– Tal vez sí -dijo ella, suavemente-. A lo mejor le gustaría saber de ti. ¿Sabes dónde está?
– Antes sí. Podría tratar de averiguarlo. Aunque no creo que deba hacerlo. ¿Qué iba a decirle?
– Puede que haya cosas que él querría preguntarte. Podría ser bueno que sepa que tu marcha no tuvo nada que ver con él.
Everett asintió, mirándola. Era una mujer inteligente.
Después de charlar, anduvieron por el barrio un rato; sorprendentemente, todo parecía en orden. Algunas personas habían ido a los refugios. Unas pocas habían resultado heridas y las habían llevado al hospital. El resto parecía estar bien, aunque todos hablaban de la fuerza del terremoto. Había sido muy grande.
A las seis y media de la mañana, Maggie dijo que iba a intentar dormir un poco y que, dentro de unas horas, volvería a la calle para ver cómo estaba su gente. Everett le informó que probablemente trataría de coger un autobús, un tren o un avión para volver pronto a Los Ángeles, o alquilar un coche si podía encontrar uno. Había tomado muchas fotos. Por interés personal, quería dar una vuelta por la ciudad para ver si había algo más que fotografiar antes de marcharse. No quería perderse un reportaje y se llevaba un material fantástico. En realidad, le tentaba quedarse unos días más, pero estaba seguro de que su jefe protestaría. Por otra parte, de momento, en San Francisco y alrededores no había comunicación telefónica con el mundo exterior, así que no podía conocer su reacción.
– Te he hecho algunas buenas fotos esta noche -dijo a Maggie al dejarla en la puerta de su casa.
Vivía en un edificio de aspecto antiguo, que tenía tan mala pinta como viejo era, pero a ella no parecía preocuparle. Dijo que llevaba años viviendo allí y que formaba parte del barrio.
Everett se apuntó la dirección y le dijo que le enviaría copias de las fotos que le había hecho. También le pidió el número de teléfono, por si alguna vez volvía a la ciudad.
– Si vuelvo, te llevaré a cenar -prometió-. Lo he pasado muy bien hablando contigo.
– Lo mismo digo -respondió ella, sonriéndole-. Va a ser necesario mucho tiempo para limpiar la ciudad. Espero que no haya habido muchos muertos.
Parecía preocupada. No había medio de conseguir noticias. Estaban aislados del mundo, sin electricidad ni móviles. Era una sensación extraña.
Estaba saliendo el sol cuando Everett le dijo adiós; se preguntó si volvería a verla. Parecía improbable. Había sido una noche extraña e inolvidable para todos ellos.
– Adiós, Maggie -dijo, mientras ella entraba en el edificio. Había pedazos de yeso por todo el suelo del vestíbulo, pero ella comentó, con una sonrisa, que aquel aspecto apenas era peor de lo normal-. Cuídate.
– Tú también -respondió con un gesto de despedida, y cerró la puerta. El desagradable olor que había llegado hasta ellos al abrirla hizo que Everett se preguntara cómo podía vivir allí.
Mientras se marchaba, pensó que era realmente una santa, pero de inmediato se echó a reír, bajito. Había pasado la noche del terremoto de San Francisco con una monja. Opinaba que era una heroína y estaba impaciente por ver las fotos que le había hecho. Luego, curiosamente, mientras se alejaba del edificio atravesando Tenderloin, se dio cuenta de que estaba pensando en Chad, su hijo, y en el aspecto que tenía a los tres años, y por primera vez en los veintisiete años transcurridos desde que lo vio por última vez, lo echó de menos. Tal vez fuera a verlo un día, si alguna vez volvía a Montana y si Chad seguía viviendo allí. Era algo en que pensar. Parte de lo que Maggie le había dicho había penetrado en él, pero se obligó a sacárselo de la cabeza. No quería sentirse culpable respecto a su hijo. Ya era demasiado tarde, y no les haría bien a ninguno de los dos. Dando grandes zancadas, con sus botas de la suerte, dejó atrás a los borrachos y a las prostitutas de la calle de Maggie. Se dirigió de vuelta al centro de la ciudad para ver qué historias del terremoto podía encontrar allí. Había innumerables posibilidades para hacer fotos. Y para él, quién sabía, quizá incluso otro premio Pulitzer, algún día. A pesar de los terribles sucesos de esa noche, se sentía mejor que en muchos años. Había vuelto a tomar las riendas de su trabajo de periodista y se sentía más seguro y con más control de su vida de lo que se había sentido jamás.
