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—Son arrogantes, ¿no crees? —preguntó una voz femenina.

Sobresaltado, Perrin dio un brinco y giró sobre sí mismo al tiempo que el martillo aparecía en sus manos y disponía un muro de ladrillos a su alrededor como protección. Una mujer de estatura baja y cabello plateado se encontraba junto a él, muy erguida, como si intentara parecer más alta de lo que era. Llevaba un vestido blanco ceñido al talle con un cinturón de plata. Perrin no reconocía su rostro, pero sí identificó su olor.

—Cazadora lunar —dijo, casi con un gruñido—. Lanfear.

—Ya no se me permite utilizar ese nombre —contestó ella mientras daba golpecitos en la muralla con un dedo—. Él es muy estricto con los nombres.

Perrin retrocedió mientras echaba ojeadas a un lado y a otro. ¿Trabajaría con Verdugo? Gaul salió del puesto de guardia y se quedó completamente inmóvil al verla. Perrin alzó una mano para que no hiciera nada; se preguntó si conseguiría saltar hasta donde estaba Gaul y desaparecer los dos antes de que la mujer atacara.

—¿Cazadora lunar? —inquirió Lanfear—. ¿Así es como los lobos me llaman? No es correcto, ni mucho menos. Yo no cazo la luna. La luna es mía ya. —Se inclinó hacia adelante, con los brazos apoyados en el parapeto, que le llegaba al torso.

—¿Qué quieres? —demandó Perrin.

—Venganza —susurró ella. Entonces lo miró—. Lo mismo que tú, Perrin.

—¿Esperas que crea que tú también quieres ver muerto a Verdugo?

—¿Verdugo? ¿Ese huérfano, recadero de Moridin? No me interesa. Mi venganza será contra otro.

—¿Quién?

—El que fue causa de mi encarcelamiento —contestó en voz queda, con apasionamiento. De repente alzó la vista al cielo, los ojos se le abrieron en un gesto de alarma, y desapareció.

Perrin se pasó el martillo de una mano a otra mientras Gaul se acercaba agazapado e intentando vigilar en todas direcciones a la vez.

—¿Qué era ésa? —susurró—. ¿Una Aes Sedai?

—Peor —contestó Perrin con una mueca—. ¿Los Aiel tenéis un nombre para Lanfear?

Gaul dio un respingo.

—No sé qué quiere —continuó Perrin—. Nunca he sabido encontrarle sentido a lo que hace. Con un poco de suerte, sólo se habrán cruzado nuestros caminos y ella seguirá con lo que sea que se traiga entre manos.

No creía que fuera ése el caso, y menos después de que los lobos le hubieran advertido que Cazadora lunar lo quería a él.

«Luz, como si no tuviera ya bastantes problemas.»

Hizo un cambio que los trasladó a ambos al pie la de muralla y siguieron adelante.

Toveine se arrodilló al lado de Logain. Androl tuvo que ver cómo la mujer le acariciaba la mejilla, gesto que le hizo abrir los ojos a Logain, y entonces él la miró, horrorizado.

—No pasa nada —dijo Toveine con dulzura—. Deja de resistirte. Relájate Logain. Ríndete.

La Trasmutación en ella había sido fácil. Por lo visto, vinculados con trece Semihombres, a los encauzadores varones les resultaba más sencillo Trasmutar a mujeres encauzadoras y viceversa. Por eso estaban teniendo tantos problemas con Logain.

—Lleváoslo —ordenó Toveine, que señaló a Logain—. Acabemos con esto de una vez por todas. Merece la paz de la recompensa del Gran Señor.

Los esbirros de Taim se llevaron a rastras a Logain. Androl observó la escena con desesperación. Saltaba a la vista que Taim consideraba a Logain un trofeo. Si lo Trasmutaban, el resto de la Torre Negra se entregaría fácilmente. Muchos de los chicos aceptarían voluntariamente su suerte si Logain se lo ordenaba.

«¿Cómo puede seguir resistiendo?», pensó Androl. Al señorial Emarin lo habían reducido a un despojo sollozante después de sólo dos sesiones, si bien aún no habían conseguido Trasmutarlo. Logain había soportado casi una docena y todavía aguantaba.

