertura del hueco. Pevara se asomó a una, pero se hallaba vacía. En el cubículo no había espacio suficiente para que un hombre se pusiera de pie dentro; tampoco había luz. Estar encerrado en esas celdas significaba encontrarse atrapado en la oscuridad, comprimido en un espacio semejante a una tumba.

—¡Luz! —exclamó Nalaam—. ¡Androl, está aquí! ¡Es Logain!

Los otros se apresuraron a reunirse con él, y Androl forzó la cerradura con una habilidad sorprendente. Abrieron la puerta de la celda y Logain salió rodando con un gemido. Tenía un aspecto horrible, cubierto de mugre. Antes, ese cabello rizoso y oscuro y el rostro firme debían de haberlo hecho parecer apuesto, pero ahora se lo veía tan débil como un mendigo enfermo.