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Tosió y luego se incorporó de rodillas con ayuda de Nalaam. Androl se arrodilló de inmediato, pero no por reverencia. Miró a Logain a los ojos mientras Emarin le daba al cabecilla Asha’man su petaca para que bebiera.

¿Y bien?, transmitió Pevara.

Es él, respondió Androl con una oleada de alivio que se transmitió a través del vínculo. Aún es él.

Lo habrían dejado marchar si lo hubiesen Trasmutado, razonó Pevara por la misma vía. Cada vez se sentía más cómoda con ese método de comunicación.

Quizá. A menos que esto sea una trampa, repuso Androl antes de hablar en voz alta:

—Milord Logain.

—Androl. —La voz de Logain sonaba raposa—. Jonneth. Nalaam. ¿Y una Aes Sedai? —Observó a Pevara. Para tratarse de un hombre que, por lo visto, llevaba padeciendo días o tal vez semanas de encarcelamiento, parecía estar muy lúcido—. Os recuerdo. ¿A qué Ajah pertenecéis, mujer?

—¿Acaso importa? —respondió ella.

—Mucho. —Logain intentó ponerse de pie. Estaba demasiado debilitado y Nalaam tuvo que sostenerlo—. ¿Cómo me habéis encontrado?

—Ésa es una historia para contar una vez que estéis a salvo, milord —dijo Androl. Se asomó a la puerta—. Pongámonos en marcha. Aún tenemos por delante una noche difícil. Yo...

Androl se quedó inmóvil, y luego cerró la puerta.

—¿Qué ocurre? —preguntó Pevara.

—Alguien encauza —dijo Jonneth—. Con mucha fuerza.

Fuera, en el túnel, sonaron gritos amortiguados por la puerta y las paredes de tierra.

—Alguien ha debido de encontrar a los guardias —dijo Emarin—. Milord Logain, ¿podéis luchar?

Logain intentó sostenerse por sí solo y enseguida se le doblaron las piernas. Su gesto era determinado, pero Pevara percibió la decepción de Androl. A Logain le habían dado horcaria; o eso, o simplemente estaba demasiado agotado para encauzar. No era de sorprender. Pevara había visto mujeres en mejor estado que el de Logain e incapaces de alcanzar la Fuente por sentirse demasiado exhaustas.

—¡Atrás! —gritó Androl, que se apartó a un lado de la puerta, contra la pared de tierra. La puerta explotó con una oleada de fuego y destrucción.

Pevara no esperó a que los escombros y el polvo se asentaran; tejió Fuego y lanzó una columna demoledora hacia el corredor. Sabía que se enfrentaba a Amigos Siniestros o algo peor. Los Tres Juramentos no impedían actuar en semejante situación.

Oyó gritos, pero algo desvió el fuego. De inmediato, un escudo trató de interponerse entre ella y la Fuente. Lo rechazó, aunque por poco, y se agachó hacia un lado al tiempo que tomaba aire con ansiedad.

—Quienesquiera que sean, son fuertes —dijo.

Una voz impartió órdenes a lo lejos y levantó eco en los túneles.

Jonneth se arrodilló al lado de Pevara, apartándose, y exclamó:

—¡Luz, es la voz de Taim!

—No podemos aguantar aquí —dijo Logain—. Androl, un acceso.

—Lo estoy intentando. ¡Luz, lo estoy intentando! —se desesperó Androl.

—¡Bah, me he visto en peores sitios! —manifestó Nalaam mientras dejaba a Logain sentado contra la pared. Se unió a los otros en el umbral y lanzó tejidos corredor abajo. Las paredes laterales se sacudieron con explosiones y se desprendió tierra suelta del techo.

Pevara se plantó de un salto en el umbral al tiempo que lanzaba un tejido, y a continuación se arrodilló junto a Androl. El hombre miraba al frente, sin ver, el rostro convertido en una máscara de concentración. Pevara notó la determinación y la frustración palpitando a través del vínculo. Lo asió de la mano.

—Podéis hacerlo —susurró.

