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—Me alegro —susurró Androl—. Entonces, lo que le oí decir sobre ti no debe de tener importancia.

Evin rebulló. Esa mirada en sus ojos... Era de miedo. La infección se había limpiado. Jonneth, Emarin y los otros Asha’man nuevos nunca tendrían que sufrir la locura.

Se manifestaba de formas diversas en según qué Asha’man y se agudizaba a un ritmo diferente en cada cual. No obstante, lo más habitual era el miedo. Llegaba en oleadas; ya había empezado a consumir a Evin cuando tuvo lugar la limpieza. Androl había visto Asha’man a los que habían tenido que sacrificar cuando la infección los superó. Conocía bien esa mirada en los ojos de Evin. Aunque el chico estaba Trasmutado, seguía afectado por la locura. Siempre sería así.

—¿Y qué es lo que dice? —preguntó Evin.

—No le hizo gracia que te Trasmutaran. Cree que le arrebatarás su puesto.

—Oh.

—Evin... a lo mejor está planeando matarte. Ten cuidado.

—Gracias, Androl. —Evin se puso de pie y se alejó dejando a Androl con la mordaza quitada.

No es posible... que eso funcione, transmitió Pevara, adormilada.

La mujer no había vivido con ellos suficiente tiempo. No había visto lo que podía hacer la locura, y no sabía vislumbrarla en los ojos de los Asha’man. Normalmente, cuando uno de ellos llegaba a ese punto, lo encerraban hasta que se sobreponía a la crisis. Si eso no funcionaba, Taim añadía algo a su copa de vino y ya no despertaba.

Si no se los paraba, acabarían entrando en una espiral de destrucción. Matarían a los que tenían cerca, empezando por aquellos a los que tendrían que haber amado.

Androl conocía esa locura. Sabía que también anidaba dentro de él.

«Cometes un error, Taim —pensó—. Utilizas a nuestros amigos contra nosotros, pero nosotros los conocemos mejor que tú.»

Evin atacó a Abors con un estallido de Poder. Un instante después, el escudo de Androl caía.

Androl abrazó la Fuente. No era muy fuerte, pero tenía suficiente Poder para quemar unas pocas cuerdas. Se liberó de las ataduras y vio que tenía las manos manchadas de sangre, tras lo cual evaluó la situación del recinto. Hasta ese momento no había podido verlo del todo.

Era más grande de lo que había imaginado, del tamaño de un salón del trono pequeño. Un amplio estrado circular dominaba uno de los extremos y lo coronaban un doble círculo de Myrddraal y mujeres. Lo recorrió un escalofrío cuando vio a los Fados. Luz, qué espantosa era aquella mirada sin ojos.

Los exhaustos hombres de Taim —los Asha’man que no habían logrado Trasmutar a Logain— se encontraban junto a la pared del fondo. Logain estaba en el estrado, atado y repantigado en una silla, en el centro del doble círculo. Como en un trono. La cabeza de Logain se inclinó hacia un lado; tenía los ojos cerrados. Parecía que musitaba algo.

Furioso, Taim se había vuelto hacia Evin, que forcejeaba con Mishraile al lado del cadáver de Abors. Los dos asían el Poder Único y luchaban en el suelo; Evin empuñaba un cuchillo.

Androl se acercó a Emarin dando trompicones y estuvo a punto de irse de bruces al suelo cuando las piernas le fallaron. ¡Luz! Estaba muy débil, pero se las arregló para quemar las ataduras de Emarin y a continuación las de Pevara. Ella meneó la cabeza en un intento de despejar la mente. Emarin hizo un ligero asentimiento en señal de gratitud.

—¿Puedes tejer? —susurró Androl.

De momento Taim tenía toda la atención volcada en la pelea de Evin.

—La infusión que nos dan... —Emarin negó con la cabeza.

Androl siguió conectado al Poder Único. Las sombras empezaban a alargarse a su alrededor.

«¡No! —pensó—. ¡Ahora no!»

Un acceso. ¡Necesitaba un acceso! Absorbió Poder Único y creó el tejido de Viajar. Sin embargo, como antes, chocó con una especie de barrera, como un muro que le impedía abrir el acceso. Frustrado, trató de abrir uno en un punto más próximo. Tal vez la distancia influía en algo. ¿Podría abrir el acceso al almacén de Canler, encima de ellos?

