Seth llevaba un Ferrari y Sarah un Mercedes familiar, perfecto para ella, con dos niños, aunque tenía el ojo puesto en el Range Rover que iban a subastar aquella noche. Le había dicho a Seth que lo encontraba realmente bonito. Y, sobre todo, era por una buena causa que a los dos les importaba sinceramente. Al fin y al cabo, la unidad neonatal había salvado la vida de Molly. En un hospital con inferior tecnología y menos avanzado médicamente, su adorable niña de tres años ahora no estaría viva. Para Sarah era muy importante corresponder organizando la gala, que había sido idea suya. El comité les entregaba una cantidad enorme después de pagar los gastos de la noche. Seth había empezado con una donación de doscientos mil dólares en nombre de los dos. Sarah estaba muy orgullosa de él. Siempre lo había estado y seguía estándolo. Era la estrella más luminosa de su cielo y, después de cuatro años de matrimonio y dos hijos, seguían muy enamorados. Incluso estaban pensando en tener un tercer hijo. Durante los tres últimos meses había estado abrumada de trabajo organizando la gala. Iban a alquilar un yate en Grecia, en agosto, y Sarah pensaba que sería el momento perfecto para quedarse embarazada de nuevo.
Rodeó lentamente cada mesa del salón de baile para volver a comprobar los nombres de las tarjetas con su lista. Parte del éxito del baile de Smallest Angels se debía a que estaba organizado con un gusto exquisito. Era un acontecimiento de primer orden. Mientras se dirigía hacia las mesas de plata, después de comprobar las de oro, encontró dos errores y cambió las tarjetas con expresión grave. Acababa de inspeccionar la última mesa y se disponía a comprobar las bolsitas con los obsequios para los asistentes, que seis de los miembros del comité estaban llenando para entregarlas al final de la noche, cuando la vicepresidenta de la gala se le acercó desde el otro lado del salón con cara de entusiasmo. Era guapa, una rubia alta casada con el consejero delegado de una importante empresa. Era su esposa trofeo, había sido modelo en Nueva York y tenía veintinueve años. No tenía hijos ni pensaba tenerlos. Había querido estar en el comité con Sarah porque la gala era muy importante y divertida. Se lo había pasado en grande ayudándola a organizarlo todo y las dos se llevaban bien. Sarah tenía el pelo tan oscuro como rubio era el de Ángela. Lucía una melena larga, lisa, de color castaño oscuro, una piel marfileña y unos enormes ojos verdes. Era una mujer muy guapa, incluso con el pelo recogido en una cola de caballo, sin maquillaje y vestida con una camiseta, vaqueros y sandalias. Era poco más de la una, pero seis horas más tarde las dos habrían experimentado una transformación. Aunque de momento estaban muy ocupadas.
– ¡Está aquí! -susurró Ángela con una enorme sonrisa.
– ¿Quién? -preguntó Sarah apoyando la carpeta en la cadera.
– ¡Ya sabes quién! ¡Melanie, por supuesto! Acaban de llegar. La he acompañado a su habitación. -Sarah se sintió aliviada al ver que habían llegado a tiempo en el avión privado que el comité había fletado para traerla a ella y a su séquito desde Los Ángeles. Los músicos y los encargados del equipo habían viajado en un vuelo comercial y hacía dos horas que estaban en sus habitaciones del hotel. Melanie, su mejor amiga, su mánager, su secretaria, su peluquero, su pareja y su madre habían volado en el avión alquilado.
– ¿Qué tal es? -preguntó Sarah con aire preocupado.
Habían recibido una lista con todo lo que pedía, que incluía botellas de agua Calistoga, yogur bajo en calorías, una docena de alimentos ecológicos y una caja de champán Cristal. La lista ocupaba veintiséis hojas y recogía todas sus necesidades personales, las preferencias en comida de su madre, incluso la cerveza que bebía su pareja. También había otras cuarenta páginas relativas a todo lo que necesitarían los músicos y todo el equipo eléctrico y de sonido en el escenario. El día anterior, a medianoche, había llegado el piano de cola, de dos metros y medio de largo, que exigía para su actuación. Tenía previsto ensayar con sus músicos a las dos de la tarde. Todos tenían que haber abandonado el salón para entonces, razón por la cual Sarah terminaría su ronda a la una.
– Estupenda. El chico es un poco raro y su madre me ha dado un susto de muerte, pero su amiga es un encanto. Melanie es guapa de verdad y muy agradable.
Sarah había tenido la misma impresión la única vez que habló con ella por teléfono. Sarah había tratado casi siempre con su mánager, pero había insistido en llamar a Melanie personalmente para agradecerle que participara en su gala. Y ahora había llegado el gran día. Melanie no había cancelado con ellos para actuar en algún otro sitio, el avión no se había estrellado y todos habían llegado puntualmente. Hacía más calor de lo habitual. Era una tarde soleada de mediados de mayo. En realidad, hacía un calor bochornoso, lo cual era raro en San Francisco; parecía más un día de verano en Nueva York. Sarah sabía que no duraría mucho, pero cuando las noches eran cálidas siempre se creaba un ambiente festivo en la ciudad. Lo único que no le gustaba era que le habían dicho que esos días estaban considerados «tiempo de terremotos» en San Francisco. Le tomaban el pelo, claro, pero de todos modos no le gustaba. Los terremotos eran lo único que le preocupaba de la ciudad desde que se habían trasladado, pero todos le aseguraban que raramente se producían y que, cuando lo hacían, eran leves. En los seis años que llevaban en la zona de la bahía todavía no había percibido ninguno. Así que, cuando le dijeron lo del «tiempo de terremotos», no hizo caso. Tenía otras cosas de que preocuparse en aquellos momentos, por ejemplo de su cantante estrella y su séquito.
– ¿Te parece que debería subir a verla? -preguntó a Ángela. No quería entrometerse pero tampoco parecer grosera por no ocuparse de ellos-. Pensaba recibirla aquí, a las dos, cuando baje para el ensayo.
– Puedes asomarte y decirle hola.
Melanie y su equipo ocupaban dos grandes suites y otras cinco habitaciones en la planta club, todas cedidas gratuitamente por cortesía del hotel. Estaban encantados de que la gala se celebrara allí y le ofrecieron al comité un total de cinco suites, sin cargo, para las estrellas, y quince habitaciones y suites júnior para los VIP. Los músicos y los encargados del equipo se alojaban un piso más abajo, en habitaciones de menos categoría cuyo coste el comité tenía que incluir en el presupuesto de la gala y que pagaría con los beneficios de la noche.
Sarah asintió, se guardó la carpeta en el bolso y echó una ojeada a las mujeres que llenaban las bolsitas de regalo con obsequios caros de diversas tiendas. Un momento después, estaba en el ascensor de camino a la planta club. Seth y ella también tenían una habitación allí, así que utilizó su llave del ascensor. Era la única manera de llegar hasta el piso. Seth y ella habían decidido que sería más fácil vestirse en el hotel que ir a casa y volver corriendo. La canguro había estado de acuerdo en quedarse toda la noche con los niños, lo cual proporcionaba una fantástica noche libre para Sarah y Seth. Tenía muchas ganas de que llegara la mañana siguiente, cuando podrían quedarse en la cama, pedir que les llevaran el desayuno y charlar sobre el evento de la noche anterior. Pero, por el momento, solo esperaba que todo fuera bien.