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Bashere regresó a su lado poco después.

—Hecho. Los sótanos de muchos edificios que siguen en pie se han llenado de aceite. Talmanes y los otros están en sus puestos. Una vez que vuestra Guardiana regrese con la noticia de que las Allegadas están listas para abrir otra tanda de accesos, procederemos.

Elayne asintió y retiró la mano del vientre cuando vio que Bashere la miraba. No se había dado cuenta de que la tenía puesta de nuevo, como si lo sujetara.

—¿Qué opináis de que vaya a entrar en batalla estando embarazada? ¿Que es un error?

—No —dijo el hombre al tiempo que negaba también con la cabeza—. Sólo demuestra lo desesperada que es nuestra situación. Eso hará pensar a los soldados. Los hará más conscientes de la realidad. Además...

—¿Qué?

—Quizá les recuerde que no todo se está muriendo en el mundo —dijo a la par que se encogía de hombros.

Elayne se volvió y contempló la lejana ciudad. Los granjeros quemaban sus campos en primavera a fin de prepararlos para la nueva vida. Tal vez era la dolorosa etapa por la que Andor pasaba ahora.

—Decidme —continuó Bashere—, ¿vais a revelar a los hombres que gestáis al hijo del lord Dragón?

«A los hijos», rectificó Elayne para sus adentros.

—Presuponéis algo que puede ser cierto o no serlo, lord Bashere —le dijo luego.

—Tengo esposa y una hija. He reparado en la expresión que hay en vuestros ojos cuando miráis al lord Dragón. Ninguna mujer embarazada pondría la mano en el vientre con esa actitud reverencial mientras mira a un hombre que no es el padre de la criatura.

Elayne apretó los labios con fuerza.

—¿Por qué lo ocultáis? —preguntó Bashere—. He oído lo que algunos de los hombres piensan. Hablan de otro hombre, un Amigo Siniestro llamado Mellar, el otrora capitán de las mujeres de vuestra guardia. Yo me doy cuenta de que los rumores son falsos, pero otros no son tan perspicaces. Podríais poner fin a esos rumores si quisierais.

—Los hijos de Rand se convertirían en blancos para abatir —argumentó ella.

—Ah... —Bashere se atusó de nuevo el bigote.

—Si no estáis de acuerdo con el razonamiento, Bashere, hablad con franqueza. No soporto a la gente servil.

—Yo no lo soy, mujer —replicó él, enojado—. Pero, sea como sea, dudo mucho que vuestro hijo pudiera ser un objetivo mayor de lo que lo es ya. ¡Sois un alto mando de los ejércitos de la Luz! Creo que vuestros hombres merecen saber por qué están luchando.

—No es algo que les concierna —contestó Elayne—. Ni a vos.

Bashere la miró y enarcó una ceja.

—¿El heredero del reino no es algo que concierna a sus súbditos? —inquirió con voz inexpresiva.

—Creo que os estáis extralimitando, mariscal.

—Tal vez —dijo él—. Quizás el haber pasado mucho tiempo con el lord Dragón ha cambiado mi forma de hacer las cosas. Ese hombre... Uno nunca sabía qué estaba pensando. La mitad del tiempo quería conocer mi opinión, por rigurosa que pudiera ser. La otra mitad, parecía que iba a partirme en dos sólo por comentar que el cielo estaba un poco oscuro. —Bashere meneó la cabeza—. Sólo os pido que lo penséis un poco, majestad. Me recordáis a mi hija. Podría haber hecho algo similar, y éste sería el consejo que le daría. Vuestros hombres lucharán con más arrojo si saben que estáis gestando al heredero del Dragón Renacido.

«Hombres —pensó Elayne—. Los jóvenes intentan impresionarme con cualquier tontería peligrosa que se les ocurre. Los mayores creen que todas las mujeres jóvenes necesitan que alguien les dé una charla.»

Volvió la vista de nuevo hacia la ciudad al tiempo que Birgitte se acercaba a caballo; la mujer le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Los sótanos estaban llenos de aceite y brea.

—Prendedlo —ordenó Elayne en voz alta.

Birgitte agitó una mano. Las Allegadas abrieron más accesos y, a través de ellos, los hombres arrojaron antorchas encendidas a los sótanos de Caemlyn. A no mucho tardar, el humo que se alzaba sobre la ciudad se volvía más oscuro, más ominoso.

