Distante, delante de ellos, se alzaba el pico de Shayol Ghul. Perrin tuvo un escalofrío. Estaba lejos, si bien para Perrin era inequívoca la determinación en la expresión de Rand mientras contemplaba el pico.
—Luz —dijo Perrin—. ¿Ha llegado el momento?
—No —susurró Rand—. Sólo es una prueba para comprobar si él me percibe.
—¿Perrin? —inquirió sorprendida Nynaeve desde la ladera, a su espalda.
Se notaba que había estado hablando con Moraine y, por una vez, en su efluvio no se advertía un punto de resentimiento. Algo había ocurrido entre esas dos mujeres.
—Sólo lo necesito un momento —dijo Perrin mientras subía para reunirse con Rand al borde del risco.
Allí había algunos Aiel, y Perrin no quería que ellos, sobre todo alguna Sabia, oyera lo que iba a pedirle a Rand.
—Tienes un momento y más, Perrin —dijo Rand—. Es mucho lo que te debo. ¿Qué quieres?
—Bueno...
Perrin miró de reojo hacia atrás, a Moraine y a Nynaeve. ¿Esas dos serían capaces de intentar detenerlo? Probablemente. Las mujeres siempre trataban de impedir que un hombre hiciera lo que debía, como si les preocupara que se rompiera el cuello. Daba igual si era la Última Batalla.
—Dime, Perrin —lo animó Rand.
—Rand, necesito entrar en el Sueño del Lobo.
—¿En el Tel’aran’rhiod? Perrin, ignoro lo que haces allí, no me has contado casi nada. Imaginé que sabías cómo...
—Sé cómo entrar allí de una forma —lo interrumpió en un susurro, para que las Sabias y los otros que había detrás no lo oyeran—. El modo sencillo. Necesito algo distinto. Tú sabes cosas, recuerdas cosas. ¿Hay algo en ese centenario cerebro tuyo que recuerde cómo entrar en el Mundo de los Sueños en carne y hueso?
Rand se puso muy serio.
—Es peligroso lo que me pides —objetó.
—¿Tanto como lo que estás tú a punto de hacer?
—Quizá. —Rand frunció el entrecejo—. Si lo hubiera sabido entonces, cuando... En fin, digamos que habría algunos que dirían que lo que pides es muy, muy maligno.
—No lo es, Rand —argumentó Perrin—. Sé cuando algo es malo por el olor. Esto no es maligno. Es, simple y llanamente, estúpido.
—¿Y aun así me lo pides? —sonrió Rand.
—Ya no quedan buenas opciones, Rand. Más vale hacer algo desesperado que no hacer nada.
Rand no contestó.
—Mira —añadió Perrin—, hemos hablado de la Torre Negra varias veces. Sé que ese asunto te preocupa.
—Tendré que ir allí. —La expresión de Rand se había ensombrecido—. Y, sin embargo, salta a la vista que es una trampa.
—Creo que sé, en parte, qué tiene la culpa de lo que ocurre. Hay alguien a quien he de enfrentarme y no puedo derrotarlo si no lo hago en igualdad de condiciones. Allí, en el sueño.
—La Rueda gira según sus designios —musitó Rand al tiempo que asentía despacio con la cabeza—. Tendremos que salir de las Tierras Malditas. No se debe entrar en el sueño desde...
Dejó la frase en el aire y entonces hizo algo para crear un tejido. Se abrió un acceso a su lado. Tenía algo que lo hacía diferente de los accesos normales.
—Ya entiendo —dijo Rand—. Los mundos se están aproximando, comprimiéndose. Lo que otrora estuvo separado, ya no lo está. Este acceso te conducirá al sueño. Ten cuidado, Perrin. Si mueres en ese sitio estando físicamente en él, puede tener... consecuencias trascendentes. A lo que te enfrentas podría ser peor que la propia muerte. Sobre todo ahora, en este momento.
—Lo sé. Me hará falta contar con una salida. ¿Podrías encargar a uno de tus Asha’man que hiciera uno de estos accesos una vez al día, al amanecer? Digamos, en... ¿la zona de Viaje de Merrilor?
—Es peligroso —susurró Rand—. Pero lo haré.
Perrin inclinó la cabeza en un gesto de agradecimiento.
