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—Me alegro por ti, Loial —los interrumpió Elayne. Los Ogier eran capaces de hablar largo y tendido andándose por las ramas si uno no tenía cuidado—. Y gracias, a todos vosotros, por uniros a nosotros.

—Quizás haya valido la pena sólo por estos árboles —comentó Haman—. A lo largo de toda mi vida, los hombres únicamente han cortado Grandes Árboles. Ver en cambio que alguien los hace crecer... Tomamos la decisión correcta. Sí, sí, lo hicimos. Los otros tendrán que ver esto...

Loial le hizo una señal a Perrin con la mano, al parecer con intención de ponerse al día.

—Permíteme que hable con él un momento, Loial —dijo Elayne mientras conducía a Perrin hacia el centro del bosquecillo.

Faile y Birgitte se unieron a ellos y Loial esperó donde estaba; parecía distraído con los imponentes árboles.

—Tengo una tarea que quiero asignarte —dijo en voz baja Elayne—. La pérdida de Caemlyn amenaza con poner a nuestros ejércitos en una crisis de abastecimiento. A pesar de las protestas por el precio de los víveres, hemos estado alimentando a todo el mundo, al igual que hemos ido estableciendo almacenes para la batalla inminente. Esos almacenes ya no existen.

—¿Y qué hay de Cairhien? —preguntó Perrin.

—Todavía tiene algo de comida. Igual que la Torre Blanca y Tear. Baerlon está bien aprovisionado de metales y pólvora. Tengo que saber qué podemos obtener de las otras naciones y descubrir cuál es su situación en cuanto a víveres. Será una tarea enorme coordinar almacenes y raciones para todos los ejércitos. Me gustaría que hubiera una persona encargada de la totalidad.

—¿Y habéis pensado en mí? —dijo Perrin.

—Sí.

—Lo siento, Elayne, pero Rand me necesita.

—Rand nos necesita a todos.

—A mí más —insistió Perrin—. Él me dijo que Min lo había visto. Sin mí en la Última Batalla, morirá. Además, tengo pendientes algunas luchas que debo acabar.

—Me ocuparé yo —se ofreció Faile.

Elayne se volvió hacia ella, fruncido el entrecejo.

—Mi deber es encargarme de los asuntos del ejército de mi esposo —explicó Faile—. Sois su señora, majestad, de modo que vuestras necesidades son las suyas. Facilitadme accesos lo bastante grandes para que pasen carretas, dadme tropas que protejan mis movimientos, y proporcionadme acceso a los registros del intendente general que yo os pida de cualquiera de los grupos de la coalición. Me ocuparé de llevar a cabo la tarea.

Era lógico y racional, pero no era lo que Elayne necesitaba. ¿Hasta dónde podía confiar en esa mujer? Faile había demostrado lo hábil que era en cuestiones políticas. Eso era my útil, pero ¿se consideraba realmente parte de Andor? Elayne la miró con intensidad.

—No hay nadie mejor a quien podáis confiar esta tarea, Elayne —dijo Perrin—. Faile se encargará de que se lleve a cabo.

—Perrin, en esto hay implicado un tema distinto —argumentó Elayne—. ¿Podemos hablar en privado un momento?

—Se lo contaré a ella en cuanto hayamos acabado, majestad —adelantó Perrin—. Yo no le oculto nada a mi esposa.

Faile sonrió.

Elayne los miró a los dos y luego soltó un quedo suspiro.

—Egwene acudió a mí durante los preparativos para la contienda. Hay cierto... objeto importante para la Última Batalla que es necesario llevar a su destino.

—El Cuerno de Valere —adivinó Perrin—. Aún lo tenéis, espero.

—Sí, en efecto. Oculto en la Torre. Lo sacamos de la bóveda de seguridad justo a tiempo. Anoche, alguien forzó la entrada de esa bóveda. Sólo lo sé porque colocamos algunas salvaguardias. La Sombra sabe que tenemos el Cuerno, Perrin, y los esbirros del Oscuro lo buscan. No pueden utilizarlo; está vinculado a Mat hasta que él muera. Pero, si los seguidores consiguen apoderarse de él, el Oscuro podrá impedir que Mat lo use. O, lo que es peor, hacer que lo maten y entonces podrían tocarlo ellos.

—Lo que queréis es encubrir su traslado valiéndoos de los envíos de suministros a fin de ocultar adónde lo mandáis.

