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Egwene se dijo que más valía que se diera prisa. Su presencia apaciguaría a los dirigentes, puede que incluso evitara problemas. No les gustaría encontrarse tan cerca de tantos Aiel, de los cuales estaban representados todos los clanes, excepto el Shaido. Todavía ignoraba si apoyaban a Rand o a ella. Algunas de las Sabias parecían haber prestado oídos a sus peticiones, pero no había recibido confirmación de compromisos.

—Mirad —dijo Saerin, que se había acercado a Egwene—, ¿invitasteis a los Marinos?

—No —negó Egwene, también con la cabeza—. Creí que no era muy probable que se pusieran en contra de Rand.

A decir verdad, después de la reunión que había tenido con las Detectoras de Vientos en el Tel’aran’rhiod, no había querido meterse otra vez en las corrientes peligrosas que era negociar con ellas. Le daba miedo que un día, al despertarse, descubriera que había cedido en una transacción no sólo a su primogénito, sino incluso la mismísima Torre Blanca.

Hicieron toda una exhibición al aparecer a través de accesos —cerca del campamento de Rand— Señoras de las Olas y Maestros de Espadas ataviados con sus ropas de vivos colores, como orgullosos monarcas.

«Luz —pensó Egwene—. Me pregunto desde hace cuánto tiempo no tenía lugar una reunión a esta escala.» Casi todas las naciones estaban representadas, y aún más si se tenía en cuenta a los Marinos y a los Aiel. Sólo faltaban Murandy, Arad Doman y las tierras ocupadas por los seanchan.

La última Asentada montó por fin y se situó junto a ella. Ansiosa de ponerse en marcha, pero sin querer hacerlo patente, Egwene inició un trote lento hacia el punto de reunión. Los soldados de Bryne formaron filas para escoltarla haciendo sonar con fuerza las pisadas y sosteniendo las picas bien altas. Los tabardos blancos lucían el blasón de la Llama de Tar Valon, pero no eclipsaban a las Aes Sedai. El modo en que marchaban hacía que resaltaran más las mujeres que iban en el centro. Otros ejércitos contaban con el número de tropas. La Torre Blanca tenía algo mejor.

Todos los ejércitos convergieron en el punto de reunión, el centro del campo, donde Rand había ordenado que no se montaran tiendas. Tantos ejércitos juntos en un terreno propicio para una carga. Más valía que nada saliera mal.

Elayne sentó precedente al apartarse del grueso de sus fuerzas a mitad de camino de llegar allí y continuar con una guardia más reducida de unos cien hombres. Egwene hizo lo propio. Otros dirigentes empezaron a avanzar poco a poco del mismo modo, dejando a sus séquitos formando un amplio círculo en torno al campo central.

El sol brilló sobre Egwene al aproximarse al centro. No pudo menos que reparar en el enorme y perfecto círculo abierto en las nubes encima del campo. Rand influía en las cosas de modos extraños. No necesitaba ninguna bandera ni anuncio alguno para que fuera evidente que estaba presente. Las nubes se apartaban y el sol brillaba dondequiera que él estuviera.

Sin embargo, no había llegado aún al centro. Egwene se reunió con Elayne.

—Lo siento, Elayne —dijo, no por primera vez.

La mujer de cabello dorado mantuvo la vista al frente.

—La ciudad se ha perdido, pero la ciudad no es el reino —dijo—. Hemos de celebrar esta reunión, pero hemos de hacerlo rápido para que pueda volver a Andor. ¿Dónde está Rand?

—Haciendo las cosas con calma —dijo Egwene—. Siempre ha sido así.

—He hablado con Aviendha —informó Elayne; el bayo que montaba pateó y resopló—. Pasó la noche con él, pero él no le dijo lo que se propone hacer hoy.

