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—Trajo consigo a todos los que sabía que lo apoyarían —susurró Faile—. Los fronterizos, que firmarían prácticamente cualquier cosa para conseguir ayuda para sus naciones. Arad Doman, a la que había ayudado más recientemente. Los Aiel... Bueno, vale, ¿quién sabe lo que harán los Aiel en un momento dado? Pero la idea sigue siendo válida.

»Luego deja que Egwene reúna a los otros. Es un movimiento genial, Perrin. De ese modo, siendo Egwene la que encabeza esa coalición contra él, lo único que tiene que hacer es convencerla a ella. Una vez que consigue que Egwene cambie de postura, los otros parecerían necios si se quedaran aparte.

Y, en efecto, mientras los dirigentes empezaban a firmar —Berelain en primer lugar, con afán—, los que habían apoyado a Egwene comenzaron a rebullir con nerviosismo. Darlin se adelantó y tomó la pluma. Vaciló un instante, pero luego firmó.

El siguiente fue Gregorin. A continuación, los fronterizos, uno tras otro, seguidos por el rey de Arad Doman. Incluso Roedran, que aún parecía considerar aquello un fiasco, estampó su firma. A Perrin le pareció curiosa esa reacción.

—Vocifera mucho —le dijo a Faile—, pero sabe que esto es beneficioso para su reino.

—Sí —convino ella—. En parte ha hecho el papel de bufón para despistarlos a todos, para que lo desestimaran. El documento acota las fronteras actuales de las naciones para que permanezcan tal como están —dijo Faile—. Eso es un gran regalo para alguien que intenta estabilizar su jefatura. Pero...

—¿Pero...?

—Los seanchan —musitó Faile—. Si Rand los persuade, ¿eso les permite conservar los países que tienen ahora? ¿Les permite conservar las mujeres que son damane? ¿Les permite que le pongan uno de esos collares a cualquier mujer que traspase su frontera?

El silencio se hizo en el pabellón; tal vez Faile había hablado en voz más alta de lo que era su intención. A veces a Perrin le costaba trabajo recordar lo que la gente corriente podía o no podía oír.

—Me ocuparé de los seanchan —dijo Rand.

Se encontraba de pie junto a la mesa, observando cómo firmaban el tratado los gobernantes, los cuales hablaban con los consejeros que los habían acompañado y después estampaban su firma.

—¿Cómo? —quiso saber Darlin—. Ellos no quieren hacer las paces con vos, lord Dragón. Creo que convertirán este documento en un escrito carente de sentido.

—Cuando hayamos acabado aquí, iré a su encuentro —contestó Rand sin alzar la voz—. Firmarán.

—¿Y si no lo hacen? —demandó Gregorin.

Rand apoyó la mano en la mesa, con los dedos extendidos.

—Tal vez tenga que destruirlos. O, al menos, destruir su capacidad de combate en un futuro cercano.

El pabellón volvió a quedarse en silencio.

—¿Podríais hacer eso? —preguntó Darlin.

—No estoy seguro —reconoció Rand—. Si lo logro, cabe la posibilidad de que el esfuerzo me deje debilitado en un momento en el que necesito toda mi energía. Luz, quizá sea la única elección que tenga. Una elección terrible, cuando los dejé la última vez... No podemos darles opción a atacarnos por la retaguardia mientras combatimos contra la Sombra. —Meneó la cabeza y Min se adelantó para asirle el brazo—. Hallaré la forma de negociar con ellos. De algún modo la hallaré.

La firma del documento prosiguió. Algunos hacían la rúbrica con mucha floritura; otros, de un modo más informal. Rand decidió que Perrin, Gawyn, Faile y Gareth Bryne firmaran también. Daba la impresión de que quería que cualquiera de los presentes que pudiera ascender a una posición de liderazgo plasmara su firma en el documento.

Por último, sólo quedó Elayne. Rand le tendió la pluma.

—Esto que me pides es algo muy difícil para mí, Rand —dijo ella, cruzada de brazos y con el dorado cabello reluciente bajo la luz de las esferas.

¿Por qué se había puesto oscuro fuera? A Rand no parecía que eso le preocupara, pero Perrin temía que las nubes hubieran consumido el cielo. Una señal de peligro, el que ahora se quedaran allí donde Rand las había mantenido a raya.