—Preferiríamos entregárselo a Mat de inmediato —dijo Elayne—. Pero a veces Mat puede ser... difícil. Albergaba la esperanza de que estuviera aquí, en la reunión.

—Está en Ebou Dar —informó Perrin—. Haciendo algo relacionado con los seanchan.

—¿Te lo dijo él? —inquirió Elayne.

—No exactamente. —Perrin parecía sentirse incómodo—. Nosotros tenemos... cierta clase de conexión. A veces veo dónde se encuentra y lo que está haciendo.

—Ese hombre no está nunca donde se lo necesita —rezongó Elayne.

—Y, sin embargo, siempre acaba llegando a dondequiera que haga falta —comentó Perrin.

—Los seanchan son el enemigo —dijo Elayne—. Mat no parece entender eso, a juzgar por lo que ha hecho. Luz, espero que ese hombre no se busque problemas...

—Haré una cosa —propuso Faile—. Me haré cargo del Cuerno de Valere. Me ocuparé de que le llegue a Mat, descuidad.

—No es mi intención ofenderos a ninguno de los dos —dijo Elayne—, pero no acabo de decidirme a confiarle esto a alguien a quien no conozco bien. Es por lo que acudí a ti, Perrin.

—Pues va a ser un problema, Elayne. Si realmente están vigilantes para dar con el Cuerno, lo que esperarán es que Egwene y tú se lo entreguéis a alguien a quien conocéis bien. Elegid a Faile. No existe ninguna persona en el mundo en quien confíe más, pero no sospecharán de ella puesto que no tiene una relación directa con la Torre Blanca.

Elayne asintió lentamente con la cabeza.

—De acuerdo —dijo luego—. Os avisaré del modo en que se enviará. De momento, empezad con los envíos de suministros para establecer precedente. Hay demasiada gente que sabe lo del Cuerno. Después de que os lo entreguemos, haremos seis envíos sospechosos desde la Torre Blanca y sembraremos los rumores oportunos. Esperaremos que la Sombra dé por hecho que el Cuerno va en uno de esos envíos. Quiero que esté donde nadie lo espere, al menos hasta que podamos ponerlo en manos de Matrim.

—Cuatro frentes de batalla, lord Mandragoran —repitió Bulen—. Eso es lo que dicen los mensajeros: Caemlyn, Shayol Ghul, Kandor y aquí. Quieren que se intente frenar a los trollocs aquí y en Kandor mientras tratan de derrotar primero a los que están en Andor.

Lan respondió con un gruñido mientras conducía a Mandarb alrededor de un apestoso cúmulo de trollocs muertos. Los cadáveres hacían las veces de parapetos ahora que sus cinco Asha’man los habían amontonado como oscuras y sangrientas lomas delante de la Llaga, donde se agrupaban los Engendros de la Sombra.

La peste era horrible, por supuesto. Muchos de los guardias junto a los que pasaba en sus rondas habían echado ramitos de matas aromáticas en las hogueras para soportar el hedor.

El crepúsculo se avecinaba llevando consigo las horas más peligrosas de la jornada. Por suerte, las nubes negras que cubrían el cielo hacían tan oscuras las noches que los trollocs tenían problemas para ver algo. Sin embargo, un momento favorable para ellos era el anochecer, esas horas en las que la visibilidad para los humanos era deficiente, pero no ocurría lo mismo con la de los Engendros de la Sombra.

La enérgica arremetida fronteriza había empujado a los trollocs de vuelta a la boca del desfiladero. Lan recibía refuerzos de manera continua con piqueros y otras ayudas de tropas de a pie para mantener la posición. En conjunto, las perspectivas ahora eran mucho mejores que el día anterior.

Aunque aún eran sombrías, no obstante. Si lo que Bulen había dicho era cierto, su ejército estaría estacionado allí como una fuerza dilatoria. Lo cual significaba menos tropas para él de las que le habría gustado tener. Aun así, comprendía las tácticas adoptadas.

Lan pasó a la zona donde los lanceros shienarianos cuidaban de sus caballos. Una figura apareció entre ellos y se acercó hacia Lan a caballo. El rey Easar era un hombre de complexión compacta, con un mechón de cabello blanco atado en la coronilla; acababa de llegar de Campo de Merrilor tras un largo día de desarrollar planes de batalla. Lan inició una reverencia a caballo, pero se detuvo cuando el rey Easar se la hizo a él.