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«No quiere combatir en Andor —pensó Elayne—. No quiere luchar a mi lado. Quiere dejar clara la ruptura.»

—Entonces, ¿quién viene a Andor conmigo? —preguntó.

—Iré yo —se ofreció Bashere.

—Así pues, yo iré a Shayol Ghul —dijo Ituralde a la par que asentía con la cabeza—. Luchar junto a los Aiel. Algo que, a decir verdad, jamás imaginé que llegaría a ver.

—Bien. —Elayne acercó una silla—. Metámonos a fondo con ello y pongámonos con los detalles. Necesitamos un centro estratégico donde yo pueda trabajar, y Caemlyn está perdida. De momento, utilizaré Merrilor. Es un lugar céntrico y hay espacio de sobra para mover tropas y suministros por todo el campo. Perrin, ¿crees que podrías ocuparte de la logística de este campamento? ¿Establecer una zona de Viaje y organizar a los encauzadores para que ayuden con las comunicaciones y operaciones de suministro?

Perrin asintió con la cabeza.

—Los demás —continuó Elayne— pongámonos a dividir detalladamente las fuerzas y a desarrollar los planes. Hemos de discurrir un planteamiento sólido para sacar a esos trollocs de Caemlyn a fin de combatirlos en terreno abierto.

Horas más tarde, Elayne salió del pabellón; en la mente le daban vueltas detalles de tácticas, necesidades de suministro y emplazamientos de tropas. Cuando parpadeaba, todavía veía mentalmente mapas cubiertos con las apretadas acotaciones de Gareth Bryne.

Los otros asistentes a la reunión empezaron a alejarse hacia sus respectivos campamentos a fin de poner en marcha los planes de batalla. El cielo había ido oscureciéndose, y hubo que encender faroles alrededor del pabellón. Elayne recordaba de forma vaga que les habían llevado comida y también cena durante la reunión. No había comido nada, ¿verdad? Había muchas cosas que hacer, simplemente.

Saludó con un gesto de la cabeza a los dirigentes que pasaron a su lado diciéndole adiós. La mayoría de los planes preliminares se habían desarrollado. Al día siguiente, Elayne conduciría a sus tropas a Andor y empezaría la primera etapa del contraataque contra la Sombra.

El suelo era suave y mullido por la espesa y verde hierba. La influencia de Rand permanecía allí a pesar de que él se hubiera marchado. Mientras Elayne examinaba aquellos imponentes árboles, Gareth Bryne salió del pabellón y se detuvo a su lado.

Ella se volvió, sorprendida de que el hombre no se hubiera marchado ya. Los únicos que quedaban eran los criados y la guardia de Elayne.

—Lord Bryne...

—Sólo quería deciros que me siento orgulloso —manifestó él en voz baja—. Lo habéis hecho bien ahí dentro.

—Casi no he tenido nada que agregar.

—Habéis agregado liderazgo. No sois un general, Elayne, y nadie espera que lo seáis. Pero cuando Tenobia ha protestado sobre dejar expuesta Saldaea, vos habéis desviado su atención de vuelta a lo que era importante. Había mucha tensión, pero nos habéis mantenido unidos, suavizando resentimientos, evitando que nos enzarzáramos unos con otros. Buen trabajo, majestad. Muy buen trabajo.

Ella sonrió. Luz, era muy difícil no esbozar una sonrisa radiante con esas palabras. No era su padre, pero, en muchos sentidos, era lo más parecido a uno que había tenido.

—Gracias. Y, Bryne, la corona se disculpa por...

—Ni una palabra de eso —la interrumpió él—. La Rueda gira según sus designios. No culparé a Andor por lo que me ocurrió. —Hubo una ligera vacilación—. Pero voy a quedarme con la Torre Blanca, Elayne.

—Lo comprendo.

Bryne le hizo una reverencia y se encaminó al sector del campamento de Egwene. Birgitte se acercó por detrás de Elayne.

—¿Volvemos a nuestro campamento, pues? —preguntó la mujer.

—Yo...

Elayne se calló al oír algo. Era un sonido débil, aunque de algún modo resultaba profundo y poderoso. Frunció el entrecejo y caminó hacia él, con la mano levantada para que Birgitte se callara cuando empezó a preguntarle qué ocurría.

Cruzando por hierba verde y campanillas florecidas, las dos dieron la vuelta al pabellón siguiendo el sonido, que se hacía más y más fuerte. Una canción. Una bellísima canción, distinta de cuantas Elayne había oído y que la hizo temblar con su impresionante sonoridad.

