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—Deberíamos, sí —repuso Elayne con firmeza.

Birgitte no manifestó su enfado, pero Elayne lo notaba. Birgitte detestaba los planes de batalla, cosa que a Elayne le chocaba viniendo de una mujer que había luchado en miles de batallas, una heroína que había salvado incontables vidas durante algunos de los grandes momentos de la historia.

Llegaron al pabellón de batalla, una de las pocas tiendas completas que llevaba el ejército. Dentro encontraron a Bashere conferenciando con varios de los comandantes: Abell Cauthon, Gallenne y Trom, el comandante segundo de los Capas Blancas. Galad, al igual que Perrin, se hallaba con las fuerzas hostigadoras que había en Caemlyn. A Elayne le sorprendió que Trom le resultara agradable, mucho más que Galad, a decir verdad.

—¿Y bien? —preguntó a los reunidos.

—Majestad —saludó Trom, con una reverencia.

Al hombre no le hacía gracia que fuera Aes Sedai, pero lo disimulaba bien. Los otros presentes en el pabellón saludaron también, aunque Bashere se limitó a hacer un amistoso gesto con la mano antes de señalar los mapas de los campos de batalla.

—Han llegado informes de todos los frentes —dijo el mariscal—. Refugiados de Kandor acuden en tropel a la Amyrlin y a sus soldados, y eso incluye un número considerable de combatientes. Soldados de casas o guardias de mercaderes, en su mayor parte. Las fuerzas de lord Ituralde todavía esperan al lord Dragón antes de penetrar en Shayol Ghul. —Bashere se atusó el bigote—. Una vez que haya entrado en ese valle, ya no habrá posibilidad de retirada.

—¿Y el ejército fronterizo? —preguntó Elayne.

—Aguantando —contestó Bashere, que señaló otro mapa en el que aparecía Shienar. Elayne se preguntó, distraída, si Ino habría querido estar luchando con el resto de los suyos en el desfiladero—. El último mensajero dijo que temían verse desbordados y que se estaba considerando una retirada controlada.

—¿Tan mal están las cosas? —Elayne frunció el entrecejo—. Se supone que iban a aguantar hasta que yo acabara con los trollocs en Andor y nos uniéramos a ellos. Ése era el plan.

—Sí, lo era —convino Bashere.

—Ahora vais a decirme que un plan, en la guerra, sólo dura hasta que se desenvaina la primera espada —adivinó Elayne—. ¿O, quizás, hasta que se dispara la primera flecha?

—Hasta que se enarbola la primera lanza —masculló Bashere entre dientes.

—Sé que ocurre eso con los planes —continuó Elayne, que plantó un dedo en el mapa—. Pero también sé que lord Agelmar es lo bastante bueno como general para contener a una caterva de trollocs, sobre todo con los ejércitos fronterizos respaldándolo.

—Se mantienen de momento —repitió Bashere—. Pero todavía los presionan con mucha fuerza. —Alzó una mano para cortar la protesta de — Elayne—. Sé que os preocupa la posible retirada, pero mi consejo es que no intentéis desautorizar a Agelmar. Su reputación como gran capitán es merecida, y se encuentra allí, mientras que nosotros estamos lejos. Él sabrá lo que hay que hacer.

—Sí —accedió Elayne tras respirar hondo—. Tenéis razón. Ved si Egwene puede enviarles tropas. Entretanto, nosotros tenemos que ganar la batalla aquí cuanto antes. —Combatir en cuatro frentes iba a agotar los efectivos con rapidez.

Ella no sólo contaba con luchar en terreno conocido, sino que también tenía todo a su favor. Si los otros ejércitos conseguían aguantar firmes mientras ella borraba del mapa a los trollocs de Andor, podría reunirse con Lan y Agelmar y convertir en victoria el estancamiento en el desfiladero. Desde allí, podría reforzar a Egwene y reclamar Kandor.

Su ejército era la pieza primordial de toda la operación. Si ella no vencía en Andor, los otros ejércitos no tendrían refuerzos a los que recurrir. Los efectivos de Lan e Ituralde menguarían de forma gradual hasta desaparecer, aniquilados en guerras de desgaste. Puede que Egwene tuviera una oportunidad, dependiendo de lo que la Sombra lanzara contra su posición. Elayne no quería saberlo.

