Выбрать главу

– Sí que lo es -disintió Melanie-. Para mí lo es. Cantar es fácil y es lo que me gusta. Por eso lo hago. Pero a veces las giras de conciertos son duras, porque viajas mucho y tienes que trabajar cada día. Antes íbamos por carretera, en un autobús enorme; no nos bajábamos en todo el día y actuábamos toda la noche, con ensayos nada más llegar. Es mucho más fácil ahora que vamos en avión. -Los buenos tiempos habían llegado de la mano de su enorme éxito.

– ¿Tu madre siempre viaja contigo? -preguntó Maggie, curiosa por saber de su vida.

Melanie le había dicho que su madre y otras personas estaban con ella en San Francisco. Maggie sabía que viajar con un séquito formaba parte de su trabajo, pero pensaba que la presencia de su madre era inusual, incluso para una chica de su edad. Casi tenía veinte años.

– Sí, siempre. Ella dirige mi vida -respondió Melanie, suspirando-. Mi madre siempre quiso ser cantante cuando era joven. Era corista en Las Vegas y está muy entusiasmada porque las cosas me han ido bien. A veces, lo está demasiado. -Melanie sonrió-. Siempre me está presionando para que haga el máximo.

– Eso no es malo -afirmó la hermana Maggie-, siempre que no te presione demasiado. ¿Tú qué opinas?

– Creo que a veces es demasiado -contestó Melanie, sinceramente-. Me gustaría tomar mis propias decisiones. Mi madre está convencida de que siempre sabe qué es lo mejor.

– ¿Y lo sabe?

– No lo sé. Creo que toma las decisiones que habría tomado para ella misma. No siempre estoy segura de que sean lo que yo quiero para mí. Casi se muere de la alegría cuando gané el Grammy. -Melanie sonrió.

Los ojos de Maggie chispearon al mirarla.

– Debió de ser un gran momento, la culminación del duro trabajo que habías hecho. Un honor increíble. -Apenas conocía a la joven, pero estaba orgullosa de ella.

– Se lo di a mi madre -dijo Melanie en voz baja-. Sentía que se lo había ganado. Yo no podría haberlo hecho sin ella.

Algo en la manera en la que lo dijo hizo que la sabia monja se preguntara si ese estrellato era lo que Melanie quería para ella o solo lo hacía para complacer a su madre.

– Es precisa mucha sabiduría y mucho valor para saber qué camino queremos tomar y cuál tomamos para complacer a otros.

El modo en el que lo dijo hizo que Melanie se quedara pensativa.

– ¿Tu familia quería que fueras monja? ¿O se disgustaron? -Los ojos de Melanie estaban llenos de preguntas.

– Estuvieron encantados. En mi familia era algo importante. Preferían que sus hijos fueran sacerdotes o monjas a que se casaran. Hoy parece un poco absurdo. Pero veinte años atrás, en las familias católicas, los padres siempre alardeaban de ello. Uno de mis hermanos era sacerdote.

– ¿Era? -preguntó Melanie.

La hermana Maggie sonrió.

– Lo dejó después de diez años y se casó. Pensé que mi madre se moriría del disgusto. Mi padre ya había muerto, de no ser así eso lo habría matado. En mi familia, una vez que haces los votos no dejas la orden religiosa. Para ser sincera, a mí también me decepcionó un poco. Sin embargo, es un tipo estupendo y no creo que lo haya lamentado. Tienen seis hijos y son muy felices. Así que supongo que esa era su auténtica vocación, no la Iglesia.

– ¿Te gustaría haber tenido hijos? -preguntó Melanie, con aire soñador.

La vida de Maggie le parecía bastante triste, lejos de su familia, sin haberse casado nunca, trabajando en las calles con desconocidos y viviendo en la pobreza toda la vida. Pero parecía irle muy bien. Se veía en sus ojos. Era una mujer feliz, totalmente realizada y era evidente que estaba contenta con su vida.

– Todas las personas que conozco son mis hijos. Las que encuentro en las calles y veo un año tras otro, las que ayudo y dejan las calles. Y luego, hay personas especiales, como tú, Melanie, que aparecen en mi vida y me llegan al corazón. Me alegro mucho de haberte conocido. -Le dio un abrazo, dejaron la conversación y volvieron al trabajo.

Melanie le devolvió el abrazo con sincero afecto.

– Yo también me alegro mucho de haberte conocido. Cuando sea mayor, quiero ser como tú -dijo con una risita.

– ¿Monja? ¡No me parece que le gustara a tu madre! ¡En el convento no hay estrellas! Se supone que es una vida de humildad y alegre privación.

– No, me refiero a ayudar a la gente, como tú haces. Me gustaría hacer algo así.