—Sé que lo es —convino Rand—. Quizá te dé algo a cambio...

—¿Qué?

—La guerra —dijo Rand; se volvió hacia los dirigentes—. Queríais que uno de vosotros dirigiera la Última Batalla. ¿Aceptaríais a Andor y a su reina en ese papel?

—Es demasiado joven —argumentó Darlin—. E inexperta. Sin intención de ofenderos, majestad.

Alsalam soltó un resoplido desdeñoso.

—Quién fue hablar, Darlin —dijo—. ¡La mitad de los monarcas presentes llevan en el trono un año o menos!

—¿Y los fronterizos? —preguntó Alliandre—. Han combatido contra la Llaga toda su vida.

—Nos están invadiendo —dijo Paitar, que negó con la cabeza—. Uno de nosotros no puede coordinar esto. Andor es una elección tan buena como cualquier otra.

—Andor sufre una invasión también —apuntó Darlin.

—Todos estáis siendo invadidos o lo estaréis muy pronto —intervino Rand—. Elayne Trakand es líder hasta la médula. Me enseñó gran parte de lo que sé sobre el liderazgo. Ha aprendido tácticas de un gran capitán, y estoy seguro de que contará con todos los grandes capitanes para que la aconsejen. Alguien tiene que liderar. ¿La aceptáis para ese cometido?

Los demás accedieron de mala gana con cabeceos. Rand se volvió hacia Elayne.

—De acuerdo, Rand —dijo ella—. Me encargaré de esto y firmaré el documento, pero más te vale encontrar la forma de encargarte de los seanchan. Quiero ver el nombre de su dirigente en este documento. Ninguno de nosotros estará a salvo hasta que estampe su firma en él.

—¿Y qué pasa con las mujeres retenidas por los seanchan? —preguntó Rhuarc—. Admitiré, Rand al’Thor, que nuestra intención era declarar un enfrentamiento sangriento a esos invasores en cuanto otras batallas más apremiantes se hubieran ganado.

—Si la cabecilla lo firma, pediré comerciar con mercancías para recuperar a esas encauzadoras que han secuestrado. Intentaré persuadirlos de que devuelvan las tierras que ocupan y regresen a su país.

—¿Y si se niegan? —preguntó Egwene, y meneó la cabeza—. ¿Dejarás que lo firmen sin ceder en esos puntos? Son miles las mujeres esclavizadas, Rand.

—No podemos derrotarlos —intervino Aviendha, que habló en voz queda. Perrin la miró. Olía a frustración, pero también a determinación—. Si vamos a la guerra contra ellos, caeremos.

—Aviendha tiene razón —ratificó Amys—. Los Aiel no lucharán contra los seanchan.

Rhuarc, sin salir de su asombro, las miró a las dos una y otra vez.

—Han hecho cosas horribles —convino Rand—, pero hasta el momento, las tierras que han ocupado se han beneficiado de un liderazgo fuerte. Si no hay más remedio, me conformaré con que se queden las tierras que tienen, siempre y cuando no se extiendan más. En cuanto a las mujeres... Lo hecho, hecho está. Primero vamos a preocuparnos del propio mundo, y después haremos lo que se pueda por quienes están cautivas.

Elayne sostuvo el documento unos segundos, quizá para dar dramatismo al momento, y luego se inclinó y agregó su rúbrica al pie del escrito con una floritura.

—Está hecho —dijo Moraine mientras Rand recogía el tratado—. Esta vez tendréis paz, lord Dragón.

—Antes tenemos que sobrevivir —dijo él, que sostuvo el documento con aire reverente—. Ahora os dejaré para que llevéis a cabo los preparativos para la batalla. Yo he de llevar a cabo algunas tareas, incluidos los seanchan, antes de viajar a Shayol Ghul. Sin embargo, tengo una petición que haceros. Hay un querido amigo que nos necesita...

Relámpagos encrespados desgarraban el cielo encapotado. A pesar de la lobreguez, el sudor le corría a Lan por el cuello y le empapaba el cabello debajo del yelmo. Hacía años que no se había puesto uno; la mayor parte del tiempo compartido con Moraine había sido necesario pasar inadvertidos, y los yelmos eran cualquier cosa menos discretos.