—Apagar eso no va a ser cosa de coser y cantar —susurró Birgitte—. No con el tiempo seco que hemos tenido. La ciudad entera será pasto de las llamas y arderá como un pajar.

El ejército se reunió para mirar la ciudad, sobre todo los miembros de la Guardia Real y los soldados andoreños. Algunos saludaron como se haría ante la pira de un héroe caído. Elayne rechinó los dientes.

—Birgitte, haz correr la voz entre mis guardias reales —dijo—. Los hijos que llevo en el vientre son del Dragón Renacido.

La sonrisa de Bashere se hizo más pronunciada.

«¡Qué hombre tan insufrible!» Birgitte también sonreía cuando fue a divulgar la noticia. Ella también era insufrible.

Le pareció que los hombres de Andor adoptaban una pose más erguida, más orgullosa, mientras veían arder su capital. Por las puertas empezaron a salir trollocs a montones que huían de los incendios. Elayne se aseguró de que las bestias vieran a su ejército y después gritó:

—¡Hacia el norte! —Hizo volver grupas a Sombra de Luna—. Caemlyn ha muerto. Vamos al bosque. ¡Que nos sigan los Engendros de la Sombra!

Androl se despertó con tierra en la boca. Gimió e intentó rodar sobre sí mismo, pero descubrió que estaba inmovilizado de algún modo. Escupió, se lamió los labios y parpadeó para abrir los ojos encostrados.

Estaba tirado en el suelo junto a Jonneth y Emarin, contra una pared de tierra y atado con cuerdas. Recordó... ¡Luz! El techo se había venido abajo.

¿Pevara?, transmitió. Increíble lo natural que empezaba a parecerle ese método de comunicación.

La respuesta le llegó en forma de una sensación de aturdimiento por parte de la mujer. El vínculo le revelaba que ella se encontraba cerca, seguramente atada también. Androl no tenía contacto con el Poder Único; quiso asirlo, pero chocó contra un escudo. Las ataduras que lo inmovilizaban se hallaban sujetas a una especie de argolla que había en el suelo detrás de él, entorpeciéndole los movimientos.

Androl ahogó el pánico con esfuerzo. No veía a Nalaam. ¿Dónde estaba? El grupo yacía atado en una amplia cámara y el aire olía a tierra húmeda. Seguían bajo tierra, en una parte del complejo secreto de Taim.

«Si el techo se desplomó —pensó Androl—, es muy probable que las celdas se destruyeran.» Eso explicaba por qué los habían atado y no encerrado tras los barrotes.

Alguien sollozaba.

Se volvió con esfuerzo y vio a Evin cerca, también atado. El muchacho lloraba, sacudido por temblores.

—Tranquilo, Evin —susurró Androl—. Hallaremos el modo de salir de ésta.

Evin lo miró conmocionado. Al joven lo habían atado de forma diferente, sentado y con las manos a la espalda.

—Androl, lo siento.

Androl sintió como si tuviera retortijones.

—¿Por qué, Evin? —preguntó.

—Llegaron justo después de que el resto de vosotros os marcharais. Querían a Emarin, creo. Para Trasmutarlo. Al no encontrarlo allí, empezaron a hacer preguntas. Me lo sacaron, Androl. Me vengo abajo enseguida. Lo siento...

Así que Taim no había descubierto a los guardias muertos.

—No es culpa tuya, Evin.

Sonaron unos pasos cerca. Androl fingió estar inconsciente, pero alguien le pegó una patada.

—Te he oído hablar, paje —dijo Mishraile, que agachó la cabeza de cabello dorado para acercarse a él—. Voy a disfrutar matándote por lo que le hiciste a Coteren.

Androl abrió los ojos y vio a Logain doblado sobre sí mismo, sostenido entre Mezar y Welyn. Lo arrastraron cerca y lo dejaron caer con brusquedad en el suelo. Logain bulló y gimió mientras lo ataban. Los dos se incorporaron y uno escupió a Androl antes de ir hacia Emarin.

—No —dijo Taim desde algún lugar, cerca—. El siguiente es el joven. El Gran Señor exige resultados. Logain está tardando mucho.