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—Pues no me lo han dicho —argumentó ella al tiempo que se cruzaba de brazos.

—Les he pedido que no lo hicieran.

—En tal caso, por intención y propósito, te has colado aquí a todos los efectos. —Elayne pasó cerca de él. Olía maravillosamente bien—. En serio, Rand, como si Aviendha no fuera suficiente...

—No quería que los soldados del ejército regular me vieran —aclaró Rand—. Me preocupaba que mi presencia alborotara tu campamento. Les he pedido a los guardias que no mencionaran que estaba aquí. —Se acercó a ella y le puso la mano en el hombro—. Tenía que verte otra vez, antes de que...

—Ya me viste en Merrilor.

—Elayne...

—Lo siento. —Se volvió hacia él—. Me alegra verte y me hace feliz que hayas venido. Lo que pasa es que no me entra en la cabeza cómo encajas en todo esto. Cómo encajamos en todo esto.

—No lo sé. Nunca lo he entendido. Lo siento.

Elayne suspiró y se sentó en la silla que había junto al escritorio.

—Supongo que está bien descubrir que hay algo que no puedes solucionar con sólo mover la mano.

—Hay muchas cosas que no puedo solucionar, Elayne. —Miró el escritorio, y los mapas—. Tantas...

«No pienses en eso», se exhortó para sus adentros.

Se arrodilló delante de ella, con lo que se ganó un gesto de sorpresa de Elayne que se mantuvo hasta que le puso la mano en el vientre, al principio con inseguridad.

—No lo sabía —musitó—. No lo supe hasta hace poco, la noche anterior a la reunión. ¿Es cierto lo que se dice? ¿Gemelos?

—Sí.

—Así que Tam será abuelo. Y yo seré...

¿Cómo se suponía que tenía que reaccionar un hombre a esa noticia? ¿Como si el mundo se volviera del revés? Rand ya había tenido sorpresas de sobra en la vida. Era como si no pudiera dar dos pasos sin que el mundo sufriera cambios a su alrededor.

Pero esto... Esto no era una sorpresa. Comprendió que muy dentro de él había abrigado la esperanza de ser padre algún día. Y había ocurrido. Era una cálida sensación. Había algo que iba bien en el mundo, aunque otras muchas cosas hubieran ido mal.

Hijos. Sus hijos. Cerró los ojos e inhaló hondo, disfrutando la idea.

No los conocería. Los dejaría huérfanos antes incluso de que nacieran. Claro que Janduin también lo había dejado huérfano, y él había salido bien. Sólo algunas carencias en refinamiento, aquí y allá.

—¿Cómo vas a llamarlos?

—Si uno es chico, había pensado ponerle Rand.

Rand se quedó callado mientras tocaba el vientre de Elayne. ¿Había sido eso un movimiento? ¿Una patada?

—No —susurró luego—. No le pongas mi nombre a ninguno de ellos, Elayne, por favor. Deja que vivan sus vidas. Mi sombra ya es bastante larga tal como es.

—De acuerdo.

Rand alzó los ojos para mirar los de ella y la encontró sonriéndole con cariño. Elayne le puso la mano en la mejilla.

—Serás un buen padre.

—Elayne...

—Ni una palabra de eso —advirtió mientras levantaba un dedo—. Nada de hablar de muerte ni del deber.

—No podemos cerrar los ojos a lo que ocurrirá.

—Tampoco tenemos que estar hablando siempre de ello —dijo ella—. Te enseñé muchas cosas sobre ser un monarca, Rand. Parece que olvidé una lección. Es bueno hacer planes para las peores contingencias posibles, pero no hay que regodearse en ello. No debes obsesionarte con ello. Un monarca ha de tener esperanza por encima de todo.

—Yo tengo esperanza. Esperanza para el mundo, para ti, para todos los que han de luchar. Eso no cambia el hecho de que haya aceptado mi propia muerte.

—Basta ya. Se acabó hablar de eso. Esta noche disfrutaré de una cena tranquila con el hombre que amo.

Rand suspiró, pero se puso de pie y se sentó en la silla que había junto a la de ella, mientras Elayne llamaba a los guardias apostados en la entrada de la tienda para que les llevaran la cena.

