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—¡No! —gritó Androl al tiempo que se retorcía—. ¡No! ¡Maldito seas, Taim! ¡Déjalo en paz! ¡Tómame a mí!

Taim se erguía cerca, con las manos enlazadas a la espalda, vestido con un uniforme negro parecido al de los Asha’man, pero ribeteado en plata. No lucía alfileres en el cuello de la chaqueta. Se volvió hacia Androl e hizo una mueca burlona.

—¿A ti? ¿Voy a llevarle al Gran Señor un hombre que es incapaz de encauzar lo suficiente para romper una piedrecilla? Debería haberte sacrificado hace tiempo.

Taim siguió a los otros dos, que arrastraban al frenético Evin. Androl les gritó y chilló hasta quedarse ronco. Se llevaron al chico a algún sitio, al otro lado de la cámara —que era muy grande—, y Androl no los veía desde la posición donde lo tenían atado. Androl echó la cabeza hacia atrás y la recostó en el suelo; cerró los ojos. Lo que no impidió que oyera los gritos de terror del pobre Evin.

—Androl... —susurró Pevara.

—Silencio. —A la orden articulada por Mishraile le siguieron un gol—pe y un gemido de Pevara.

En verdad empiezo a odiar a ese individuo, le transmitió la mujer.

Androl no respondió.

Se tomaron el trabajo de sacarnos del cuarto derrumbado, continuó Pevara. Recuerdo parte de ello, antes de que me escudaran y me dejaran inconsciente de un golpe. Parece que ha pasado menos de un día desde entonces. Supongo que Taim no ha alcanzado su cuota de Señores del Espanto Trasmutados a la Sombra.

Lo transmitió, casi, con ligereza.

Detrás de ellos, los gritos de Evin cesaron.

¡Oh, Luz! ¿Ése era Evin? ¿Qué ha ocurrido?, comunicó Pevara, desaparecido por completo el matiz irónico.

Lo están Trasmutando, le comunicó Androl. La fuerza de voluntad tiene algo que ver con resistirse. Por eso a Logain aún no han conseguido Trasmutarlo.

La preocupación de Pevara era una sensación cálida a través del vínculo. ¿Serían todas las Aes Sedai como ella? Él había dado por sentado que esas mujeres no tenían emociones, pero Pevara experimentaba un amplio abanico de ellas, si bien estaba presente un control casi inhumano que se imponía por encima de las emociones que la afectaban. ¿Otro resultado de décadas de preparación?

¿Cómo escapamos?, comunicó ella.

Estoy intentando desanudar las ataduras. Tengo los dedos entumecidos.

Desde aquí veo el nudo. Es bastante grueso, pero podría guiaros.

Androl asintió con la cabeza y se pusieron a ello. Pevara describía las vueltas del nudo mientras que él intentaba torcer los dedos alrededor de las lazadas. No consiguió asirlas lo suficiente para tirar; entonces trató de sacar las manos retorciéndolas entre las ataduras, pero la cuerda estaba demasiado apretada.

Para cuando aceptó la derrota, tenía los dedos insensibles por la falta de circulación.

Así no va a funcionar, transmitió.

Creo que nuestros escudos podrían estar atados y he estado intentando empujar el mío, contestó Pevara. Cabe la posibilidad de que ceda. Los escudos atados fallan a veces.

Androl transmitió que estaba de acuerdo, aunque no por ello dejó de sentirse frustrado. ¿Cuánto aguantaría Evin?

El silencio parecía zaherirlo. ¿Por qué no se oía nada? Entonces percibió algo. Alguien encauzaba. ¿Eran trece hombres? Luz. Si había también trece Myrddraal, la situación era desesperada. Aun en el caso de que consiguieran escapar, ¿qué harían? No podían enfrentarse a tantos.

¿Qué parte del acantilado elegisteis?, transmitió Pevara.

¿Qué?

Dijisteis que cuando vivíais con los Marinos ellos saltaban de acantilados para demostrar su valor. Cuanto más alto el acantilado, más valeroso era el saltador. ¿Qué acantilado elegisteis?

El más alto, admitió él.

¿Por qué?

Pensé que, ya que uno decide saltar desde un acantilado, tanto da elegir el más alto. ¿Para qué, si no, aceptar el reto si no es para alcanzar la mayor recompensa?