—Rand mencionó algo sobre hacer requerimientos —comentó Egwene mientras observaba a los dirigentes reunidos con sus séquitos. Darlin Sisnera, rey de Tear, era el primero. La apoyaría, a pesar de que le debía la corona a Rand. La amenaza de los seanchan aún lo inquietaba mucho. El hombre de mediana edad, de cabello oscuro y barba puntiaguda, no era muy apuesto, pero se mostraba sereno y seguro de sí mismo. Montado en su caballo, saludó a Egwene con una leve inclinación de cabeza. Ella alargó la mano con el anillo.

El monarca vaciló, pero después desmontó y se acercó para inclinar de nuevo la cabeza y besarle el anillo.

—Que la Luz os ilumine, madre.

—Me alegro de veros aquí, Darlin.

—Siempre que se mantenga vuestra promesa. Los accesos a mi país llegado el momento, si tal cosa se requiriera.

—Se hará.

Él volvió a hacerle una reverencia y miró a un hombre que cabalgaba hacia Egwene desde el otro lado. Gregorin era su igual en muchos aspectos, pero no en todos. Rand había nombrado a Darlin administrador de Tear, pero los Grandes Señores le habían pedido que fuera coronado rey. Gregorin seguía siendo sólo un administrador. El hombre alto había perdido peso recientemente; la cara redonda —con la acostumbrada barba illiana— empezaba a tener hundidas las mejillas. No esperó a que Egwene lo instara a hacerlo; desmontó, le tomó la mano e hizo una reverencia con floritura antes de besarle el anillo.

—Me complace que los dos hayáis dejado a un lado las diferencias para uniros a mí en este esfuerzo —dijo Egwene, de forma que logró que dejaran de lanzarse miradas feroces el uno al otro.

—Las intenciones del lord Dragón son... inquietantes —manifestó Darlin—. Me eligió para dirigir Tear porque me opuse a él cuando creí que era necesario. Creo que atenderá a razones si le expongo nuestras discrepancias.

Gregorin soltó un resoplido desdeñoso.

—El lord Dragón es perfectamente razonable. Tenemos que ofrecerle una razón de peso, y creo que accederá a discutirlo.

—Mi Guardiana ha de hablar con los dos —indicó Egwene—. Atended, por favor, lo que tiene que deciros. Vuestra colaboración no caerá en el olvido.

Silviana hizo avanzar a su montura y se acercó a Gregorin para hacer un aparte con él. No había nada importante que decirles, pero Egwene había temido que esos dos acabaran tirándose puntadas el uno al otro. Las instrucciones de Silviana eran mantenerlos separados.

Darlin la miró con expresión perspicaz. Parecía entender lo que estaba haciendo, pero no protestó y montó en su caballo.

—Parecéis preocupado, rey Darlin —dijo Egwene.

—La hondura de algunas viejas rivalidades es mayor que las profundidades del océano, madre. Casi pensaría que esta reunión es obra del Oscuro con la esperanza de que acabemos destruyéndonos entre nosotros y que así le hagamos el trabajo.

—Lo comprendo. Tal vez sería mejor que advirtieseis a vuestros hombres, si es que no lo habéis hecho ya, claro, para que no haya «accidentes» el día de hoy.

—Una juiciosa sugerencia. —Hizo una reverencia y retrocedió.

Los dos estaban de su parte, como Elayne. Ghealdan estaría de parte de Rand, si lo que Elayne había dicho sobre la reina Alliandre era cierto. Ghealdan no era tan poderoso para que Alliandre la preocupara, pero los fronterizos eran otra historia. Rand parecía haberlos ganado para su causa.

Todas sus banderas ondeaban por encima de los respectivos ejércitos, y cada dirigente se encontraba presente a excepción de la reina Ethenielle, que se hallaba en Kandor tratando de organizar a los refugiados que huían de su reino. Había dejado un contingente numeroso para esta reunión —incluido su primogénito, Antol—, con lo que ponía de manifiesto que lo que ocurriera allí era tan importante para la supervivencia de Kandor como luchar en la frontera.

Kandor. La primera víctima de la Última Batalla. Se decía que todo el reino estaba en llamas. ¿Sería Andor el siguiente? ¿Dos Ríos?