Gawyn se incorporó de un brinco.
—No es un informe de su montón de papeles —protestó—. Son las últimas noticias de mi hermana sobre Caemlyn. Lo han traído para ti por un acceso, hace unos pocos minutos.
—¿Y lo estás leyendo?
—Así me abrase, Egwene —dijo, abochornado—. Es mi hogar. No vino sellado. Pensé que...
—Está bien, Gawyn —lo interrumpió con un suspiro—. Veamos qué dice.
—No es gran cosa —contestó con una mueca mientras le tendía el informe.
Hizo un gesto con la cabeza a la novicia, que salió disparada al pasillo. Poco después, la muchacha regresaba con una bandeja en la que llevaba peritas de agua arrugadas, pan y una jarra de leche.
Egwene se sentó ante su escritorio del estudio para desayunar, aunque se sintió culpable cuando la novicia se marchó. El grueso de los soldados y de las Aes Sedai de la Torre estaba acampado en tiendas en Campo de Merrilor mientras ella comía fruta, aunque estuviera pasada, y dormía en una cama cómoda.
Con todo, la argumentación de Gawyn había sonado sensata. Si todos pensaban que se encontraba en su tienda de Campo de Merrilor, entonces unos asesinos potenciales atacarían allí. Después de estar a punto de morir a manos de los asesinos seanchan, Egwene veía con buenos ojos tomar más precauciones. Sobre todo las que la ayudaban a disfrutar de una buena noche de sueño.
—La mujer seanchan —dijo Egwene con la mirada fija en la taza—. La que estaba con el illiano. ¿Hablaste con ella?
Gawyn asintió con un cabeceo.
—He puesto a varios guardias de la Torre a vigilar a la pareja —explicó—. Nynaeve responde por ellos, en cierto modo.
—¿En cierto modo?
—Dedicó a la mujer algunos epítetos, todos variantes de «cabeza hueca», pero dijo que probablemente no te haría daño de forma intencionada.
—Maravilloso —rezongó Egwene.
En fin, no vendría mal tener una seanchan que quisiera hablar. Luz. ¿Y si tuviera que combatir contra ellos y contra los trollocs al mismo tiempo?
—No seguiste tu propio consejo —dijo luego, al reparar en los ojos enrojecidos de Gawyn cuando él se sentó en la silla que había enfrente del escritorio.
—Alguien tenía que vigilar la puerta. Pedir que viniera la guardia para eso habría descubierto a todo el mundo que no estabas en Campo de Merrilor.
Egwene dio un mordisco al pan —¿con qué lo habían hecho?— y echó un vistazo al informe. Gawyn tenía razón, pero no le gustaba la idea de que él estuviera sin dormir en un día tan complicado como el que les esperaba. El vínculo de Guardián lo ayudaba sólo hasta cierto punto.
—Así que es cierto que la ciudad está perdida —dijo—. Las murallas rotas, el palacio tomado. Parece que los trollocs no quemaron toda la ciudad. Gran parte, pero no la totalidad.
—Sí. Pero es obvio que Caemlyn está perdido —contestó Gawyn.
—Lo siento. —Egwene notaba la tensión de él a través del vínculo.
—Mucha gente escapó, pero no es fácil calcular la población que había antes del ataque, con tantos refugiados. Es probable que hayan muerto cientos de miles.
Egwene exhaló. Tanta gente... Víctimas tan numerosas como un gran ejército aniquiladas en una noche. Y eso probablemente sólo era el principio de la brutalidad que se avecinaba. ¿Cuántos habrían muerto en Kandor hasta ese momento? A saber.
En Caemlyn se guardaba gran parte de los suministros del ejército andoreño. Se le revolvía el estómago al pensar en semejante multitud —centenares de miles— avanzando a trompicones por el campo para alejarse de la ciudad en llamas. Con todo, esa idea era menos aterradora que la amenaza de hambruna para las tropas de Elayne.
Redactó una nota para Silviana en la que le pedía que enviara a todas las hermanas lo bastante fuertes para proporcionar la Curación a los refugiados, y que abrieran accesos para llevarlos a Puente Blanco. A lo mejor ella podía despachar víveres allí, aunque la Torre Blanca ya andaba muy justa.
—¿Has visto la nota al pie? —preguntó Gawyn.
No la había visto. Frunció el entrecejo y leyó una frase escrita al final de la página con la letra de Silviana. Rand al’Thor había emplazado a todos para que se reunieran con él a las...
