Выбрать главу

Elayne miró a Birgitte y sonrió. La Guardiana contemplaba la escena con aire solemne mientras varias mujeres de la guardia corrían tras su montura para devolvérsela.

—¿Y bien? —preguntó Elayne, quitándose los tapones de los oídos.

—Creo... —empezó Birgitte—. Creo que esas cosas son sucias. Y escandalosas. E imprecisas. Y jodidamente efectivas.

—Sí —convino Elayne con orgullo.

Birgitte sacudió la cabeza. Su montura había vuelto con ella y la Guardiana montó de nuevo.

—Yo solía pensar que un hombre y su arco eran la combinación más peligrosa que este mundo llegaría a conocer, Elayne —dijo—. Ahora, como si no fuera suficiente con los hombres que encauzan abiertamente y los seanchan que utilizan encauzadoras para combatir, tenemos esas cosas. No me gusta el camino que lleva esto. Si cualquier muchacho con un tubo de metal puede destruir todo un ejército...

—¿Es que no te das cuenta? —inquirió Elayne—. No habrá más guerras. Ganaremos ésta y después habrá paz, como se propone Rand que ocurra. ¡Nadie salvo los trollocs combatirán sabiendo que se enfrenta a armas como éstas!

—Tal vez. —Birgitte sacudió la cabeza—. Quizá tengo menos fe que tú en la sensatez de la gente.

Elayne resopló con desdén y alzó la espada en dirección a Talmanes; el hombre desenvainó la suya y respondió de igual forma. Se había dado el primer paso para destruir aquel ejército trolloc.

11

Sólo un mercenario más

Soy consciente de que ha habido... desacuerdos entre nosotras en el pasado —dijo Adelorna Bastine, que cabalgaba al lado de Egwene a través del campamento. Era una mujer delgada, de aspecto regio; los ojos rasgados y el cabello oscuro revelaban su procedencia saldaenina—. Lamentaría que nos hubieseis considerado enemigas.

—No lo hice —repuso Egwene con cautela—. Ni lo hago.

No preguntó a qué se refería Adelorna al utilizar ese plural. Era Verde, y Egwene había sospechado durante un tiempo que era Capitán General, nombre que las Verdes daban a la cabeza de su Ajah.

—Eso está bien. Algunas mujeres del Ajah se han comportado de un modo absurdo. Se las ha... puesto al corriente sobre sus equivocaciones. No encontraréis más resistencia entre quienes deberían haberos apreciado más que nadie, madre. Pasara lo que pasara, dejémoslo atrás.

—Sí, dejémoslo —se mostró de acuerdo Egwene.

«Ahora, después de todo lo ocurrido, ¿las Verdes intentan que actúe como si hubiese pertenecido a su Ajah?», pensó, divertida.

Bien, pues, se valdría de ellas. Había temido que su relación con ese Ajah no tuviera arreglo. Elegir a Silviana como su Guardiana había tenido por resultado que muchas decidieran tratarla como a una enemiga. Egwene había oído rumores respecto a que muchas pensaban que habría elegido el Rojo como su Ajah a despecho de que, además de tener Guardián, también se había casado con él.

—Si no es indiscreción, ¿se debe a algún incidente en particular el que se haya... tendido este puente para salvar nuestras diferencias?

—Hay quienes ignoran deliberadamente lo que hicisteis durante la invasión seanchan, madre —dijo Adelorna—. Demostrasteis tener el espíritu de una guerrera. De un general. Eso es algo de lo que el Ajah Verde no puede hacer caso omiso. De hecho, debemos tomarlo como un ejemplo. Así se ha decidido y así lo han resuelto quienes dirigen el Ajah.

La implicación era obvia. Adelorna era la cabeza del Ajah Verde. Decirlo abiertamente no sería apropiado, pero facilitar a Egwene esa información daba la medida de su confianza y respeto.

«Si hubieseis ascendido desde nuestro Ajah —quería decir aquello—, habríais sabido quién lo dirige. Habríais sabido nuestros secretos. Ahora os entrego esos conocimientos.» También había un fondo de gratitud. Egwene había salvado la vida a Adelorna durante el asalto seanchan a la Torre Blanca.