De nuevo forcejeó con ese muro, luchó con todas sus fuerzas. Empujó, acercándose un poco más; casi podía hacerlo... Notó como si estuviera ocurriendo algo.

—Por favor —susurró—. Ábrete, por favor. Tenemos que salir de aquí...

Evin cayó víctima de un tejido de Taim.

—¿Qué ha pasado aquí? —bramó Taim.

—No lo sé —contestó Mishraile—. ¡Evin nos atacó! Estuvo hablando con el paje, y...

Los dos se volvieron con rapidez hacia Androl. Él dejó de intentar abrir un acceso y en cambio, llevado por la desesperación, lanzó un tejido de Fuego a Taim.

Taim sonrió. Para cuando la lengua de fuego de Androl llegó a él, desapareció en un tejido de Aire y Agua que la disipó.

—Eres perseverante —dijo Taim, que estampó a Androl contra la pared con un tejido de Aire.

Androl soltó un grito ahogado. Emarin se puso de pie a trancas y barrancas, pero un segundo tejido de Aire lo derribó también a él. Aturdido, Androl sintió que lo alzaban en el aire y halaban de él a través de la estancia.

La mujer fea vestida de negro salió del círculo de Aes Sedai y se acercó a Taim.

—Vaya, M’Hael —dijo—. Ni por asomo controlas este sitio como afirmabas.

—Cuento con herramientas deficientes —argumentó Taim—. ¡Se me debería haber proporcionado mujeres mucho antes!

—Llevaste a tus Asha’man al agotamiento —replicó ella—. Malgastaste su fuerza. Seré yo quien dirija este sitio ahora.

Taim permaneció en el estrado, junto a la forma desmadejada de Logain, las encauzadoras y los Fados. Pareció sopesar a la mujer, quizás una de las Renegadas, una amenaza mayor que cualquier otra persona presente en la estancia.

—Y crees que así funcionará, ¿verdad? —preguntó Taim.

—Cuando el Nae’blis sepa la chapucería que...

—¿El Nae’blis? Moridin no me preocupa. Ya le he proporcionado un presente al Gran Señor. Ve con cuidado, porque gozo de su favor. Tengo las llaves en mi poder, Hessalam.

—Quieres decir... ¿De verdad lo conseguiste? ¿Las robaste?

Taim sonrió. Luego se volvió de nuevo hacia Androl, que estaba suspendido en el aire y se debatía sin éxito. No lo habían escudado. Lanzó otro tejido a Taim, pero el hombre lo paró con indiferencia.

Androl no merecía siquiera el trabajo de escudarlo. Taim lo soltó de los tejidos de Aire, y Androl se dio un fuerte golpe contra el suelo. Gruñó.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí preparándote, Androl? —preguntó Taim—. Me avergüenzas. ¿Es eso lo mejor que sabes hacer cuando intentas matar?

Androl se incorporó de rodillas con esfuerzo. Percibía el dolor y la preocupación de Pevara a su espalda, la mente de la mujer entorpecida por la horcaria. Delante de él, Logain estaba sentado en su trono, inmovilizado y rodeado de enemigos. Casi inconsciente, tenía los ojos cerrados.

—Hemos acabado aquí —dijo Taim—. Mishraile, mata a estos cautivos. Atraparemos a los que están arriba y los llevaremos a Shayol Ghul. El Gran Señor me ha prometido más recursos por el trabajo que he realizado allí.

Los esbirros de Taim se acercaron. Androl alzó la vista desde donde estaba arrodillado. La oscuridad se intensificó todo en derredor, sombras moviéndose en las sombras. La oscuridad... lo aterrorizaba. Tenía que soltar el Saidin, tenía que hacerlo. Y, sin embargo, no pudo.

Tenía que empezar a tejer.

Taim lo miró y, sonriendo, tejió fuego compacto.

«¡Sombras por todos sitios!»

Androl se aferró al Poder.

«¡Los muertos vienen por mí!»

Llevado por el instinto, urdió el tejido que mejor sabía hacer. Un acceso. Chocó con el muro, ese maldito muro.

«Qué cansancio. Sombras... Las sombras me llevarán.»

Una fina barra de luz blanca y candente salió disparada de los dedos de Taim, apuntada directamente a Androl. Éste gritó, se esforzó al máximo adelantando las manos y colocando el tejido en su sitio. Golpeó el muro y notó que lo empujaba.