Alzó la vista al viejo reloj de pie que había en el despacho. La reunión empezaba al cabo de media hora. Gimió y entonces empezó a engullir el resto del desayuno. No era digno comer así, pero que la Luz la abrasara si iba a reunirse con Rand teniendo el estómago vacío.
—Voy a estrangular a ese chico —dijo mientras se limpiaba la cara—. Venga, pongámonos en marcha.
—Podríamos llegar los últimos, ¿no? —sugirió Gawyn—. Dejarle claro que a nosotros no nos da órdenes.
—¿Y darle ocasión de que se reúna con todos los demás sin estar yo presente para objetar lo que él tenga que decir? No me gusta, pero ahora mismo es Rand el que empuña las riendas. Todo el mundo está intrigado y quiere saber qué piensa hacer.
Creó un acceso de vuelta a su tienda, en el rincón que había dejado aislado para el Viaje. Gawyn y ella cruzaron y entraron en la tienda y el clamor de Campo de Merrilor. Fuera, la gente gritaba; con un lejano estruendo de cascos, las tropas galopaban y trotaban mientras tomaban posiciones en la zona de reunión. ¿Era Rand consciente de lo que había hecho allí? Agrupar soldados así, dejándolos nerviosos e inseguros, era como echar un puñado de fuegos de artificio en un caldero puesto a la lumbre. Al final, las cosas empezarían a explotar.
Egwene tenía que controlar el caos. Salió de la tienda seguida por Gawyn, que se situó a su izquierda, y relajó el semblante. El mundo necesitaba una Amyrlin.
Silviana esperaba fuera, ataviada para la ocasión con la estola roja, como si fueran a una asamblea en la Antecámara de la Torre.
—Ocúpate de esto una vez que la reunión haya dado comienzo —le dijo Egwene al tiempo que le tendía la nota.
—Sí, madre —respondió la mujer, que se situó detrás de Egwene y a su derecha.
A Egwene no le hacía falta mirar atrás para saber que Silviana y Gawyn actuaban como si el otro no existiera, de forma deliberada.
En el sector occidental del campamento, Egwene se encontró con varias Aes Sedai que discutían entre ellas. Cruzó a través del grupo y el silencio se hizo a su paso. Un mozo de cuadra la esperaba con su caballo Tamiz, un irascible tordo castrado. Montó y miró a las Aes Sedai.
—Sólo Asentadas —les dijo.
Lo cual provocó multitud de quejas tranquilas y ordenadas, todas y cada una de ellas expresadas con un punto de autoridad Aes Sedai. Todas creían tener derecho a asistir a la asamblea. Egwene las miró fijamente y, poco a poco, las mujeres se conformaron. Eran Aes Sedai; sabían que reñir no era digno de ellas.
Las Asentadas se reunieron y Egwene contempló Campo de Merrilor mientras esperaba. Era una extensa área triangular de pastizales shienarianos que dos ríos convergentes —el Mora y el Erinin— limitaban por dos lados, mientras que un bosque limitaba el tercero. Un afloramiento rocoso —de unos cien pies de altura y paredes arriscadas—, conocido como Alcor Dashar, rompía la uniformidad de la pradera; y en el lado arafelino del Mora, lo hacían los Altos de Polov, una extensa loma de cima plana, con vertientes graduales en tres de los lados y una más pronunciada en la parte del río. Al suroeste de los Altos de Polov había un área de ciénagas y, cerca, la zona de los bajos del río Mora, conocida como Vado de Hawal, un lugar de cruce bien situado entre Arafel y Shienar.
Cerca había un stedding Ogier, enfrente de unas ruinas antiguas situadas al norte. Egwene les había presentado sus respetos poco después de su llegada, pero Rand no había invitado a los Ogier a la reunión.
Los ejércitos estaban convergiendo. Banderas fronterizas llegaron del oeste, donde se hallaba el campamento de Rand. El estandarte de Perrin ondeaba entre ellas. Qué extraño que Perrin tuviera una bandera propia.
Por el sur, la procesión de Elayne hacía su recorrido hacia el lugar de encuentro, justo en el centro de Campo de Merrilor. La reina cabalgaba a la cabeza de los suyos. Su palacio había ardido, pero ella mantenía la cabeza bien erguida, con entereza. Entre Perrin y Elayne, los tearianos y los illianos —Luz, ¿quién había permitido que esos ejércitos acamparan tan cerca uno del otro?— marchaban en columnas separadas, compuestas ambas por casi todas sus fuerzas.