El umbral saltó en pedazos y Jonneth se echó hacia atrás con el brazo quemado. El suelo tembló, las paredes empezaron a desmoronarse.

El sudor le goteaba a Androl por las sienes. El hombre apretó los dientes, la cara se le puso roja y los ojos se le desorbitaron. Por el umbral entraba un humo tan denso que hizo toser a Emarin en tanto que Nalaam Curaba a Jonneth.

Androl gritó y Pevara lo percibió casi en lo alto de aquel muro que había en su mente. ¡Casi estaba allí! Podía...

Un tejido golpeó con violencia el cuarto. Se produjo una ondulación en la tierra, y el techo, sometido a tanta tensión, acabó por ceder. Llovió tierra sobre ellos y todo se volvió negro.

5

Presentar una petición

Rand al’Thor despertó en su tienda y respiró hondo. Dejando a Aviendha sumida en un profundo sueño, salió de debajo de las mantas y se puso una bata. El aire olía a humedad.

De paso, le recordó las mañanas de su juventud, cuando se levantaba antes del alba para ordeñar a la vaca a la que habría que ordeñar otra vez al final del día. Con los ojos cerrados, recordó el ruido que hacía Tam —que ya se había levantado— al cortar postes nuevos para el cercado. Recordó el aire frío, y ponerse las botas pateando con los pies, y lavarse la cara con el agua dejada junto a la cocina para que se calentara.

En una mañana cualquiera, un granjero podía abrir la puerta de su casa y asomarse a un mundo todavía flamante. Reciente y escarchado. Las primeras llamadas indecisas de las aves. La luz del sol rompiendo por el horizonte, como el bostezo matutino del mundo.

Rand se acercó a los faldones de la entrada de la tienda y los apartó; saludó con un gesto de la cabeza a Katerin, una Doncella baja de cabello rubio, que estaba de guardia. Contempló un mundo que distaba mucho de ser flamante. Éste era un mundo viejo y cansado, como un buhonero que hubiera viajado a la Columna Vertebral del Mundo, ida y vuelta, a pie. Las tiendas abarrotaban Campo de Merrilor, las lumbres soltaban columnas de humo hacia el cielo matutino, todavía oscuro.

Había hombres trabajando por todas partes. Soldados que engrasaban la armadura. Herreros que afilaban puntas de lanza. Mujeres que preparaban plumas para hacer penachos de flechas. Se servían desayunos en carretas de avituallamiento a hombres que deberían haber dormido mejor de lo que lo habían hecho. Todos sabían que vivían los últimos momentos antes de que la tormenta estallara.

Rand cerró los ojos. Sentía la tierra como a través de un débil vínculo de Guardián. Debajo de sus pies las larvas reptaban bajo la superficie. Las raíces de la hierba seguían extendiéndose muy, muy despacio, buscando nutrientes. Los árboles esqueléticos no estaban muertos, porque el agua se filtraba a través de ellos: estaban aletargados. En un árbol cercano había posada una bandada de azulejos, así llamados por el color del plumaje. Los pájaros no piaron ni lanzaron llamadas para saludar la llegada del alba. Se apiñaban unos contra otros, como si buscaran calor.

El mundo aún seguía vivo. Vivo como un hombre que se aferra con la punta de los dedos al borde de un precipicio. Rand abrió los ojos.

—¿Mis escribientes han regresado de Tear?

—Sí, Rand al’Thor —contestó Katerin.

—Que se avise a los otros dirigentes —instruyó Rand—. Me reuniré con ellos dentro de una hora en el centro del campo, donde ordené que no se instalaran tiendas.

La Doncella se marchó para transmitir su orden y quedaron de guardia otras tres Doncellas que había cerca. Rand soltó los faldones de la entrada; al volverse, dio un brinco al ver a Aviendha —tan desnuda como cuando su madre la trajo al mundo— de pie en la tienda.

—Es muy difícil acercarse a ti a hurtadillas, Rand al’Thor —dijo ella con una sonrisa—. El vínculo te da demasiada ventaja. He de moverme muy despacio, como un lagarto por la noche, para que cuando percibas dónde estoy no haya una variación muy grande.