La Amyrlin no pertenecía a ningún Ajah y, de hecho, Egwene era el mejor ejemplo de ello, más que cualquiera de sus predecesoras en el cargo, porque nunca había llegado a formar parte de ninguno de ellos. Con todo, ese gesto de Adelorna era conmovedor. Puso la mano en el brazo de la Verde en un gesto de agradecimiento y después le dio permiso para marcharse.

Gawyn, Silviana y Leilwin se habían apartado a un lado, como Egwene les había mandado después de que Adelorna le pidiera sostener una conversación en privado. Esa seanchan... Egwene vacilaba entre mantenerla cerca para vigilarla o mandarla lejos, muy lejos.

Al final resultó que la información de Leilwin sobre los seanchan había sido útil. Hasta donde ella podía juzgar, Leilwin le había dicho la verdad. De momento, la mantendría cerca, aunque sólo fuera por la frecuencia con que se le ocurrían nuevas preguntas sobre los seanchan. Leilwin actuaba más como una guardia personal que como una prisionera. Como si ella pudiera confiar su seguridad a una seanchan, nada menos. Egwene meneó la cabeza y siguió cabalgando entre las tiendas y las hogueras del ejército. La mayoría estaban vacías, ya que Bryne tenía a los hombres en formación de combate porque esperaba que los trollocs llegaran en el transcurso de una hora.

Egwene encontró a Bryne organizando sus mapas y documentos con aire tranquilo en una tienda próxima al centro del campamento. Yukiri estaba allí, cruzada de brazos. Egwene desmontó y entró en la tienda. Bryne alzó la vista con brusquedad.

—¡Madre! —exclamó el hombre de un modo que la hizo pararse en seco.

Bajó la vista al suelo. Había un agujero en la lona del piso de la tienda, y había estado a punto de pisar en él.

Era un acceso. El otro lado parecía estar abierto en el aire y desde allí arriba se divisaba el ejército trolloc que cruzaba las colinas. Durante la última semana habían tenido lugar muchas escaramuzas, y los arqueros y los jinetes habían hecho una escabechina con los trollocs que marchaban en bloque hacia las colinas y la frontera con Arafel.

Egwene observó a través de aquel acceso del suelo. Estaba muy alto, fuera del alcance de tiro de los arcos, pero mirar a los trollocs a través de aquel agujero le producía vértigo.

—No sé si considerar esto brillante o increíblemente temerario —le dijo a Bryne.

Él sonrió y volvió a sus mapas.

—Ganar guerras tiene mucho que ver con la información, madre —le contestó a Egwene—. Si vemos exactamente lo que están haciendo, como por ejemplo por dónde intentan rodearnos y cómo les llegan fuerzas de reserva, podemos prepararnos. Esto es mejor que vigilar desde una atalaya. Debería habérseme ocurrido hace muchísimo tiempo.

—La Sombra cuenta con Señores del Espanto que encauzan, general —dijo Egwene—. Atisbar por este acceso podría conduciros a morir carbonizado. Eso sin contar con los Draghkar. Si una bandada de esos seres entrara volando a través de este agujero...

—Los Draghkar son Engendros de la Sombra, y tengo entendido que morirían si pasan a través de un acceso —argumentó Bryne.

—Supongo que tenéis razón —admitió Egwene—, pero entonces os encontraríais con una bandada de Draghkar muertos aquí dentro. En cualquier caso, los encauzadores pueden atacar a través del acceso.

—Correré el riesgo. La ventaja que ofrece es increíble.

—Con todo, preferiría que utilizaseis exploradores que vigilaran a través del acceso, en lugar de hacerlo vos —insistió Egwene—. Sois un integrante muy importante para nuestros ejércitos, uno de los más valiosos. Es imposible evitar los riesgos, pero procurad reducirlos al máximo, por favor.

—Sí, madre.

Egwene examinó los tejidos y después miró a Yukiri.

—Me ofrecí voluntaria, madre —dijo la mujer antes de que Egwene tuviera ocasión de preguntar por qué una Asentada acababa realizando un simple servicio de accesos—. Nos mandó llamar para preguntar si crear un acceso como éste, horizontal en lugar de vertical, era posible. Me pareció una incógnita interesante.