Se comió otro trozo de carne, que sabía todo lo bien que uno podía esperar. Comer en la actualidad era como ir un a un baile donde sólo había chicas feas. Pero esa carne, sin embargo, estaba entre las mejores de las malas que había tenido la desgracia de comer últimamente.
—Un hombre listo debería reconocer la verdad —comentó Jame.
—Para eso hay que encontrarla antes —dijo Mat—. Lo cual es más difícil de lo que la mayoría de los hombres creen.
Detrás de ellos, Kathana resopló con sorna al pasar, afanosa.
—La «verdad» es algo de lo que los hombres discuten en el mostrador cuando están demasiado ebrios para recordar cómo se llaman. Lo cual significa que la compañía no es buena. Yo no le daría demasiada importancia a eso, viajero.
—Me llamo Mandevwin —dijo Mat.
—Sí, seguro. —Kathana lo miró entonces—. ¿Os han dicho alguna vez que deberíais llevar sombrero? Iría muy bien con que os falte un ojo.
—¿De veras? —exclamó Mat con sequedad—. ¿También dais consejos sobre modas además de hacer comer a la clientela?
La mujer le dio un golpe en la cabeza con el trapo de limpiar.
—Acabaos la comida —instruyó.
—Mira, amigo —dijo Jame, volviéndose hacia él—. Sé qué eres y por qué estás aquí. Esa venda falsa del ojo no me engaña. Llevas cuchillos arrojadizos metidos en las mangas y otros seis en el cinturón, que yo cuente. Nunca he conocido un hombre con un ojo que pueda lanzar bien ni una judía seca. Ella no es un blanco tan fácil como vosotros, forasteros, creéis. No pasarás nunca al palacio, cuanto menos entre su guardia personal. ¿Por qué no vas a buscarte un trabajo decente?
Mat se quedó mirando boquiabierto al hombre. ¿Creía que era un asesino? Mat subió la mano a la cara y se quitó el vendaje para dejar a la vista el agujero donde antes tenía el ojo.
Jame lo miró de hito en hito.
—¿Es que hay asesinos que van por Tuon? —preguntó con calma.
—No uséis su nombre así —advirtió Kathana, que empezó a pegarle otra vez con el trapo.
Mat alargó la mano hacia atrás, sin mirar, y asió la punta del trapo. Sostuvo la mirada de Jame con el único ojo, sin inmutarse.
—¿Hay asesinos que van por Tuon? —repitió, de nuevo con calma.
Jame asintió con la cabeza antes de hablar.
—La mayoría de los forasteros ignoran cómo se hacen las cosas. Varios han pasado por la posada. Sólo uno admitió la razón por la que había venido aquí. Me ocupé de que su sangre humedeciera la tierra polvorienta del recinto de duelos.
—En ese caso, te considero amigo mío —dijo Mat, que se puso de pie. Hurgó en el fardo, sacó el sombrero y se lo puso—. ¿Quién está detrás de eso? ¿Quién los ha hecho venir y ha puesto precio a su cabeza?
Cerca, Kathana observó el sombrero y asintió con satisfacción. Entonces vaciló y estrechó los ojos para mirarle el rostro.
—Esto no es lo que crees —contestó Jame—. No está alquilando a los mejores asesinos. Son forasteros, así que no se los contrata para que tengan éxito.
—Me importa un pimiento lo jodidamente probables que sean las posibilidades de tener éxito. ¿Quién los contrata?
—Es demasiado importante para que tú le...
—¿Quién? —repitió Mat en un susurro.
—El general Lunal Galgan —dijo Jame—. Jefe de los ejércitos seanchan. No acabo de situarte, amigo. ¿Eres un asesino o has venido a dar caza a asesinos?
—No soy un jodido asesino. —Mat tiró del borde del ala del sombrero para ajustarlo mejor y recogió el fardo—. Jamás mato a un hombre a menos que lo pida a voces... A voces, y que grite tan alto que me dé cuenta de que es imposible no acceder a su petición. Si te acuchillo, amigo, sabrás lo que se te viene encima, y sabrás por qué. Eso te lo prometo.
—Jame —susurró Kathana—. Es él.
—¿De qué hablas? —preguntó Jame, mientras Mat pasaba junto a él al tiempo que levantaba la ashandarei tapada y se la apoyaba en el hombro.