– Puedes hacerlo, si quieres. No tienes por qué pertenecer a una orden religiosa. Lo único que tienes que hacer es arremangarte y poner manos a la obra. Hay personas necesitadas en todas partes, incluso entre los afortunados. El dinero y el éxito no siempre dan la felicidad.

Era un mensaje para Melanie y ella lo sabía pero, más importante todavía, era un mensaje para su madre.

– Nunca tengo tiempo para hacer trabajo voluntario -se quejó Melanie-. Y mi madre no quiere verme cerca de personas con enfermedades. Dice que si caigo enferma no podré cumplir con las fechas de los conciertos o las giras.

– Tal vez un día encontrarás tiempo para las dos cosas. Quizá cuando seas mayor. -Y cuando su madre aflojara el control de su carrera, si es que lo hacía.

A Maggie le parecía que la madre de Melanie vivía a través de su hija. Vivía sus sueños a través de ella. Era una suerte para ella que Melanie fuera una estrella. La monja de ojos azules tenía un sexto sentido para la gente y percibía que Melanie era rehén de su madre y que, en lo más profundo de su ser, aun sin saberlo, la joven estaba luchando por liberarse.

Luego tuvieron que ocuparse de los pacientes de Maggie. Durante todo el día atendieron una hilera interminable de personas heridas, la mayoría con heridas sin importancia que podía curar una enfermera; no era necesario un médico. Las otras, siguiendo el sistema de selección según la gravedad que utilizaban en el hospital de campaña, eran enviadas a otro sitio. Melanie era una buena ayudante y la hermana Maggie la elogiaba con frecuencia.

Almorzaron juntas, ya bien entrada la tarde. Se sentaron fuera, al sol, a comer unos sándwiches de pavo que eran sorprendentemente buenos. Parecía que entre los voluntarios de la cocina había algunos cocineros muy capaces; la comida aparecía do no se sabía dónde, en muchos casos donada por otras ciudades, incluso otros estados; la enviaban por avión y, a menudo, la entregaban por helicóptero en los mismos terrenos de Presidio. Los suministros médicos, la ropa para vestir y la de cama para los miles de personas que vivían allí también llegaba por aire. Era como vivir en una zona en guerra; constantemente había helicópteros zumbando por encima de sus cabezas, noche y día. Muchas de las personas ancianas se quejaban de que no las dejaban dormir. A los jóvenes no les molestaba; se habían acostumbrado. Era un símbolo de la horrible experiencia que estaban viviendo.

Acababan de terminar de comer los sándwiches cuando Melanie vio pasar a Everett. Al igual que muchos otros, seguía vestido con los pantalones negros del esmoquin y la camisa blanca que llevaba la noche del terremoto. Pasó junto a ellas, sin verlas, con la cámara colgada del cuello y la bolsa al hombro. Melanie lo llamó, él se volvió y las vio, sorprendido. Se acercó rápidamente y se sentó en el tronco donde estaban ellas.

– ¿Qué hacéis vosotras dos aquí? Y además juntas. ¿Cómo ha sido eso?

– Trabajo aquí, en el hospital de campaña -explicó la hermana Maggie.

– Y yo soy su ayudante. Me presenté voluntaria cuando nos trasladaron aquí desde la iglesia. Me estoy convirtiendo en enfermera-dijo Melanie, sonriendo orgullosa.

– Y muy buena -añadió Maggie-. Y tú, ¿qué haces aquí, Everett? ¿Tomas fotos o también estás viviendo aquí? -preguntó Maggie, con interés. No lo había visto desde la mañana después del terremoto, cuando se marchó para ver qué pasaba en la ciudad. Ella no había estado en casa desde entonces, si es que él había intentado encontrarla, lo cual dudaba.

– Puede que ahora venga a vivir aquí. Estaba en un refugio en el centro, pero han tenido que cerrarlo. El edificio de al lado estaba empezando a inclinarse mucho, así que nos sacaron de allí y nos dijeron que viniéramos aquí. Pensaba que ya me habría marchado de la ciudad, pero es imposible. No sale nada de San Francisco, así que todos estamos estancados aquí. Hay quienes tienen peor suerte -dijo a las dos mujeres, sonriendo-, y he hecho algunas fotos estupendas. -Mientras hablaba, les apuntó con la cámara y tomó una foto de las dos sonriendo, sentadas al sol. Tenían un aspecto feliz y relajado, pese a las circunstancias. Ambas estaban siendo útiles y disfrutaban de lo que hacían. Se veía en sus caras y en sus ojos-. Me parece que nadie creería esta imagen de Melanie Free, la superestrella famosa en todo el mundo, sentada en un tronco, con pantalones de camuflaje y chancletas, trabajando en un hospital de campaña como ayudante de enfermera después de un terremoto. Será una foto histórica.