Выбрать главу

– Personas que tienen plumas en vez de cerebro -murmuró.

– Qué? -preguntó él porque no la había oído bien.

– Nada -lo miró y suavizó un poco el ataque. No podía negar que era un hombre atractivo. Tenía el pelo oscuro y un poco rizado y unos ojos azules enormes, enmarcados por pestañas negras.

– Estoy segura de que usted gusta a muchas mujeres -dijo dando a entender que ella no era una de ellas-. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con nuestro problema. Quiero saber qué piensa de los niños.

– ¿Niños? -repitió como si no comprendiera.

– Niños. Bebés.

Primero el matrimonio, después los bebés. Mitch miró la puerta y deseó poder salir pronto de allí.

– Supongo que son agradables. Nunca he tenido uno cerca -comenzó a moverse hacia el borde del sofá.

– ¿De verdad? -preguntó incrédula.

Al parecer se había equivocado al contestar. Con el ceño fruncido la miró y se preguntó por qué lo odiaría.

– ¿Cómo se gana la vida?

– Soy un investigador, para la oficina del fiscal.

– ¿Cuánto gana? -asintió y apuntó algo.

– Lo suficiente para vivir -repuso levantándose molesto-. ¿De qué se trata, de una solicitud de empleo?

– Más o menos -lo miró ceñuda.

– Será mejor que me vaya. Esto no nos conduce a nada.

Britt se puso de pie para bloquearle el camino y se quitó las gafas.

– No se levante -ordenó decidida-. No he terminado.

Lo miró con tanta fiereza que él se echó a reír. De desearlo podría levantarla sin mayor esfuerzo, pero ella creía que podía dominarlo con la fuerza de su voluntad.

Mitch se obligó a no parpadear. No podía permitir que le ganara el reto, a pesar de que la situación lo divertía.

En ese momento, sonó el teléfono y Britt desvió la mirada.

– He ganado -susurró Mitch.

– Espere donde está -ordenó antes de irse a la cocina.

– De ninguna manera -contestó dirigiéndose a la puerta. Oyó que ella contestaba el teléfono y decidió que era el momento de desaparecer. Pero al dar los primeros pasos, oyó algo que lo hizo volverse.

– ¿Qué es eso? ¿Gatitos?

El ruido provenía de la habitación de al lado.

Su mente le gritó que aprovechara el momento para salir, pero el sonido lo hizo reaccionar. Los gatitos le gustaban y pensó que no le haría daño ir a ver de qué se trataba.

Se acercó a la puerta que estaba entreabierta. En la habitación tenuemente iluminada vio un canasto apoyado con cojines, sobre la cama. Dentro había dos bebés. Tenían los ojos cerrados, pero estaban empezando a moverse. Los observó sonriente.

De modo que aquella mujer tenía unas criaturas en un edificio de apartamentos donde no se permitía tener niños.

Se le ocurrió que ese era el motivo de la extraña actitud de su vecina. ¿Buscaba un padre para esas criaturas? De ser ese el caso, debía salir de allí inmediatamente.

– Adiós, criaturas -murmuró-. Ojalá consigáis un nuevo padre pronto. Volveré a veros.

Se volvió dispuesto a marcharse.

Capitulo Dos

Britt perdió el aliento al darse cuenta de que Mitch había entrado en su habitación, pero tuvo que contestar la llamada porque el Servicio Social podría estar llamándola. Hacía tiempo que había dejado su mensaje. Pero no le había hablado de la situación a la recepcionista, sólo había pedido información. Necesitaba tener más datos para tomar una decisión tan importante.

El punto más importante, desde luego, era que todo eso no le incumbía. Las criaturas eran de él y ella no tenía derecho a pedirle cuentas. Al mismo tiempo, su conciencia no le permitía entregarle a los bebés a un monstruo. Debía notificárselo a alguna autoridad.

Pero no la llamaba el Servicio Social, era Gary, su jefe en el museo.

– Estás enfadada ¿verdad? -dijo sin esperar el acostumbrado saludo-, te has ido demasiado pronto. Debes entrar en razón, Britt. Esos recortes quizá sean verdaderos. Sería muy descuidado si…

– Gary, espera un momento -se llevó una mano a la sien-. No estoy enfadada. Hace horas que no pienso en ese asunto.

