– A estas alturas ya debe de haberlo comprobado y habrá visto que no has hecho la transferencia -dijo, sintiéndose algo mareada. Le parecía estar en una montaña rusa, apenas capaz de sujetarse y sin cinturón de seguridad. No podía siquiera imaginar qué sentía Seth. Se arriesgaba a ir a la cárcel. Y entonces, ¿qué pasaría con ellos?
– De acuerdo, ya sabe que no he hecho la transferencia. ¿Y qué? Como el maldito terremoto ha cerrado la ciudad a cal y canto, ya no puedo hacerle llegar el dinero. Cuando se presenten los auditores, el lunes por la mañana, tendrá un déficit de sesenta millones de dólares, y yo no puedo hacer nada.
Ambos, Sully Markham y Seth, eran culpables de fraude y robo entre diversos estados. Sarah sabía, al igual que Seth cuando lo hizo, que era un delito federal; no podía ser peor. Daba miedo solo de pensarlo. Lo miró, sintiendo que la habitación giraba como una peonza.
– ¿Qué vas a hacer, Seth? -preguntó con un hilo de voz. Comprendía plenamente todas las repercusiones de lo que él había hecho. Lo que no podía entender era por qué lo había hecho ni cuándo se había convertido en un delincuente. ¿Cómo podía estar pasándoles aquello?
– No lo sé -contestó él, sinceramente, y luego la miró a los ojos. Parecía aterrado, igual que ella-. Es posible que este sea el final, Sarah. He hecho este tipo de cosas antes. Y también he ayudado a Sully a hacerlas. Somos viejos amigos. Nunca nos habían pillado hasta ahora, y siempre había podido arreglar las cosas en mi parte del asunto. Esta vez estoy de mierda hasta las orejas.
– Dios mío -musitó Sarah-. ¿Qué ocurrirá si te procesan?
– No lo sé. Esto va a ser difícil de tapar. En todo caso, no creo que Sully pueda posponer la auditoría. Los inversores son quienes deciden cuándo se hace, y no les gusta dar tiempo para que se hagan florituras o se amañen los libros. Y está claro que los amañamos. Está claro que los falsificamos. No sé si habrá tratado de posponer la auditoría al enterarse de que ha habido un terremoto y que no le he transferido los fondos. Aunque es bastante difícil ocultar sesenta millones debajo de la alfombra. Es un agujero que no pasarán por alto. Peor todavía; la pista lleva directamente a mí. A menos que Sully haga un milagro antes del lunes, estamos totalmente jodidos. Si los auditores se dan cuenta, la Comisión Nacional de Mercado de Valores no tardará ni cinco minutos en venir a por mí. Y soy una presa fácil, encerrado aquí, sin poder hacer nada. No puedo salir huyendo. Si tiene que pasar, pasará. Tendremos que conseguir un abogado fuera de serie y ver si podemos hacer un trato con el fiscal federal, si llegamos a eso. De lo contrario, tendría que huir a Brasil, y eso es algo que no quiero hacerte. Así que supongo que no nos queda más remedio que quedarnos aquí, esperando lo inevitable cuando pase el jaleo del terremoto. He intentado utilizar mi BlackBerry hace un rato, pero está absolutamente muerta. Tendremos que esperar y ver qué sucede… Lo siento, Sarah -añadió. No sabía qué más podía decirle.
Los ojos de Sarah estaban llenos de lágrimas cuando lo miró. Nunca, jamás, había sospechado que no fuera honrado y ahora se sentía como si le hubieran dado un mazazo.
– ¿Cómo has podido hacer algo así? -preguntó, mientras las lágrimas caían por sus mejillas. No se había movido. Seguía sentada, mirándolo fijamente, incapaz de creer lo que él acababa de decirle. Pero estaba claro que era verdad. D e repente, su vida se había convertido en una película de terror.
– Pensé que nunca nos pillarían -dijo, encogiéndose de hombros. A él también le parecía increíble, pero por razones diferentes de las de Sarah. Seth no se daba cuenta, no tenía ni idea de lo traicionada que se sentía Sarah por lo que le había confesado.