Eso cambiaría, porque ahora Taim contaba con mujeres. Poco después de la Trasmutación de Toveine habían llegado otras, unas hermanas del Ajah Negro encabezadas por una mujer terriblemente fea que hablaba con autoridad. Las otras Rojas que habían llegado con Pevara se les habían unido.

Una preocupación somnolienta le llegó a Androl a través del vínculo con Pevara. Estaba despierta, pero atiborrada de esa infusión que impedía encauzar. Androl tenía la mente relativamente lúcida. ¿Cuánto hacía que lo habían obligado a beber las sobras de la taza que antes le habían dado a Emarin?

Logain... no aguantará mucho más. La transmisión de Pevara tenía un deje de fatiga y creciente resignación. ¿Qué van...? Se interrumpió y las ideas se embarullaron. ¡Así me abrase! ¿Qué van a hacer?

Logain gritó de dolor. Era la primera vez que hacía algo así. Era una mala señal. Junto al umbral, Evin observa la sesión. Miró hacia atrás de repente y dio un brinco, como sobresaltado por algo.

«Luz —pensó Androl—. ¿Podría ser... demencia, causada por la infección? ¿Todavía sigue ahí?»

Androl reparó por primera vez que lo tenían escudado, cosa que nunca hacían con los cautivos a menos que estuvieran dejando que los efectos de la dosis de horcaria se disiparan para poder hacer la Trasmutación.

La idea le provocó un ataque de pánico. ¿El siguiente sería él?

Androl, transmitió Pevara. Tengo una idea.

¿Qué idea?

Androl empezó a toser a través de la mordaza. Evin dio un brinco y luego se acercó a él con un odre y echó agua en la mordaza. Abors —uno de los esbirros de Taim— estaba arrellanado contra la pared. Era él quien mantenía su escudo. Echó una ojeada a Androl, pero algo al otro lado de la estancia atrajo su atención.

Androl tosió más fuerte, así que Evin le desató la mordaza y le dio media vuelta para que se apoyara en el costado y pudiera escupir el agua.

—Calla —advirtió Evin al tiempo que miraba de reojo a Abors, que se encontraba demasiado lejos para oír lo que decía—. No hagas que se enfaden contigo, Androl.

La Trasmutación de un hombre a la Sombra no era perfecta. Si bien la lealtad cambiaba, no ocurría lo mismo con todo. Aquello que estaba en la cabeza de Evin se había apoderado de sus recuerdos, su personalidad y —quisiera la Luz que fuera así— sus fallos.

—¿Los has convencido? —susurró Androl—. ¿De que no me maten?

—¡Sí! —exclamó Evin, que se agachó y lo miró con una expresión enloquecida en los ojos—. No dejaban de repetir que no sirves para nada puesto que no puedes encauzar bien, pero ninguno de ellos hace accesos para que la gente vaya de aquí para allá. Les dije que tú lo harías. Porque lo harás, ¿verdad?

—Por supuesto —aseguró Androl—. Es mejor que morir.

—Han dejado de darte tu dosis de horcaria —asintió Evin—. Te llevarán a continuación, después de Logain. A M’Hael por fin le han enviado mujeres nuevas del Gran Señor, mujeres que no están cansadas de encauzar todo el tiempo. Con ellas, además de Toveine y las Rojas, ahora todo irá mucho más rápido. M’Hael debería tener a Logain al final del día.

—Les serviré —contestó—. Lo juro por el Gran Señor.

—Eso está bien, Androl. Pero no podemos soltarte hasta que hayas sido Trasmutado. M’Hael no se conformará sólo con un juramento. No pasará nada. Les dije que te Trasmutarías sin problemas. Lo harás, ¿verdad? ¿No te resistirás?

—No lo haré.

—Gracias al Gran Señor —musitó Evin, relajado.

«Oh, Evin. Nunca fuiste muy listo.»

—Evin, no debes perder de vista a Abors —cuchicheó Androl—. Lo sabes, ¿no?

—Ahora soy uno de ellos, Androl —contestó el chico—. No tengo que preocuparme por ellos.