Capítulo 3
Seth y Sarah emprendieron el largo camino a casa desde el Ritz-Carlton después de la gala. Era casi imposible caminar con las sandalias de tacón alto que llevaba, pero había tantos cristales rotos por el suelo que no se atrevía a quitárselas y andar descalza. Se le hacían ampollas con cada paso que daba. Intentaban evitar cuidadosamente los cables caídos y las chispas de electricidad que saltaban. Finalmente, consiguieron que un coche que pasaba, conducido por un médico que volvía del hospital St. Mary, los llevara la última docena de manzanas. Eran las tres de la madrugada y volvía tras comprobar cómo estaban sus pacientes después del terremoto. Les dijo que en el hospital todo estaba relativamente bajo control. Los generadores de emergencia funcionaban y solo una parte muy pequeña del laboratorio de radiología en la planta principal había quedado destruida. Todo lo demás parecía en orden, aunque tanto los pacientes como el personal estaban visiblemente conmocionados.
En el hospital, al igual que en toda la ciudad, no había comunicación telefónica, pero podían escucharse los boletines de noticias en las radios y los televisores alimentados con baterías, para saber qué partes de la ciudad habían sufrido los peores daños.
También les dijo que la zona de la Marina había resultado terriblemente afectada, igual que en el terremoto, de menor fuerza, de 1989. Estaba construida sobre escombros y algunos incendios ardían fuera de control. Asimismo, había informes de saqueos en el centro de la ciudad. Tanto Russian Hill como Nob Hill habían sobrevivido al terremoto de fuerza 7,9 relativamente bien, como todos los presentes en el Ritz-Carlton habían podido ver. Pero algunas zonas del oeste de la ciudad habían sufrido graves daños, al igual que Noe Valley, Castro y Mission. Pacific Heights también había resultado parcialmente muy afectada. Los bomberos trataban de rescatar a las personas atrapadas en edificios y ascensores, y todavía disponían de suficientes hombres para luchar contra los fuegos que ardían en muchas partes de la ciudad, lo cual no era un logro menor teniendo en cuenta que las conducciones de agua estaban rotas casi en todas partes.
Mientras su benefactor los llevaba a casa, Seth y Sarah oían sirenas a lo lejos. Los dos puentes principales de la ciudad, el Bay y el Golden Gate, estaban cerrados desde minutos después del terremoto. El Golden Gate había oscilado violentamente y varias personas habían resultado heridas. Dos secciones del paso superior del Bay se habían desplomado sobre el paso inferior y se sabía que había varios coches aplastados con personas atrapadas dentro. Hasta el momento, la patrulla de carreteras no había podido rescatarlas. Las noticias de personas bloqueadas dentro del coche, sin poder salir, gritando mientras agonizaban, habían sido espeluznantes. Hasta el momento, era imposible estimar cuál era el número de muertos. Pero probablemente serían muchos, y habría miles de heridos. Los tres escuchaban la radio del coche mientras recorrían, con precaución, las calles.
Sarah dio al médico su dirección y permaneció en silencio todo el camino a casa, rezando por sus hijos. Seguía sin tener manera de comunicarse con la canguro para tranquilizarse. Todas las líneas telefónicas habían caído y los móviles no funcionaban. La conmocionada ciudad parecía estar completamente aislada del resto del mundo. Lo único que Sarah quería era saber que Oliver y Molly estaban bien. Seth miraba fijamente por la ventanilla, aturdido; seguía tratando de usar el móvil, mientras el médico los llevaba el resto del camino. Finalmente, llegaron a su gran casa de ladrillo, en lo alto de la colina de Divisadero y Broadway, con vistas a la bahía. Parecía estar intacta. Dieron las gracias al médico, le desearon que todo le fuera bien y bajaron del coche. Sarah corrió hasta la puerta de entrada y Seth la siguió, con aspecto exhausto.