La bañaba, la envolvía, vibraba a través de ella. Un canto gozoso, un canto de temor reverencial y asombro, aunque no entendía las palabras. Se acercó a un grupo de seres altísimos —a semejanza de los propios árboles— que estaban de pie, con los ojos cerrados y las manos en los troncos nudosos de los árboles que Rand había hecho crecer.

Había tres docenas de Ogier de diversas edades, desde aquellos con cejas tan blancas como nieve recién caída, hasta otros tan jóvenes como Loial. Él se encontraba entre los demás, con una sonrisa curvándole los labios mientras cantaba.

Perrin, cruzado de brazos, estaba cerca con su esposa.

—Lo que habéis dicho de ir a buscar a los Asha’man me ha dado que pensar... Si necesitamos aliados, ¿qué tal los Ogier? Iba a ver si conseguía dar con Loial; pero, antes de que tuviera tiempo de ponerme en marcha, los encontré entre estos árboles.

Elayne asintió con la cabeza. El canto de los Ogier alcanzó el crescendo final y después se apagó; los Ogier inclinaron la cabeza. Durante unos instantes, todo fue paz.

Por fin, un anciano Ogier abrió los ojos y se volvió hacia Elayne. La barba blanca, que colgaba hasta muy abajo del pecho, nacía debajo del albo bigote caído a ambos lados de la boca. Se adelantó, seguido por otros ancianos de ambos sexos. Loial iba entre ellos.

—Sois la reina —dijo el anciano Ogier, que le hizo una reverencia—. La que dirige esta andadura. Yo soy Haman, hijo de Dal, nieto de Morel. Hemos venido para que nuestras hachas colaboren en vuestra lucha.

—Me alegra esa noticia —contestó Elayne, que respondió al saludo haciendo una ligera inclinación de cabeza—. Tres docenas de Ogier agregarán fortaleza a nuestras tropas.

—¿Tres docenas, joven? —Haman soltó una risa retumbante—. El Gran Tocón no se ha reunido ni ha estado debatiendo durante tanto tiempo para mandaros tres docenas de los nuestros. Los Ogier combatirán junto a los humanos. Todos nosotros. Hasta el último que está capacitado para sostener un hacha o un cuchillo largo.

—¡Maravilloso! —exclamó Elayne—. Sacaré un gran partido de vosotros.

Una Ogier de avanzada edad sacudió la cabeza antes de comentar:

—Cuánta precipitación. Cuánta prisa. Sabed esto, joven: había algunos que os habrían dejado, a vosotros y al mundo, solos ante la Sombra.

—¿De verdad lo habríais hecho? —Elayne parpadeó, conmocionada—. ¿Dejarnos... solos? ¿Para combatir?

—Algunos abogaron por tomar esa decisión —confirmó Haman.

—Yo misma adopté esa postura —aclaró la mujer—. Planteé el argumento en contra, aunque en realidad no creía que fuera acertado.

—¿Qué? —exclamó Loial, que se adelantó dando trompicones. Aquello parecía nuevo para él—. ¿De verdad no lo creías?

—Los árboles no crecerán si el Oscuro se apodera de este mundo —le respondió la mujer mientras se volvía a mirarlo.

—Pero ¿por qué lo...? —empezó a preguntar Loial, perplejo.

—Una argumentación ha de tener oposición para demostrar su validez, hijo mío —explicó ella—. Quien debate de verdad, aprende la profundidad de su compromiso merced al antagonismo. ¿Acaso no aprendiste que los árboles desarrollan raíces más fuertes cuando los vientos soplan entre sus ramas? —La Ogier meneó la cabeza, aunque parecía cariñosa—. Lo cual no significa que tuvieras que abandonar el stedding cuando lo hiciste. Solo, no. Por fortuna, eso ya se ha arreglado.

—¿Arreglado? —preguntó Perrin.

—Bueno, verás, Perrin —empezó Loial, que se había puesto colorado—. Ahora estoy casado.

—¡Pero si nunca hablaste de ello!

—Todo ha ocurrido muy deprisa. Pero me he casado con Erith, ¿sabes? Está allí. ¿Has oído cómo canta? ¿No es preciosa su canción? Estar casado no es tan malo, Perrin. ¿Por qué no me lo dijiste? Creo que estoy encantado con ello.