—¿Podemos al menos hablar de tácticas? —preguntó Rand—. Estoy realmente impresionado por lo que has hecho aquí. Dudo que yo hubiera sido capaz de hacerlo mejor.

—Los grandes capitanes hicieron la mayor parte.

—He visto tus anotaciones —apuntó Rand—. Bashere y los otros son unos generales maravillosos, incluso geniales, pero sólo piensan en sus batallas específicas. Alguien tiene que coordinarlos, y tú lo has hecho de maravilla. Tienes talento para ello.

—No, no es así —objetó Elayne—. Lo que tengo es una vida entera siendo la heredera del trono de Andor, recibiendo entrenamiento para guerras que podrían ocurrir. Dales las gracias al general Bryne y a mi madre por lo que ves en mí. ¿Has encontrado algo en mis anotaciones que querrías cambiar?

—Hay más de ciento cincuenta millas entre Caemlyn y Bosque de Braem, donde planeas emboscar a la Sombra —comentó Rand—. Es una maniobra arriesgada. ¿Y si tus fuerzas se ven superadas antes de llegar al bosque?

—Todo depende de que ellos lleguen antes que los trollocs al bosque. Nuestras fuerzas hostigadoras utilizarán las monturas más fuertes y rápidas que haya disponibles. Será una carrera durísima, de eso no cabe duda, y los caballos estarán casi reventados para cuando lleguen al bosque. Pero esperamos que, también para entonces, ellos estén en malas condiciones, cosa que facilitará nuestro trabajo.

Hablaron de tácticas y el ocaso dio paso a la noche. Los criados llegaron con la cena, sopa de verduras y jabalí. Rand habría querido mantener en secreto su presencia, pero eso sería imposible ahora, sabiéndolo los criados.

Se sentó para cenar y se dejó llevar por la conversación con Elayne. ¿Qué campo de batalla corría más peligro? ¿A cuál de los grandes capitanes debería apoyar ella cuando estuvieran en desacuerdo, cosa que ocurría a menudo? ¿Cómo organizaría todo el trabajo con el ejército de Rand, que aún esperaba la llegada del momento adecuado para atacar Shayol Ghul?

La conversación le recordó a Rand el tiempo que habían pasado juntos en Tear, donde, entre sesiones de aleccionamiento político, se habían robado besos en la Ciudadela. Se había enamorado de ella durante esos días. Con verdadero amor. No la admiración de un muchacho que al caerse de un muro se encuentra con una princesa... Por aquel entonces sabía tan poco del amor como sabía de la guerra un granjero que blandía una espada.

Su amor nació de las cosas que habían compartido. Con Elayne podía hablar de política y de la gran carga que era gobernar. Ella lo comprendía. Lo comprendía de verdad. Y mejor que cualquiera de las personas que conocía. Elayne sabía lo que era tomar decisiones que cambiaban la vida de miles de personas. Sabía lo que era estar al servicio del pueblo, como si uno fuera propiedad de la nación. A Rand le parecía extraordinario que, aunque habían estado separados a menudo, la relación de complicidad entre los dos se hubiera mantenido intacta. De hecho, parecía haberse fortalecido ahora que Elayne era reina. Ahora que compartían los hijos que se gestaban en su vientre.

—Has hecho una mueca —dijo Elayne.

Rand alzó la vista de la sopa. La cena de Elayne estaba a medio acabar; la había hecho hablar muchísimo. De todas formas parecía que no quería más, porque sostenía en las manos una taza de té.

—¿Que he hecho qué? —preguntó Rand.

—Una mueca. Cuando he mencionado a los contingentes que combaten por Andor has hecho un gesto de dolor, aunque sólo un instante.

No era de sorprender que lo hubiera notado; había sido Elayne la que le había enseñado a estar atento a los leves —aunque reveladores— cambios de expresión de aquellos con quienes hablaba.

—Todas esas personas luchan en mi nombre. Tanta gente que ni siquiera conozco morirá por mí.

—Ésa ha sido siempre la carga de un dirigente en tiempos de guerra.

—Tendría que ser capaz de protegerlos —se dolió Rand.

—Si crees que puedes proteger a todo el mundo, Rand al’Thor, es que eres mucho menos listo de lo que aparentas.

Rand la miró a los ojos.