—Si la Luz quiere, volveremos a vernos —añadió Rand, que le tendió la mano—. Cuida de Mat. Para ser sincero, no estoy seguro de lo que intenta hacer, pero tengo el presentimiento de que será peligroso en extremo para todos los involucrados.
—Al contrario que nosotros —bromeó Perrin, que asió por el antebrazo a Rand—. A ti y a mí se nos ha dado mucho mejor ir por caminos seguros.
—Que la Luz te proteja, Perrin Aybara —dijo Rand con una sonrisa.
—Y a ti, Rand al’Thor.
Perrin vaciló, y entonces se dio cuenta de lo que pasaba. Se estaban despidiendo. Dio un abrazo a Rand y luego miró a Nynaeve y a Moraine.
—Vosotras dos, cuidad de él —dijo Perrin al tiempo que rompía el abrazo—. ¿Me habéis oído?
—Oh, ¿así que quieres que cuide de Rand ahora? —replicó Nynaeve, puesta en jarras—. Creo que nunca he dejado de hacerlo, Perrin Aybara. No creas que no os he oído cuchichear a los dos. Vas a hacer algo estúpido, ¿verdad?
—Es lo que hago siempre —repuso Perrin, que alzó una mano para despedirse de Thom—. Gaul, ¿estás seguro de que quieres venir conmigo?
—Lo estoy —afirmó el Aiel, que desató sus lanzas y escudriñó a través del acceso abierto por Rand.
Sin más, tras cargar cada cual con un pesado fardo, entraron en el Mundo de los Sueños.
14
Dosis de horcaria
Luz... —le susurró Perrin a Gaul mientras recorría con la mirada el paisaje—. Se está muriendo.
El cielo negro, agitado y palpitante del Sueño del Lobo no era algo nuevo, pero la tormenta que se había estado anunciando durante meses por fin había llegado. El viento soplaba racheado, moviéndose primero hacia aquí y luego hacia allá en pautas que no eran normales. Perrin se cerró la capa y después la sujetó con un pensamiento al imaginar ataduras que la mantenían en su sitio.
Una pequeña burbuja de calma que se extendió a su alrededor a partir de él desvió los peores embates del viento. Era más fácil de lo que había esperado, como si hubiera intentado recoger un pesado trozo de roble y hubiera resultado ser tan ligero como pino.
El paisaje parecía menos real de lo que era habitual allí. De hecho, los vientos violentos allanaban las colinas como una erosión a gran velocidad. En otros sitios, la tierra se combaba y formaba ondulaciones rocosas y nuevas vertientes. Fragmentos de arena saltaban al aire y se desmenuzaban. La propia tierra se estaba deshaciendo.
Asió a Gaul por el hombro —cambio— y los dos se desplazaron a otro lugar. Perrin sospechaba que antes estaban demasiado cerca de Rand. De hecho, al aparecer en una conocida pradera al sur —donde otrora cazaba con Saltador— descubrieron que la tormenta era mucho menos fuerte.
Escondieron los pesados fardos, cargados de comida y agua, entre los arbustos de una densa maleza. Perrin ignoraba si podrían sobrevivir con la comida y el agua que encontraran en el sueño, pero no quería tener que descubrirlo a la fuerza. Lo que habían llevado debería durarles una semana más o menos, y, siempre y cuando tuvieran un acceso esperándolos, se sentía cómodo —o al menos conforme— con los riesgos que correrían allí.
El paisaje no se desmoronaba igual que el que se encontraba cerca de Shayol Ghul. No obstante, si observaba un sector durante el tiempo suficiente, captaba fragmentos de... Bueno, todo lo que el viento arrastraba hacia arriba. Tallos de gramíneas muertas, trozos de tronco de árbol, pegotes de barro y esquirlas de piedra; todo era arrastrado hacia aquellas negras nubes glotonas.
Según las leyes del Sueño del Lobo y remontándose a lo que él recordaba, había cosas que se rehacían después de haberse roto. Y lo comprendió. Ese lugar se estaba consumiendo poco a poco, como le ocurría al mundo de vigilia. Ahí, simplemente, era más fácil darse cuenta.
Las rachas del viento los azotaban, pero no eran tan fuertes para que Perrin necesitara mantenerlas a raya. Eran como las del inicio de una tormenta, justo antes de que comenzara a llover y a descargarse los rayos. Los heraldos de una destrucción que se avecinaba.