– Britt, Britt, Britt, no trates de engañarme. Sé cuando estás irritada y cuando estás…

– Gary -lo interrumpió-. Tengo visita y prisa.

– Ah.

Era evidente que eso no se le había ocurrido. Britt hizo una mueca ante el auricular.

– Quién es? -preguntó severo-. ¿Alguien con quien vas a salir?

Britt estuvo a punto de decir la verdad, pero se detuvo. Si trataba de explicar lo que ocurría estaría hablando una hora. Sería mejor que él creyera que estaba ocupada y que no debía interrumpirla. Tiró del cable del teléfono para acercarse a la puerta de la cocina y vio que su vecino se asomaba a su habitación. Debía ir a la sala de inmediato.

– Sí, es una cita -dijo deprisa-. Te veré el lunes y hablaremos.

– No sabía que estabas saliendo con alguien. ¿Va en serio el asunto? -preguntó después de una pausa.

– Gary. Tengo que volver con mi amigo.

– Muy bien -el suspiro de Gary la hubiera enternecido de haber tenido tiempo para pensar en ello-. Te veré el lunes.

Cortó la comunicación, corrió a la sala y se chocó de frente con su invitado. Deprisa trató de interpretar su mirada.

– Sus bebés son encantadores -comentó en tono divertido.

Ella lo miró sorprendida. ¿No reconocía a sus propios hijos?

– ¿Mis bebés? -preguntó.

– Esos enanitos que tiene aquí. No me había dicho que había venido con unos bebés recién nacidos.

– ¿Quiere decir que nunca los había visto? -preguntó ceñuda.

– ¿A ésos? -no comprendía-. Por supuesto que no. ¿Dónde podía haberlos visto?

Por lo visto el asunto era peor de lo que Britt imaginaba. Él no había ido a ver a Janine después del nacimiento de las criaturas. ¡Qué desgraciado! ¿No tenía ni una pizca de decencia? Lo observó de arriba abajo con desprecio.

– Podía haber ido al hospital cuando nacieron -dijo a secas-. Así al menos podría reconocerlos. ¿No se le ocurrió hacer eso? -movió la cabeza-. ¿Qué clase de desgraciado insensible es usted?

Mitch parpadeó, miró a los bebés de nuevo y luego a ella. Era el momento de enfrentarse a los hechos. Aquella mujer estaba completamente loca. Debía irse en ese momento y comenzó a retroceder hacia la puerta.

– Mire, criatura, sus bebés son muy bonitos…

– No son míos -dijo con exasperación-. ¿Todavía no lo comprende? Son suyos.

– ¿Míos? -quiso reír, pero le bastó mirarle a los ojos para comprender que no bromeaba y de pronto, dudó. No era posible ¿o sí? El no la había visto en su vida y además, siempre era muy cuidadoso en ese tipo de asuntos-. No nos conocíamos -declaró lo que era un hecho.

Ella se encogió de hombros. ¿Qué tenía que ver eso con los niños?

– Lo sé.

Ella lo sabía y lo aceptaba. Entonces, por qué seguía mirándolo de forma acusadora?

– ¿Cómo, entonces, pude engendrar a esas criaturas?

– Como es normal, esas cosas suceden.

– No me suceden a mí.

– Dígaselo a los pequeños -le apretó el brazo-. No comprendo cómo alguien puede negar su propia sangre de esa manera. Por lo que sé, usted no estuvo presente cuando esas criaturas nacieron. Nunca envió dinero ni fue a verlas. No le importaron. ¿Me equivoco?

Todo eso era cierto, pero, ¿por qué debía haberlo hecho? No eran hijos suyos.

Pero ella no aceptaba la verdad y no aclaraban nada hablando con acusaciones y negativas.

– Espere un momento. Comencemos de nuevo. ¿Cuándo tuvo a esos bebés?

– No los tuve yo -echó la cabeza hacia atrás.

– ¿No los tuvo usted? -movió la cabeza y le escudriñó los ojos en busca de cualquier vestigio de racionalidad en la conversación-. Entonces, ¿quién les dio la vida?

– Janine, por supuesto.