—Necesitamos que los trollocs carguen contra nosotros. Ahora —dijo.

Bashere asintió con la cabeza.

—Organizad el acoso —instruyó Elayne—. Golpeadlos con andanadas constantes de flechas. Dejadles claro que, si no cargan, vamos a reducirlos a nada.

—¿Y si regresan al interior de la ciudad? —preguntó Trom—. Los incendios están perdiendo fuerza.

—Entonces, ni que queramos ni que no, sacaremos a escena esos dragones para arrasar Caemlyn. No podemos esperar más.

Androl hizo un esfuerzo por mantenerse despierto. La bebida que le habían hecho tragar lo tenía adormilado. ¿Para qué serviría?

«Tiene algo que ver con encauzar», pensó Androl, aturdido. El Poder Único no estaba a su alcance, aunque no lo habían escudado. ¿Qué clase de bebida le hacía algo así a un hombre?

El pobre Emarin yacía atado, sollozante. Aún no habían conseguido Trasmutarlo, pero a medida que pasaban las horas el noble parecía más y más próximo a claudicar. Androl se estiró y giró la cabeza. Apenas distinguía a los trece hombres que Taim había estado utilizando para el proceso. Se desplomaron al sentarse en torno a una mesa en la estancia poco iluminada. Se notaba que estaban exhaustos.

Androl recordó que Taim había chillado el día anterior. Había clamado contra sus hombres porque, según él, su trabajo iba muy lento. Habían empleado demasiada fuerza con los primeros hombres y mujeres que habían Trasmutado, y ahora, al parecer, les estaba costando mucho más trabajo conseguirlo.

Pevara dormía. La infusión la había dejado sin sentido. A Androl lo habían obligado a tomársela después de dársela a ella, pero casi como si fuera una ocurrencia de último momento. La mayor parte del tiempo parecía que se hubieran olvidado de él. De hecho, Taim se había enfurecido cuando descubrió que sus secuaces le habían dado la infusión a Pevara. Por lo visto su intención era que la siguiente en ser sometida a la Trasmutación fuera ella, y el proceso requería que la víctima pudiera encauzar.

—¡Soltadme!

Androl se volvió hacia la nueva voz. Abors y Mishraile metían a alguien a la fuerza por la puerta, una mujer de estatura baja y piel cobriza. Era Toveine, una de las Aes Sedai que Logain había vinculado.

Cerca, Logain —con los ojos cerrados como si lo hubiera golpeado una multitud de hombres furiosos— rebulló.

—¿Qué hacéis? —demandó Toveine—. ¡Luz! Yo...

Enmudeció de golpe cuando Abors la amordazó. El hombre de gruesas cejas era uno de los que se habían unido a Taim por voluntad propia, antes de que empezaran con la Trasmutación.

A pesar del aturdimiento, Androl intentó soltarse las manos de las ataduras. Las cuerdas estaban atadas más prietas que antes. Eso era. Evin se había dado cuenta de que los nudos se habían aflojado un poco y había vuelto a atarlos.

Qué impotente se sentía. Qué inútil. Detestaba esa sensación. Si había algo a lo que Androl había dedicado su vida era a no ser nunca un inepto que no servía para nada. Saber siempre algo sobre la situación.

—Trasmutadla a ella la siguiente —ordenó la voz de Taim.

Androl se retorció y dobló el cuello. Taim se encontraba sentado a la mesa. Le gustaba permanecer allí para las Trasmutaciones, pero no miraba a Toveine. Acariciaba algo que tenía en las manos. Una especie de disco...

Se puso de pie de repente y se guardó el objeto en una bolsita atada a la cintura.

—Las otras protestan que están agotadas de tanto Trasmutar. Bien, pues, si Trasmutan a ésta, ella se unirá a sus filas y contribuirá con su fuerza. Mishraile, tú vienes conmigo. Ha llegado el momento.

Mishraile y otros cuantos se reunieron con Taim; habían estado de pie donde Androl no alcanzaba a verlos. Taim se dirigió a la puerta.

—Quiero a esa mujer Trasmutada cuando regrese —advirtió.

Lan galopaba a través del suelo rocoso; cabalgaba hacia el desfiladero por lo que le parecía la centésima vez, aunque llevaba luchando allí menos de una semana.