»Tal como está redactado, es poco menos que exigir a las naciones que se lancen sobre el primero que rompa la paz. Pero no impide que pongan un régimen títere en el reino caído, o incluso en otro reino. Con el tiempo, me temo que este tratado se invalidará. ¿De qué sirve si sólo es válido sobre el papel? El resultado final de esto será la guerra. Un conflicto a gran escala, arrollador. Por cada año de paz que haya, habrá otro de destrucción mayor una vez que todo se venga abajo.
Rand apoyó los dedos en el documento.
—Estableceré la paz con los seanchan —dijo—. Añadiremos una disposición al documento. Si sus gobernantes no firman, entonces el documento queda invalidado. ¿Estarías de acuerdo en ese caso?
—Eso soluciona el problema menor —repuso Elayne con suavidad—, pero no el mayor, Rand.
—Aún hay un asunto de más importancia —manifestó una voz.
Perrin se volvió, sorprendido. ¿Aviendha? Ella y los otros Aiel no habían participado en la discusión. Sólo habían observado. Perrin casi se había olvidado de su presencia.
—¿Tú también? —dijo Rand—. ¿Entras a caminar en mis fragmentos de sueño, Aviendha?
—No seas infantil, Rand al’Thor —repuso la mujer mientras se acercaba y ponía el índice en el documento—. Has incurrido en toh.
—Os he dejado fuera —protestó Rand—. Confío en ti, y en todos los Aiel.
—¿Los Aiel no están incluidos en el documento? —inquirió Easar—. ¡Luz, cómo hemos pasado eso por alto!
—Es un insulto —puntualizó Aviendha.
Perrin frunció el entrecejo. El olor de la mujer denotaba algo muy serio. De cualquier otro Aiel, habría esperado que a continuación de ese efluvio se cubriera con el velo y enarbolara una lanza.
—Aviendha —dijo Rand con una sonrisa—, los demás están a punto de colgarme por incluirlos en él, ¿y tú lo estás porque os he dejado fuera?
—Exijo que cumplas con mi petición —dijo ella—. Es ésta: pon a los Aiel en tu documento, en tu «Paz del Dragón». De otro modo, te abandonaremos.
—Tú no hablas por todos ellos, Aviendha. No puedes...
Todas las Sabias presentes en el pabellón se adelantaron para situarse detrás de Aviendha, como a una. Rand parpadeó.
—Aviendha es la representante de nuestro honor —manifestó Sorilea.
—No seas necio, Rand al’Thor —añadió Melaine.
—Esto es algo que concierne a las mujeres —agregó Sarinde—. No estaremos satisfechas hasta que se nos trate igual que a los habitantes de las tierras húmedas.
—¿Acaso hacer eso está fuera de nuestro alcance? —inquirió Amys—. ¿Nos insultas con la implicación de que somos más débiles que los demás?
—¡Estáis todos locos! —exclamó Rand—. ¿Os dais cuenta de que esto os prohibiría luchar entre vosotros?
—No prohibiría que lucháramos. Prohibiría que lo hiciéramos sin una causa.
—La guerra es vuestro propósito en la vida —manifestó Rand.
—Si crees eso, Rand al’Thor, en verdad te he entrenado muy mal —contestó Aviendha con voz gélida.
—Ella habla con sabiduría —intervino Rhuarc, que se adelantó para situarse al frente de los asistentes—. Nuestro propósito era prepararnos para cuando nos necesitaras en esta Última Batalla. Nuestro propósito era ser lo bastante fuertes para sobrevivir hasta que llegara ese momento. Necesitaremos otro propósito. He enterrado enemistades de sangre por ti, Rand al’Thor. No las reiniciaré. Ahora tengo amigos a los que preferiría no matar.
—Qué locura —se quejó Rand mientras meneaba la cabeza—. De acuerdo, os incluiré en el documento.
Aviendha parecía satisfecha, pero algo incomodaba a Perrin. No entendía a los Aiel... Luz, no entendía a Gaul, con quien estaba desde hacía tanto tiempo. Con todo, se había dado cuenta de que a los Aiel les gustaba estar haciendo algo. Incluso cuando holgazaneaban estaban alerta. Mientras otros hombres jugaban a los naipes o a los dados, a menudo los Aiel se entretenían haciendo algo de utilidad, en silencio.