– Aunque no os atraparan, ¿cómo has podido hacer algo tan deshonesto? Has infringido todas las leyes imaginables, has falseado los activos ante tus inversores. ¿Y si hubieras perdido todo su dinero?
– Creía que podía cubrirlo. Siempre lo hacía. ¿De qué te quejas? Mira qué rápido he construido mi empresa. ¿Cómo crees que tienes iodo esto? -Abrió los brazos, con un gesto que abarcaba toda la habitación. Sarah se dio cuenta de que no sabía quién era. Pensaba que lo conocía, pero no era así. Era como si el Seth que conocía se hubiera desvanecido y un delincuente hubiera ocupado su lugar.
– ¿Y qué pasará con todo esto si vas a la cárcel?
Nunca había esperado que él tuviera tanto éxito, pero ahora vivían a lo grande. La casa de la ciudad, otra enorme en Tahoe, el avión, coches, bienes, joyas. Seth había levantado un castillo de naipes que estaba a punto de desmoronarse y caérseles encima; no lograba evitar preguntarse lo mal que podían llegar a ponerse las cosas. Seth parecía estresado y avergonzado, y tenía razones para estarlo.
– Supongo que se irá al traste -dijo sencillamente-. Aunque no fuera a prisión. Tendré que pagar multas y los intereses del dinero que me prestaron.
– No te lo prestaron; lo cogiste. Tampoco era de Sully, así que no podía dártelo. Es de sus inversores, no vuestro, de ninguno de los dos. Hiciste un trato con tu amiguete para mentir a la gente. No está bien, Seth, nada bien. -No quería que lo atraparan, por él y también por ellos, pero sabía que si lo hacían sería justo.
– Gracias por el sermón sobre moralidad -replicó él, amargamente-. En cualquier caso, respondiendo a tu pregunta, todo acabaría muy rápido. Confiscarían todas nuestras cosas o una parte: las casas, el avión y la mayoría de lo demás. Lo que no se llevaran, podríamos venderlo. -Lo decía casi como si no le importara. En el momento en el que se produjo el terremoto, la noche anterior, supo que estaba perdido.
– ¿Y cómo se supone que viviremos?
– Pidiendo prestado a los amigos, supongo. No lo sé, Sarah. Tendremos que resolverlo cuando ocurra. De momento estamos bien. Nadie vendrá a buscarme en medio del caos que ha dejado el terremoto. Tendremos que ver qué pasa la semana que viene.
Pero Sarah sabía, igual que él, que todo su mundo se estaba viniendo abajo. No había manera de evitarlo, después de todas las trampas que él había hecho.
– ¿Crees que nos quitarán la casa?
De repente, al mirar alrededor, pareció dominarla el pánico. Era su hogar. No necesitaba una casa tan lujosa como esa, pero era donde vivían, la casa donde habían nacido sus hijos. La perspectiva de perderlo todo la aterraba. Si arrestaban y procesaban a Seth, podían quedarse en la miseria en un abrir y cerrar de ojos. Empezó a ser presa de la desesperación. Tendría que encontrar un empleo, un lugar donde vivir. ¿Y dónde estaría Seth? ¿En prisión? Solo unas horas antes, lo único que quería era saber que sus hijos estaban sanos y salvos después del terremoto, que no se les había caído la casa encima. Y de repente, después de lo que Seth le había revelado, todo lo demás se venía abajo y lo único que tenía seguro ahora eran sus hijos. Ni siquiera sabía quién era Seth, después de lo que le había dicho. Llevaba cuatro años casada con un extraño. Era el padre de sus hijos. Lo había querido y había confiado en él.
Al pensar en ello, rompió a llorar con más fuerza. Seth se acercó para abrazarla, pero lo rechazó. Ya no sabía si era amigo o enemigo. Sin pensar siquiera en ella y en los niños, los había puesto en peligro a todos. Estaba furiosa con él, y des-trozada por lo que había hecho.