Pevara le hizo llegar su aprobación.

Escaparemos, Androl. De algún modo lo lograremos.

Él asintió y empezó a hurgar de nuevo en el nudo.

Unos instantes después, los compinches de Taim regresaron. Evin se agachó junto a Androl. En el fondo de los ojos del joven acechaba algo diferente, algo terrible. El chico sonrió.

—Bueno, pues, en realidad no ha sido tan malo como suponía que sería, Androl.

—Oh, Evin...

—No te preocupes por mí —contestó el chico mientras ponía una mano en el hombro de Androl—. Estoy estupendamente bien. Se acabó el miedo, se acabaron las preocupaciones. No deberíamos habernos resistido todo este tiempo. Somos la Torre Negra. Hemos de trabajar juntos.

«Tú no eres mi amigo —se dijo Androl para sus adentros—. Puede que tengas su cara, pero Evin... Oh, Luz. Evin ha muerto.»

—¿Dónde está Nalaam? —le preguntó Androl.

—Murió en el desprendimiento, me temo. —Evin meneó la cabeza y se inclinó un poco hacia Androl—. Planean matarte, Androl, pero creo que puedo convencerlos de que merece la pena Trasmutarte, en lugar de eso. Al final me lo agradecerás.

La cosa horrible que se adivinaba en el fondo de los ojos de Evin sonrió y dio unas palmaditas a Androl en el hombro, tras lo cual se incorporó y empezó a hablar con Mezar y Welyn.

Detrás de ellos, Androl vio un atisbo de trece sombras que se deslizaban hacia donde estaba Emarin y lo arrastraban para Trasmutarlo a continuación. Fados, con capas que no se movían.

Androl pensó cuán afortunado había sido Nalaam al morir aplastado en el derrumbe.

9

Morir bien

Lan partió en dos la cabeza del Myrddraal, desde la crisma hasta el cuello. Hizo retroceder a Mandarb para apartarse del Fado, que se retorció violentamente mientras moría, de forma que las convulsiones zarandearon ambos trozos del cráneo desde el cuello. Una pútrida sangre negra se desparramó en la piedra regada ya con sangre una docena de veces.

—¡Lord Mandragoran!

Lan se volvió hacia la llamada. Uno de sus hombres señaló hacia atrás, donde se encontraba el campamento. Un chorro de brillante luz roja ascendía hacia el cielo.

«¿Ya es mediodía?», pensó Lan, que alzó la espada para ordenar la retirada a sus malkieri. Era el turno de las tropas kandoresas y arafelinas de entrar en combate; enseguida empezaron a disparar andanada tras andanada de flechas sobre la masa de trollocs.

El hedor era tremendo. Lan y sus hombres se alejaron a galope de las líneas del frente y pasaron junto a dos Asha’man y una Aes Sedai, Coladara, que había insistido en quedarse como consejera del rey Paitar; los tres encauzaron para prender fuego a los cadáveres. Eso dificultaría más el avance de la siguiente oleada de Engendros de la Sombra.

Los ejércitos de Lan habían seguido con su brutal trabajo de contener a los trollocs en el desfiladero, como brea que impedía que las rociadas de olas entraran en una barca que hacía agua. El ejército combatía en rotaciones cortas, una hora cada vez. Las hogueras y los Asha’man alumbraban el camino en la noche, sin dar a los Engendros de la Sombra la oportunidad de avanzar.

Después de dos días de agotadoras batallas, Lan sabía que esa táctica acabaría favoreciendo a los trollocs. Los humanos los estaban matando a carretadas, pero la Sombra llevaba años creando huestes de engendros. Cada noche, los trollocs se alimentaban de los muertos; no tenían que preocuparse por el problema de obtener suministros.

Lan se obligó a no encorvar los hombros mientras cabalgaba alejándose del frente para dejar sitio al siguiente grupo de sus tropas, pero habría querido tumbarse y dormir durante días. A pesar del gran número de efectivos que le había proporcionado el Dragón Renacido, a todos los hombres se les exigía que hicieran varios turnos en las primeras líneas del frente cada día. Lan siempre hacía unos cuantos más de los requeridos.