—Rand —Perrin, se adelantó y lo asió por el brazo—, ¿me concedes un momento?
Rand vaciló, pero después asintió con la cabeza e hizo un gesto con la mano.
—Ahora estamos aislados, no nos oyen. ¿Qué ocurre?
—Bueno, acabo de darme cuenta de algo. Los Aiel son como herramientas.
—Cierto...
—Y las herramientas que no se utilizan se oxidan —continuó Perrin.
—Que es la razón por la que luchan unos contra otros —convino Rand al tiempo que se frotaba la frente—. Para mantener a punto sus habilidades. Por ese motivo los eximí. ¡Luz, Perrin! Creo que esto va a ser un desastre. Si los incluimos en este documento...
—Creo que ya no te queda otra opción. Los demás jamás firmarán si dejas fuera a los Aiel.
—De todos modos no sé si van a firmarlo. —Rand contempló con anhelo el papel que descansaba en la mesa—. Era un sueño tan maravilloso, Perrin. Un sueño bueno para la humanidad. Creí que lo había conseguido. Justo hasta que Egwene me puso en evidencia, pensé que me había salido bien la jugada.
Era una suerte que otros no pudieran oler las emociones de Rand, o todos los presentes habrían sabido que jamás se habría negado a ir contra el Oscuro. En el rostro no se le reflejaba nada, pero por dentro Perrin sabía que había estado tan nervioso como un muchacho en su primer esquileo.
—Rand, ¿es que no lo ves? —le dijo—. La solución.
Rand lo miró con el entrecejo fruncido.
—Los Aiel —dijo Perrin—. La herramienta que necesita que se le dé utilidad. Un tratado que necesita que velen por su cumplimiento...
Rand vaciló y entonces sonrió de oreja a oreja.
—Eres un genio, Perrin.
—Si tiene que ver con la forja, supongo que sé un par de cosas, sí.
—Pero esto... Esto no tiene que ver con la forja, Perrin...
—Ya lo creo que sí. —¿Cómo era posible que Rand no lo viera?
Rand se volvió, sin duda anulando el tejido. Se acercó al documento y lo recogió para tendérselo a uno de sus escribanos, situados al fondo del pabellón.
—Quiero que se añadan dos provisiones. Primera, este documento no tendrá validez si no lo firma por los seanchan la Hija de las Nueve Lunas o la emperatriz. Segundo... Los Aiel, todos los clanes a excepción de los Shaido, han de estar incluidos en el documento como custodios del mantenimiento de la paz y mediadores de disputas entre naciones. Cualquier nación puede acudir a ellos si cree que sus derechos están siendo atropellados, y los Aiel, no ejércitos enemigos, se encargarán de enmendar el agravio y restablecer el equilibrio. Podrán perseguir a criminales a través de fronteras entre naciones. Estarán sujetos a las leyes de las naciones en las que residan en ese momento, pero no serán súbditos de esa nación.
Se volvió hacia Elayne.
—Ahí tienes tus tropas encargadas del cumplimiento del tratado, Elayne —le dijo—. El modo de impedir que las pequeñas tensiones crezcan.
—¿Los Aiel? —preguntó ella con escepticismo.
—¿Accederíais a este arreglo, Rhuarc? —preguntó Rand—. ¿Bael, Jheran, el resto de vosotros? Protestabais por haberos dejado sin propósito, y Perrin os ve como una herramienta que necesita que se le dé uso. ¿Aceptáis esta responsabilidad? ¿Prevenir la guerra, castigar a quienes actúen mal, trabajar con los dirigentes de las naciones para que se cumpla la ley y se haga justicia?
—¿Justicia como la entendemos nosotros, Rand al’Thor, o como la ven ellos? —inquirió Rhuarc.
—Habrá de ser siguiendo el dictado de la conciencia de los Aiel —dijo Rand—. Si os llaman, tendrán que saber que contarán con vuestra justicia. Esto no funcionaría si los Aiel se convirtieran en simples instrumentos. Vuestra autonomía será lo que haga esto eficaz.
Gregorin y Darlin empezaron a protestar, pero Rand los acalló con una mirada. Perrin asintió para sí, cruzado de brazos. Sus protestas eran más débiles ahora que las de antes. El pabellón olía a... reflexión en muchos de ellos.