—¡Es el que han estado buscando los guardias! —contestó Kathana. Miró a Mat—. ¡Luz! A todos los soldados de Ebou Dar se les ha advertido que estén atentos por si ven vuestra cara. ¿Cómo pasasteis por las puertas de la ciudad?
—Suerte —dijo Mat, que acto seguido salió al callejón.
—¿A qué esperas? —preguntó Moraine.
Rand se volvió hacia ella. Estaban en la tienda de mando de Rand, en Shienar. Se olía el humo de campos en llamas, incendiados por las tropas de Lan y de lord Agelmar a medida que se retiraban del desfiladero.
Quemaban tierras que preferirían defender. Una táctica desesperada, pero buena. Era el tipo de táctica que Lews Therin y los suyos habían dudado en utilizar en la Era de Leyenda, al menos al principio. Entonces habían pagado un alto precio.
Los fronterizos no habían sido tan reacios.
—¿Por qué estamos aquí? —insistió Moraine, que se acercó a él. Unas Doncellas guardaban la tienda desde dentro; era mejor que el enemigo no descubriera que Rand se hallaba allí—. Deberías estar en Shayol Ghul ahora mismo. Ése es tu destino, Rand al’Thor. No estas luchas menores.
—Mis amigos mueren aquí.
—Creía que habías superado esas debilidades.
—La compasión nunca es una debilidad.
—¿No lo es? ¿Y si al perdonar enemigos por compasión les dieras opción a matarte? ¿Entonces qué, Rand al’Thor?
No tenía respuesta a eso.
—No puedes ponerte en peligro —continuó Moraine—. Y sin tener en cuenta si estás de acuerdo o no en que la compasión en sí misma puede ser una debilidad, actuar con desatino a causa de ella sí que lo es.
A menudo había pensado en el momento en que había perdido a Moraine. Había sido una experiencia muy dolorosa, y todavía se deleitaba con su regreso. Sin embargo, a veces había olvidado lo... insistente que podía ser.
—Me moveré contra el Oscuro cuando sea el momento, pero no antes —fue la respuesta de Rand—. Tiene que pensar que estoy con los ejércitos, que estoy esperando apoderarme de más terreno antes de caer sobre él. Hemos de convencer a sus comandantes de que envíen a sus tropas hacia el sur, o en caso contrario nos arrollarán en Shayol Ghul una vez que yo entre.
—No importará —dijo Moraine—. Te enfrentarás a él y habrá llegado el momento de obrar con determinación. Todo gira en torno a ese instante, Dragón Renacido. Todos los hilos del Entramado están tejidos alrededor de vuestro encuentro, y los giros de la Rueda te empujan hacia él. No digas que no lo notas.
—Lo noto.
—Entonces, ve.
—Aún no.
Ella hizo una profunda inhalación.
—Testarudo como siempre —dijo luego.
—Y es bueno que lo sea. La testarudez es lo que me ha traído hasta aquí. —Rand vaciló y luego metió la mano en el bolsillo de la chaqueta. Sacó algo brillante y plateado, una moneda de un marco de Tar Valon—. Toma —dijo, tendiéndoselo—. Lo he estado reservando.
—No puede ser... —empezó, frunciendo los labios.
—¿La misma? No. Aquélla se perdió hace mucho tiempo, me temo. La he llevado encima como algo simbólico, casi sin ser consciente de lo que hacía.
Ella aceptó la moneda y la giró entre los dedos. Todavía la examinaba cuando las Doncellas miraron con gesto de alerta hacia la entrada de la tienda. Un segundo después, Lan levantaba el faldón y entraba flanqueado por dos hombres malkieri. Los tres podrían haber sido hermanos, por las expresiones sombrías en los rostros endurecidos.
Rand adelantó un paso y posó la mano en el hombro de Lan. Éste no parecía cansado —era imposible que una piedra lo pareciera— pero sí rendido. Rand conocía esa sensación.
Lan lo saludó con un gesto de la cabeza y luego miró a Moraine.
—¿Habéis estado discutiendo?
Moraine se guardó el marco y su rostro adoptó un gesto impasible. Rand no sabía cómo interpretar la interacción entre esos dos desde el regreso de Moraine. Se mostraban civilizados, pero había una distancia entre ellos que Rand no había esperado ver. Lan se volvió hacia él.